Los invasores comenzaron a desembarcar hace años en un cabo cerca de Boston. Fueron enviados por una potencia extranjera del este. Llegaron en barco y usaban sombreros de copa cónicos y otros atuendos propios de su secta. No traían pasaporte ni visa. No han pagado impuestos y no querían aprender el idioma del país ni mucho menos asimilarse. En vez de presentarse ante las autoridades de migración, proclamaron que venían para tomar posesión de la tierra y fundar una colonia.
En relativamente poco tiempo, se establecieron, arrebataron las tierras y los bienes de los pacíficos ciudadanos que pagan sus impuestos y, luego de llegar en sucesivas oleadas, avanzaron hacia el Oeste arrasando tierras y provocando la matanza de miles de americanos.
No es un cuento. No es ficción. No es una película de Hollywood. Es la historia de los puritanos del "Mayflower". O sea, la historia de los anglosajones, quienes hoy ya son una de las múltiples etnias que pueblan los Estados Unidos.
La Cámara de Representantes olvidó esa historia cuando aprobó un proyecto de ley que convierte en criminales a los inmigrantes "ilegales" y a quienes tengan cualquier tipo de relación con ellos, y no los denuncien.
De dos culpas se acusa a los inmigrantes. La primera es vivir del fisco sin pagar impuesto. La segunda es quitar el puesto de trabajo a los nacidos aquí. Ambos cargos son una impostura.
Aunque posean papeles falsos, con ellos los trabajadores ilegales pagan impuestos. Además, la entidad correspondiente al final del año fiscal les extiende un documento supuestamente transitorio pero verdadero con el cual harán sus aportes durante toda su vida.
La única diferencia con el resto es que estos "taxpayers" no recibirán jamás, en contrapartida, ninguno de los beneficios de la Seguridad Social, todo lo cual los convierte en un multimillonario negocio redondo para el fisco.
El otro cargo es más falso aún. Los profesionales que llegan aquí se convierten pronto en los mejores de su centro laboral y la razón es que vienen de países en los que el reto de la supervivencia es supremamente mayor. Los trabajadores manuales y campesinos, por su parte, hacen tareas que los norteamericanos rechazan. En cualquiera de las grandes ciudades, se tropieza uno con multitudes de robustos jóvenes estadounidenses que prefieren pedir monedas, "spared change", al turista en vez de trabajar. Son, más bien, ellos los que viven del fisco y reciben estampillas de comida y una paga al mes en las ventanillas de la Seguridad Social.
¿Son delincuentes los latinos que vienen a trabajar? ¿Y por qué no lo son los que instalan tiendas de pollos en la calle Florida de Buenos Aires o en la Carrera Sexta de Bogotá? Si la globalización alcanza a los capitales del Coronel Kentucky Fried Chicken, ¿por qué no acepta el trabajo honesto de nuestra gente?
Las cosas son claras. Quienes no las ven, andan cegados y olvidan la historia de sus propios ancestros, los hombres de cara pálida y sombrero cónico que bajaron del "Mayflower".
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