8/17/2017

Terrorismo y cambio social

Fredes Luis Castro

El sábado 12 de agosto una marcha de supremacistas blancos en el municipio de Charlottesville, Estados Unidos, terminó en enfrentamientos que dejaron un muerto, luego que un automotor conducido por un supremacista impactara contra un grupo de manifestantes de signo contrario. El presidente Donald Trump acusó responsabilidades por igual entre víctimas y victimario, lo que fue celebrado por los dirigentes y grupos de extrema derecha.

Historia y manipulación
 
El profesor de Justicia Penal de la Universidad Estatal Westfield, George Michael, investigador especializado en la extrema derecha estadounidense, describe al movimiento alt-right (abreviatura de derecha-alternativa) como un colectivo diverso, que contiene un amplio espectro ideológico, con posiciones que van de un radicalismo moderado a los delirios macartistas más agresivos. Descubre sus raíces en organizaciones con décadas de existencia, pero resignadas a un rol marginal, carente de influencia.

Destaca como figura relevante, entre otras, a Andrew Breitbart, fundador de Breitbart News, en particular a la hora de comprender la difusión de la ideología nacionalista en el ciberespacio, y de las batallas culturales que, a juicio de estos nacionalistas, el conservadurismo imperante no estaba dispuesto a promover, con los asuntos relativos a la inmigración en primer orden. El profesor Michael subraya que la cuestión inmigratoria configura la materia prioritaria para el nacionalismo blanco estadounidense, cuyos adherentes juzgan que la tasa de natalidad entre los inmigrantes procedentes de países del tercer mundo amenaza la existencia de la raza blanca a la que orgullosamente pertenecen.

El especialista sugiere que el estrecho margen con el que Trump se impuso en Estados clave, explica su complacencia hacia estos grupos y organizaciones: no puede despreciar ningún apoyo. Por otro lado, estos sujetos se contaron entre los más decididos militantes de su campaña, aspecto nada menor en países en los que el voto no es obligatorio. La victoria del magnate inmobiliario incentivó los encuentros cara a cara de los nacionalistas blancos, aceitando sus aparatos organizativos.

La historiadora Keri Leigh Merritt no niega el apoyo que obtuvo Trump de parte de la clase blanca trabajadora y empobrecida, pero imputa una responsabilidad mayor en la elite blanca cuyo dominio de los sistemas educativos, políticos y mediáticos le permite edificar una manipulación informativa orientada a convencer a los primeros acerca del aprovechamiento abusivo de las políticas de bienestar por parte de las minorías raciales, los afroamericanos en primer término. La elite blanca más poderosa manipula los conocimientos y la agenda pública, promoviendo la apatía política en los sectores populares y usando la ideología de la supremacía blanca para asegurar fragmentaciones en su propio y económico beneficio.


Documento completo :

http://www.alainet.org/es/articulo/187461

Trump vs Trump

Patricio Montecinos     Rebelion

Al actual presidente de Estados Unidos, el septuagenario Donald Trump, le quedan muy pocos países, instituciones norteamericanas, organismos internacionales, medios de prensa y ciudadanos de este mundo, incluidos sus más cercanos colaboradores, a los que todavía no haya amenazado.

En menos de siete meses en el trono de Washington, Trump ya tiene records de renuncias, destituciones y encontronazos en dondequiera, porque su agresividad, o más preciso, su bravuconería, lo enfrenta cotidianamente con los “suyos”, además de con los gobiernos y dignatarios de la mayoría de las naciones, excepto casos bien conocidos por su ilimitada sumisión al imperio del Norte, o por puros intereses económicos.
Diálogo y paz son palabras totalmente inexistentes en el escaso léxico del “emperador”, quien por el contrario reitera con enfermiza frecuencia ofensas, injerencias o amenazas de uso de la fuerza contra casi todos.

El multimillonario mandatario la ha emprendido con potencias como Rusia, China e Irán, ha vapuleado hasta a sus “fieles” aliados europeos, y mantiene fuertes tensiones con Corea del Norte, así como con otras naciones del Medio Oriente.
Anunció asimismo que hará retroceder la política de Estados Unidos con respecto a Cuba y le mantendrá el bloqueo a la Isla, y por si fuera poco en las últimas horas enseñó nuevamente sus pesuñas a Venezuela.

El fanfarrón de Washington dijo el pasado viernes que no descartaba la opción militar contra la Revolución Bolivariana, después del claro triunfo del Chavismo en las elecciones democráticas venezolanas por la Asamblea Nacional Constituyente.
Tal afirmación de Trump hizo saltar las alarmas y generó el rechazo en la mayoría de los países de la Patria Grande, declarada Zona de Paz por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en su II Cumbre celebrada en La Habana, Cuba, en 2014.

Similares reacciones de preocupación y repudio se han extendido al mismo tiempo por la comunidad internacional ante los rugidos de guerra del ahora inquilino de la Casa Blanca que retumban hoy en todos los rincones del planeta tierra.

Es real que la irritación permanente del “sietemesinos emperador” representa un grave peligro para la humanidad, pero igual es cierto que su imperio puede desmoronarse definitivamente si su ofuscación lo conduce a la locura de terminar en una conflagración de grandes proporciones.

Los “tanques pensantes” norteamericanos, y también su propio presidente, saben muy bien que el mundo actual es diferente, que el dominio unipolar es ya cosa del pasado, y que una “aventura loca” puede llevar a Washington a la ruina.

Con problemas mentales o no, ello por supuesto corresponde diagnosticarlo a un psiquiatra, Trump tiene muchas posibilidades de ser destronado por los “suyos”, porque lo que si no duda nadie es que mantiene a Estados Unidos en total incertidumbre.

Un refrán popular reza que “perro que ladra no muerde”, aunque ello no quiera decir que se subestime a determinados canes y no haya que vacunarlos contra la rabia.
Trump es cada vez más su principal adversario. 

Videgaray y la Democracia

Si la democracia de Videgaray es la de EEUU y México, entonces la democracia es una mierda
Pedro Echeverría V.
1. En México hay juego de partidos y elecciones, pero da “la casualidad” que esos partidos y las elecciones, desde hace más de un siglo, representan y reconfirman siempre los intereses de los de arriba, de los más poderosos del país. Por el contrario, desde hace más de un siglo, “da la casualidad”, que la población, en un 80 por ciento, es pobre y miserable. Los gobernantes, empresarios y partidos siempre están contentos con la “democracia mexicana”, la halagan, la defienden, porque les proporcionan muy buenas ganancias. La población, por el contrario, cree que todo lo que le explota y oprime es una mierda, ¿qué es entonces la democracia?
2. Aunque en el esclavismo griego de 500 años AC nunca hubo democracia, precisamente porque los esclavos no eran tomados en cuenta y la “democracia ateniense” era el derecho de los esclavistas a imponer sus intereses, se definió que democracia era “el gobierno del pueblo”; pero esta frase sólo sirvió como demagogia para engañar a los esclavos. Hasta hoy, pasados 2,500 años se sigue hablando de democracia porque dicen que el pueblo gobierna cuando en EEUU y México siempre ha gobernado una clase social enemiga del pueblo y saqueadora de su trabajo en el campo y las fábricas. De esta democracia habla Videgaray, de los que chupan del Estado.
3. En México no ha habido nunca democracia. Democracia no son elecciones arregladas, INE vendido al gobierno, ni partidos políticos paleros, al servicio del capital. Si la democracia sirvió para acabar con la monarquía e instalar una nueva relación, solo sirvió para entenderse y recomponerse con ésta y crear una oligarquía (el gobierno de pocos oligarcas). Gobierno del pueblo no ha existido jamás porque las clases dominantes siempre lo han mantenido en la total ignorancia política entreteniéndolo con el futbol, la religión, el consumismo y el trago. En Rusia, en Cuba, en Venezuela, en Corea del Norte –dicen- no existe democracia porque no se parece a la de EEUU y México
4. Yo sigo pensando –no lo veo difícil- que Videgaray pueda dar un buen golpe en las relaciones con EEUU y sentarse en la silla presidencial en México. No creo que sacrifique la única oportunidad de su vida contando con el apoyo yanqui. Sería un gobernante peor que los anteriores porque desde ahora demuestra abiertamente su ideología anticomunista y entreguista; sería peor que Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña que se entregaron cuerpo y alma a los presidentes yanquis. A eso le llaman democracia: estar al servicio de un país extranjero arrodillados como esclavos. Esa democracia mierda (de esclavos) es la que propagan los medios de información.
5. Por eso el 100 por ciento de los delegados de la asamblea del PRI aplaudieron “a morir”, como si fueran esclavos, al Peña Nieto durante y después de su discurso. En nombre de esa democracia para tontos, los medios de información del país usaron casi las 24 horas del día para informar de los apoyos al presidente, a quien le han dado el derecho –como sucedió en todo el siglo XX- de nombrar a su sucesor. Si llega uno del PRI o del PAN a la Presidencia en 2018, eso que se llama izquierda deberá reconocer su incapacidad; pero al mismo tiempo cubrirse la nariz para no seguir en el maloliente ambiente político de la “democracia mexicana”.

El Ultimo Tren

Mario Quijano Pavon     "Pomponio"
XII. La Caída de Ciudad Juarez
Neveria The Chocolate House en El Paso, Texas – mediados de abril de 1911

La gringuita tendría unos catorce años.  Era la hija del dueño.  Sus manos no podían evitar temblar mientras ponía los sundaes en la mesita donde estaban sentados los dos mexicanos.

--Tenquius niña –sonrió Francisco Villa--.  Esta perfecto este sundae.  Tiene más jarabe de chocolate que nieve.  Así me gustan.

El centauro le entro con gusto al sundae.  Eran sus favoritos y cada que podía se iba al otro lado a comérselos.  Ya lo conocían en The Chocolate House.  Pero el hecho de que siempre llegaba acompañado de un grupo patibulario de escoltas armados causaba inevitablemente algo de sobresalto.  En aquellos tiempos en la aduana no le hacían de tos si cruzabas la frontera armado.

Frente a Villa estaba sentado un fulano prieto, flaco, de nariz aguileña.  Era Pascual Orozco y era el comandante del ejército maderista.  Orozco probo sin mucho entusiasmo el sundae.

--¿Están buenos verdad? –sonrió Villa que ya estaba pensando en ordenar otro.

--Pos si –contesto Orozco hoscamente--.  Pero, en fin, Pancho, ¿nos vamos a pasar tragando helados frente a Ciudad Juárez?  Madero ya anda hablando de que nos retiremos.

El centauro se limpió la boca con una servilleta.

--Vamos sincerándonos, don Pascual.

--Pos vamos haciéndolo, coronel Villa.

--Yo no sé mucho de ciencia militar…

--Yo menos.

--Pos si, decía, pero, si nos pelamos y levantamos el cerco yo creo que los muchachitos se descorazonarían.  El ejército desaparecería.

--Y la revolución valdrá madre.

--Pos si, don Pascual.  Mire, yo tengo una idea.

--Lo oigo.

--Ya vide lo entrones que son los magonistas…

--Sí, pero son muy rebeldes.  Los disgregue entre todo el ejército.  No conviene que tengan su propia unidad.

--¿Conoce a mi tocayo, el maestro Francisco Pavón?

--¿El grandote que era segundo de Alanís?  Si.

--Ese mero.  Tiene todavía 20 hombres a su mando.  He hablado con él.  Esta dispuesto a actuar.

--¿Cómo?

--Creando incidentes, balaceras, enchilando a los pelones, mentándoles la madre.  Y ya que se generalice la balacera…

--No diga más.  Entiendo, Villa.  ¿Para cuándo quiere que Pavón y su gente actúen?

--Pos entre más pronto mejor, don Pascual.  Hoy en la nochecita podrían empezar.  Le daré instrucciones a Pavón y a sus muchachitos.

--Pero, ¿y Madero?  No le va a gustar.  Ya anda en pláticas con don Porfirio.

--Déjelo que siga hablando.  Es más, usted y yo haremos como que no sabemos nada.  Pavón está dispuesto a actuar y como él y su gente tienen fama de rebeldes se puede justificar que están actuando desobedeciendo nuestras órdenes.

--Perfecto.

--Y mire, don Pascual, yo que usted y yo seguimos viniendo a tomar sundaes mientras todo eso sucede.  Para cuando se dé cuenta el señor Madero la batalla se habrá iniciado y regresamos a dirigirla.

--Me gusta, me gusta –sonrió Orozco entrándole ahora sí que con gusto a la nieve.

Aduana de Ciudad Juárez

Era de madrugada.  Estaba yo enrollado en una cobija y durmiendo en un petate sobre el techo de la aduana.  El plomazo me despertó.  Era la primera vez que alguien me disparaba.  La bala se incrustó en el parapeto.  Confieso que me orine de miedo.

--¡Alerta! ¡Despierten cabrones! –gritaba Domínguez.  Iguales gritos se oyeron abajo, en el galerón principal de la aduana.

Me despabile afortunadamente antes de que Domínguez me diera una patada.  Agarre mi máuser y atisbe por encima del parapeto.  La noche era muy oscura.  Creí ver unas sombras moviéndose a lo largo de la calzada.

--¡Vienen los maderistas! –alcance a gritar.

Domínguez y su gente ya estaban haciendo ajustes al mortero.  Un par de plomazos se incrustaron en el parapeto.  Yo me hice un ovillo detrás de este.

--¡Fuego! –ordeno Domínguez y el mortero lanzo su primera granada.

Hubo una explosión en la calzada.  Se oyeron mentadas de madre.

--¡Muera el mal gobierno pelones putos!

--¡Chingue a su madre Porfirio Díaz bola de putos!

Abajo el resto del 88 estaba ya soltando plomazos aunque me temo que era a lo pendejo porque casi no se veía nada.  Domínguez lanzo otro mortero y esta vez se oyó un grito de dolor.

--¡Hijos de la gran puta! –grito una voz que por alguna razón se me hizo conocida.

A pesar de la oscuridad, alcance a ver a una figura recoger a otra que estaba prostrada en la calzada.  Levante mi rifle.  Era un fulano grandote.  Luego, mucho después, me entere que sí, era mi tío.  Si, le dispare, lo admito, pero afortunadamente no creo haberle pegado.  Era la primera vez que le disparaba yo a un cristiano.

Así nos tuvieron amagando toda la puta noche.  De vez en cuando arreciaba la balacera en otro rumbo de Ciudad Juárez.  Poco a poco fue creciendo el estruendo.  Para cuando amaneció la balacera era constante.  Ya con luz Domínguez y su mortero había hecho estragos y bajas entre los maderistas que trataron de aproximársenos.

La Casa de Adobe – cuartel de Madero

--¡Don Pascual! –grito Madero alterado--. ¡Tiene usted que poner fin a esto!  ¡Ya estoy en pláticas con el gobierno para que nos entreguen la plaza!

Ante Madero se encontraban Orozco y Villa.  Madero los habia ido a buscar con urgencia a El Paso donde estaban comiendo helados.

--Son solo unos cuantos exaltados, señor Madero –contesto Orozco.

--¡No me importa cuántos sean!  ¡Usted tiene que poner orden entre las filas! –exigió Madero.

--Ya la gente está muy enchilada, señor Madero –apunto Francisco Villa--.  Los pelones nos han hecho muchas bajas.  Si le pide a los muchachitos que no le entren se nos van a sublevar.

--Entonces, ¡disciplínenlos!

--No sería tan fácil, señor Madero, y se lo digo con todo respeto –dijo Orozco--.  Como dijo el coronel Villa la gente ya está muy enchilada.

Se oyeron varias detonaciones.

--¿Qué diablos es eso?  ¿Es nuestra artillería?  Yo no ordene que abrieran fuego.

--No le digo, señor Madero –insistió Orozco--.  Esto ya nadie lo controla.

Madero sacudió la cabeza.

--¿Y si los pelones nos derrotan?  ¿Qué hacemos entonces señores?

--Usted confié en la tropa, señor Madero –aseguro Villa--.  Déjenos entrarle con todo y vera que Ciudad Juárez cae.

--Válgame Dios –dijo Madero cayéndose pesadamente en un viejo sillón--.  Bien, que sea lo que Dios quiera.  Adelante, señores, tomen Ciudad Juárez si creen poder hacerlo.

Orozco y Villa salieron de la casa de adobe y ya afuera se dieron un abrazo de júbilo.

Aduana de Ciudad Juárez

--Tengan –dijo el sargento Toribio entregándonos parque--.  Solo disparen cuando estén seguros del blanco.  No tenemos mucho parque ya.

--Sargento –le dijo Domínguez a Toribio--, dígale al capitán Cervantes que me quedan tres obuses.  Necesito más munición si vamos a sostenernos aquí.

--Enterado, Domínguez –respondió Toribio--.  Veré que se puede hacer.  Pero ya no tenemos comunicación con Navarro.

Dos horas más tarde Domínguez soltó su último obús y este deshizo una embestida maderista.  La calzada ya estaba toda horadada con cráteres.  Los rebeldes se habían atrincherado entre los escombros y desde ahí nos balaceaban constantemente.  Domínguez había resultado ser todo un experto artillero: se observaban montones de cadáveres de los maderistas. 

Dentro del galerón principal de la aduana las soldaderas hacían lo que podían para ayudar a nuestros heridos, que ya eran como una docena.  No teníamos ni un triste botiquín, solo sotol para ayudarlos a bien morir.                               

--A ver, ¿Qué tanto parque les queda? –nos preguntó el sargento Toribio. 

Le mostré el manojo de balas que todavía me quedaban.  El otro infante del 88 tampoco tenía ya mucho parque.  Toribio sacudió la cabeza.

--Escuchen, nos llegó orden de Navarro que nos congreguemos en el cuartel del 14 batallón. 

--¿Vamos a evacuar, sargento? –pregunto Domínguez.

--Sí, es la orden.

--Pos ustedes son infantería –apunto Domínguez--.  A mí no me ha llegado instrucción alguna.

--Si se queda lo fusilan los maderistas, Domínguez.  Les hizo usted muchas bajas.

--De pendejo me quedo entonces.  Yo y mi gente nos pelamos para el otro lado.

Toribio lo vio fijamente por un momento.  Técnicamente era deserción ante el enemigo lo que proponía Domínguez y eso se castigaba con la pena de muerte.  Pero de muy poco valor seria para la infantería del 88 que Domínguez y su gente nos acompañaran. 

--Pos píquele y aproveche mientras todavía tiroteamos –explico Toribio sonriendo--.  Nosotros nos ahuecamos el ala en quince minutos más.

Nunca supe si Domínguez y su gente sobrevivieron pues los maderistas casi habían rodeado en su totalidad a la aduana. El caso es que quince minutos después lo que quedaba del 88, como ochenta hombres, nos arremolinamos junto al portón principal de la aduana.  Cervantes ordeno dejar atrás a nuestros heridos a cargo de dos soldaderas viejas que se ofrecieron a quedarse con ellos.  Me temo que Cervantes tenía razón: era imposible llevar con nosotros a los heridos.  Las otras soldaderas marcharían entre en medio de nuestro grupo para protegerlas.

Con gran solemnidad, Cervantes ordeno quemar la bandera del batallón para que no cayera en manos del enemigo.  Luego saco su pistola y nos encaró.

--¡Síganme cabrones! –ordeno Cervantes.

Y tal hicimos, en medio de una balacera nutrida que nos soltaron los maderistas y nos mataron mucha gente.

En una casa junto al cuartel principal de Navarro Francisco Cárdenas, el rural, entro rengueando y cubierto de sangre.

--¡Francisco!  --exclamo La Grilla al verlo--.  ¡Santo Dios!  ¡Estas herido!

--No mujer.  No es mi sangre, es la de mi caballo.  La caballería intento una embestida y me mataron mi animal.  El cuaco cayó sobre mí y casi me rompe una pierna.

--Bendito sea Dios que estas por lo menos vivo, Francisco, ¿Qué hacemos entonces?

--Carajos, mujer, este arroz ya se coció.  Hay rebeldes en todos lados.  Escucha, espérate a que caiga la noche.  Nos intentaremos pelar para el otro lado.

--¿Pero, puedes andar?

--Átame un trapo en el tobillo.  Creo que tengo fractura.  Y dame un trago de sotol.  Si, así podre caminar aunque sea renqueando.  Yo no me quedare aquí cuando entren estos cabrones maderistas.

Ya habíamos llegado a la placita frente al cuartel del 14 batallón cuando una balacera nos diezmo.

--¡Retrocedan! –Ordeno Cervantes--.  ¡El cuartel del 14 está en manos de los maderistas!

--¿Para donde jalamos entonces capitán?  --pregunto Toribio.

--Vamos al que llaman corral de los cowboys.  Ahí oí que Navarro tenia un cuartel.

Nos retiramos en tal dirección bajo el fuego nutrido de los maderistas.  En efecto, Navarro estaba en una casona junto al corral ese.  Éramos solo 20 soldados y unas cuantas soldaderas cuando llegamos.  El resto se había muerto o habían caído heridos o habían desertado. 

Unas horas después Navarro rindió la plaza.

Castillo de Chapultepec

--¿Está seguro? –pregunto Limantour. 

--Es lo que nos indican desde El Paso –contesto el secretario de guerra, el generalote con la cicatriz que le había hecho un zuavo en el Loreto.

--¡Pero Ciudad Juárez es tan solo una plaza chilera! –exclamo el secretario de gobernación.

--Y Navarro solo tenía mil hombres –explico el generalote. 

--¿Por qué no lo reforzaron, general? –pregunto Limantour. 

--Los pinches maderistas bloquearon la vía.  No podíamos hacerles llegar refuerzos. 

--No me suena razonable, general –dijo hoscamente Limantour.

--¿Qué hacemos? –pregunto Gobernación. 

Limantour sacudió la cabeza.  Propiamente, el de Gobernación era el que debería sugerir una alternativa.  Era evidente que el hombre había sido rebasado. 

--Señores, tiene que haber, me temo, una salida política.

--O sea, ¿Qué renuncie don Porfirio? 

--Si. 

--¡No chinguen! –exclamo el generalote--.  ¡Ciudad Juárez es tan solo un pueblote chilero!   

--Señor general –dijo con frialdad Limantour--.  Tal vez así sea, pero los mercados reaccionaran desfavorablemente. 

--¿Y a mí que carajos me importan los mercados?  --rugió el generalote--.  ¡Tengo diez batallones listos para embarcar al norte!  Carajos, ¡nunca tuve más de cien infantes conmigo cuando me enfrentaba a los franceses! 

--¿Y con que les va a pagar a su gente, señor general? –pregunto Limantour—.  El crédito del gobierno se va a esfumar en cuanto se sepa de la caída de Ciudad Juárez.  Nadie comprara nuestros bonos. 

--¡Puta madre! –exclamo el militar dejándose caer pesadamente en un sillón. 

--¿O sea?  ¿Esto es el fin, don Yvo? –pregunto Gobernación. 

--Tenemos, repito, que buscar una salida política, señores.  Si, don Porfirio tendrá que exiliarse, que se yo, irse a Europa.  Pero no se preocupen, señores, conozco bien a la familia Madero.  Son hacendados.  Acuérdense: perro no come perro.

La Jornada

                                     



El Ultimo Tren

Mario Quijano Pavon     "Pomponio"
XI. La Aduana de Ciudad Juárez

Ciudad de México – septiembre de 1968 
Era mediodía cuando regresamos a los multifamiliares en Tlaltelolco. SEDENA me había dado un apartamento ahi.  El chofer de la limusina de la presidencia me dejo frente a estos.  El ojete me despertó bruscamente y ni me ayudo a salir del auto.  Ha de haberse encabronado porque le había meado su puta limusina.  Muy apenas logre salir del auto.  Camine rumbo a mi edificio con mis pasos chiquitos e inseguros, vamos, de viejo, pero me temo que me tropecé y caí de bruces.  De inmediato unos vecinos me vieron y se aproximaron a ayudarme.  Entre ellos estaba mi vecina, doña Lupita.

--¡Ave María, ¿pos que le pasó al general? --exclamó doña Lupita al verme.

--Estoy bien, doña Lupita.  Me tropecé por pendejo.  

La mujer sacudió la cabeza.  He notado que entre más viejo se hace uno más lo tratan a uno como niño.

--¿Lo llevamos a su apartamento y lo acostamos, señora? –le pregunto uno de los vecinos a doña Lupita sin preguntarme a mí. 

Sí, me trataban como un párvulo.  El caso es que entre todos me llevaron a mi apartamento.  Y les reconozco que no hicieron ascos a pesar de que olía a meados.

--¡Ah que las arañas! Que les digo que estoy bien 

--Pos yo no lo puedo dejar solo. Se ve todo alterado --dijo doña Lupita--. Y dice que no se lastimo de la caída pero yo lo vi rebotar al caer.  Vamos, tiene un ojo morado el pobre viejito.  No se me vaya a morir aquí solo.

--¿Y qué carajos importa si me muero solo o con público?  No se preocupen por m, déjenme solo, por favor. A ver si regresa Brígida. Ella me hará compañía.

--¿Brígida es su esposa? pregunto el vecino a doña Lupita en voz bajita.  

¡Como si no fuera yo a oír! No todos los viejos se ponen sordos.

--Si. Pero es un fantasma --le explicó doña Lupita en voz igual de quedita.

--¡Que me dejen solo, carajos! --dije ya con insistencia.

--Ta gueno, nos vamos mi general --accedió doña Lupita--. Ahí le dejé unas entomatadas en la estufa.  Llámeme si necesita algo.

Ya que se fueron los dos, me quite con trabajos mis botas federicas. Luego me quite mi uniforme y ropa interior meada. Me puse una bata.  Luego  me puse a buscar en el closet. A veces un hombre necesita alcohol. En efecto, encontre una botella de cognac media llena. Al estar buscando entre mis tiliches me encontré tambien mi vieja pistola, la misma con que Fierro le había ganado el concurso de tiro a Patton. Estaba toda herrumbrosa. La sopesé por un momento. Estaba cargada. ¿Tendría acaso el valor? Me llevé la botella y me senté en la cama. Me tome dos tragos. Levanté el arma y puse el cañón en mi sien. Apreté mis ojos.

--Quítale el seguro primero, Pavón, no seas tan pendejo --dijo Brígida observándome desde una esquina.

Bajé la pistola. En efecto, tenía el seguro puesto. De pronto ya no me sentía con el ánimo para hacer lo que estuve a punto de hacer.

--Mejor me emborracho, vieja. A ver si el alcohol me mata. 

Me fui rengueando a la sala y me senté en mi sillón. Volví a tomar unos tragos. Brígida me observaba sonriendo. Vieja cabrona.

--¿Tú siempre vas a estar así de chula? --le pregunté--.  ¿Cómo se si no me estas poniendo los cuernos con algún catrín muerto? 

El espectro me hizo una señal obscena.  

--A veces si eres rete pendejo, Pavón.   

Luego me sonrió.  Sentí sus manos acariciar mi cara.  Sabía que era inútil tratar de tocarla.  Era insubstancial.  Solo existía en mi mente, sí, pero trataba de olvidar esto, últimamente con bastante éxito.  Me puse mejor a beber.  Había aprendido que el alcohol ayudaba mucho a olvidar la realidad. 

A través de mi ventana podía observar la plaza de las tres culturas.  A lo lejos podían adivinarse las copas nevadas de los volcanes. El trago me amodorró.  Los volcanes se fueron desvaneciendo.  Se hizo de noche de improviso, ahí mismo oscureció, dentro de mi apartamento, aunque afuera era todavía de día.  La oscuridad era total.  Empecé a distinguir los fuegos de unas fogatas.  A su alrededor grupos de sombrerudos se arrejuntaban pues el desierto siempre es muy frio al anochecer.  Se oía el aullar de los coyotes y risas de hombres y una que otra guitarra.  El olor a carne asada se mezclaba con el olor a tropa que no se ha bañado en semanas.  Ese último olor es difícil de olvidar y nunca se acostumbra uno a este.  En lontananza se veían los tenues quinqués de las casas de Ciudad Juárez.  Eran mediados de abril de 1911. 

Dentro de una casa de adobe dos hombres  estaban sentados frente a una mesa improvisada.  Sobre esta había un mapa del norte de México que había sido tal vez confiscado de una estación del tren.   

Uno de los hombres era chaparrito, calvito, con piochita, y traía un brazo en un cabestrillo pues habia recibido un plomazo ahí ante Casas Grandes.  Se trataba, por supuesto, de Francisco I. Madero, el líder de la insurrección.  El otro era más alto, bien plantado, de lentes.  Se trataba de su hermano Raúl. 

--Yo creo que el italiano Garibaldi tiene razón Pancho –dijo con énfasis Raúl--.  No podemos dejar que Alanís y su gente hagan lo que gusten.  Esta demanda es inaceptable.  Se les tiene que disciplinar. 

Madero alzo la carta que había recibido de Alanís, el líder del contingente magonista y leyó en voz alta. 

--Al no estar de acuerdo con la propuesta de negociar con los enviados del gobierno y ante la falta de iniciativa que aducen he demostrado Alanís y su gente anuncian que se retiran de nuestras filas y conducirán una campaña militar en paralelo en contra del gobierno federal. 

--O sea, desconocen tu autoridad, Pancho –insistió Raúl--.  Así, sin disciplina, no se puede hacer la guerra, hermano.  ¿Y por qué carajos accedieron entonces a integrarse a nuestras filas?  Hemos sitiado Ciudad Juárez.  Lo podemos tomar por asalto.  Los federales no tendrán más de mil soldados en esa plaza.  Pero no podemos hacer tal si hay desunión en nuestras filas. 

--Yo prefiero negociar la capitulación, Raúl.  Díaz ya anuncio que enviara representantes.  Creo que podemos llegar a un acuerdo y evitar que corra más sangre. 

--Pues tú sabrás, Pancho.  El caso es que hay que hacer un ejemplo de Alanís y su gente.  Nomás no te tienen respeto.  No portan el moño tricolor como el resto de nuestros soldados sino uno rojo. Desconocen los nombramientos de los oficiales que les impones y quieren elegir a sus jefes por medio de elecciones.  ¿En qué cabrón ejército los soldados eligen a sus oficiales?  Y no quieren tomar prisioneros.  Dicen que los federales nunca lo hacían con ellos.  ¿Qué decides?  Garibaldi dice que está dispuesto a someterlos con el contingente de la legión extranjera. 

--No estaría bien.  ¿Te imaginas si se supiera que use extranjeros en contra de mexicanos?  Y peor, son en su mayoría gringos esos amigos. 

--¿Pero Orozco?  Don Pascual es el jefe más importante.  ¿Te apoyaría si ordenas meter en cintura a los magonistas? 

--Don Pascual es medio equivoco a veces.  No me da buena espina. El único que creo que haría lo que ordene sin chistar seria Villa. 

--¿Francisco Villa?  Válgame Dios, Pancho, el fulano es un grandísimo cabrón.  Sería un baño de sangre. 

--No veo de otra Raúl.  Hablare con Villa en la mañana.  Le pediré que se vaya con tiento.  Los magonistas son muy buenos soldados y son muy disciplinados y los vamos a necesitar. 

--No te hagas ilusiones, Pancho –le aconsejo Raul--.  Tal vez los magonistas sean buenos soldados pero para ellos tu eres un enemigo.  Representas al burgués catrín y afrancesado y peor, eres hacendado.  No me extraña que no te quieran obedecer. 

--¿Pos no se la pasan esos cabrones haciéndole homenajes al tal Praxedis Guerrero?  Tengo entendido que ese difuntito era hijo de un hacendado de Guanajuato. 

Raúl se levantó y se puso su abrigo y su sombrero.  Conocía bien a su hermano y sabía que era difícil hacerlo oír consejo una vez que tomaba una decisión 

--Pos si, Pancho, pero me temo que tú no eres el tal Praxedis.  No me gusta admitirlo pero creo que ese cabrón ya hubiera tomado Ciudad Juárez.  Y te digo esto abiertamente, a pesar y tal vez porque eres mi hermano y te quiero mucho. 

Pánfilo Alanís y su gente eran como 300 cabrones bastante entrones que estaban acampados junto al rio Bravo algo más al sur del cuartel de Madero.  Ya amanecía.  Pánfilo encendió un cigarro de hoja. Alrededor de él y de una fogata estaban reunidos sus compañeros de armas. 

--¿Entonces ahuecamos el ala, compañero Pánfilo? –pregunto mi tío Francisco. 

--Pos sí, no veo de otra compañero Pavón.  No tiene caso seguir aquí haciéndonos pendejos.  El burguesito de la piochita ahora va a dizque negociar con el gobierno.  Nosotros no nos lanzamos a la bola para andar negociando con el maldito buitre viejo de don Porfirio, ¿verdad? 

--Podemos volvernos sobre Casas Grandes –sugirió mi tío Francisco--.  La conozco.  Y podríamos vengar a Praxedis. 

--Eso, compañero Pavón, será algo que se decidirá entre todos una vez que nos larguemos de aquí. 

--Compañero Alanís –anuncio uno de los magonistas--.  Viene un enviado de parte de Madero. 

--¿Viene solo? 

--Si.  Es el tal Francisco Villa. 

Inútil es describir a Francisco Villa.  Ustedes ya lo conocen después de tantas imágenes que circulan de él.   

Villa entro al campamento magonista.  Estaba solo.  Sin decir palabra se plantó frente a Alanís.  Luego se hinco y poso su mano sobre su cinturón.  Hubo un momento incómodo.  Pero Villa solo produjo la taza que le colgaba del cinto y se sirvió de la cafetera que tenían los magonistas. 

--De nada, Pancho –dijo lacónicamente Alanís. 

Villa sonrió con los ojos entrecerrados.  Era la sonrisa de un lobo estepario. 

--¿Así que ustedes se van a pelar señores? –pregunto Villa. 

--Si –admitió Alanís sin caer en la tentación de dar explicaciones inútiles--.  ¿Quién diablos nos lo va a impedir? 

Villa tomo un sorbo del café y sonrió. 

--Esta bueno el café.  Ayuda para el frio.  Y respecto a lo que pregunta, pos yo soy el bueno.   

--¿Usted solo nos va a impedir irnos de aquí, Villa? 

--No, no estoy solo.  No soy tan curro.  Tengo a 900 soldados desplegados alrededor de ustedes, con ametralladoras. 

--No me sorprende.  Madero le dio las tres ametralladoras que tiene a la mano. 

--Son una chulada de máquinas –sonrió Villa--, de las que llaman Maxim enfriadas por agua.  Las compro el señor Madero en el otro lado.  Podrían cubrir con plomo todo este llano en segundos.  No quedaría nadie vivo. 

Los magonistas maldijeron quedamente. 

--Y me imagino que si usted no regresa a sus filas después de cierto tiempo van a abrir fuego, ¿verdad? –se atrevió a sugerir mi tío. 

Villa lo vio fijamente tomando la medida de mi tío y sonrió.  Sus ojos, sin embargo, no sonreían.   

--Pos si, así es, muchachito.  Y ya hemos dilatado mucho, ¿no cree? 

--Valiente revolución que se la pasa discutiendo a lo pendejo con los porfiristas –escupió Alanís--.  Bien, ¿y qué diablos quiere Madero? ¿Qué nos quedemos a besarle los tompiates a los federales? 

--Pos mire, por el momento, usted se regresa conmigo, Alanís –explico Villa. 

--¿Me va a fusilar?  No le tengo miedo a la muerte –contesto Alanís. 

--Lo sé bien.  Nadie lo acusa de ser coyón, Alanís.  Y no, no me han ordenado fusilarlo.  Y tráigase con usted a este muchachito –dijo Villa señalando a mi tío. 

--¿Y qué de mi gente? 

Villa se paró y encaro a los magonistas. 

--Por el momento, ustedes, muchachitos, entregaran las armas a mi gente.  

--Usted es también proletario, Villa –le espeto Alanís--.  ¿Por qué sirve a esos burguesitos? 

--No diga más, señor Alanís –advirtió Villa--.  Yo respeto mucho al señor Madero.  Pero si, sépanlo que esta situación no puede durar más.  Ciudad Juárez debe ser tomada de una u otra manera.  Dejen mientras que los catrines hablen.  Pronto habrá oportunidad de entrarle a los plomazos. 

Alanís le hizo una señal a sus hombres y el y mi tío le entregaron sus pistolas a Villa. 

--Hagamos lo que piden estos amigos por ahora, compañeros.  Ya habrá oportunidad de actuar contra los oligarcas. 

Seguido de Alanís y de mi tío Villa salió sonriendo del campamento magonista.  Ya que llegaron a despoblado mi tío lo encaro. 

--Pos ya no la haga de tos, señor Villa.  Si nos va a llenar de plomo pos hágalo de una vez. 

Villa los encaro.  Su mano estaba en su pistola. 

--Díganme una cosa, señores.  ¿Es cierto que los mandos de su tropa son puros maestros? 

--Así es –contesto Alanís--.  Los compañeros nos hicieron el honor de elegirnos  como sus líderes porque sabían que casi todos somos maestros.  Yo mismo solía dar clases en un jacal por el rumbo de Agua Prieta y el maestro Pavón aquí lo hacía en Veracruz.  ¿Qué con ello? 

--Pos le aclaro entonces que Francisco Villa será muy cabrón, sí, pero nunca mataría a un maestro.  Pero les advierto, señores: no me busquen porque me encuentran.  Ahora síganme por favor que el tiempo apremia. 

Mientras tanto, en Ciudad Juárez, yo era dado de alta en el hospital militar.  Estaba rete flaco y débil.  Encamine mis pasos hacia la aduana pues ahí me habían dicho estaba acampado el 88 batallón. En efecto, el primero que vide al entrar ahí fue al cabo López. 

--Reportándome de vuelta, mi cabo –anuncie tratando de plantarme derechito y saludar como si fuera un prusiano.  Me temo que no podía dar un taconazo pues solo portaba huaraches.

--¡Puta madre!  ¡No te moriste Pavón! –me dijo el soldadote. 

Mis otros compañeros me dieron la bienvenida. 

--Carajos, Pavón, si serás pendejo –dijo el sargento Toribio aproximándose. 

--¿Por qué sargento? –pregunte saludándolo marcialmente. 

--Te hubieras seguido directamente al otro lado chamaco.  De todo el 88 solo quedamos los cien que estamos aquí en la aduana.  El resto se ha muerto o ha desertado o los han fusilado por intentar desertar o se murieron con el tifo. 

--¿Solo quedan cien? 

--Si.  Peor, estamos a la orden directa del puto de Cervantes –advirtió Toribio--.  Lo acaban de nombrar mayor y es el nuevo comandante de lo que queda del 88.  Trata de no atraer su atención, Pavón.  No te vaya a pisar el cabrón. 

--¿Y nos van a atacar los maderistas, sargento?  Oí en el hospital que estábamos sitiados. 

--En efecto, los maderistas cortaron la vía del tren en Bauche.  Solo nos llegan vituallas desde El Paso, gracias a Dios.  Si no, ya nos hubieran rendido por hambre.  Y no dudo que se desatara la balacera en cualquier momento.  Tengo entendido que los jefes están negociando.  Pero dudo que el viejo Navarro se vaya a querer rendir. 

El general federal, Juan J. Navarro, era un veterano de la guerra contra los franceses y tenía fama de ser durísimo. 

--Ven conmigo, Pavón –me ordeno Toribio--.  Te voy a asignar con el sargento Domínguez, en el techo. 

Seguí a Toribio.  La aduana era un edificio vasto y de gruesas paredes.  Sería fácil de defender.  Llegamos a la azotea y ante mi había una amplia terraza.  Desde ahí se podía ver toda Ciudad Juárez, el rio, y El Paso.  

--A ver, Domínguez –anuncio Toribio--.  Aquí le traigo otro soldado. 

Domínguez era un indito menudito muy callado con las insignias del arma de artillería.  Tenía con él a otros dos soldados de artillería y a uno del 88. 

--Ponga sus tiliches en la esquina –ordeno Domínguez--.  Hacemos vivaque ahí.  El parque está en la otra esquina, por seguridad, y vamos por agua y a cagar al rio mientras se pueda. 

Atrás de uno de los parapetos de la terraza estaba un mortero.  Era uno de los tres con que contaba la guarnición de Ciudad Juárez. Domínguez y sus soldados eran los encargados de servirlo.  Yo y el otro soldado del 88 teníamos el encargo de protegerlos de los maderistas. 

--¡Atención! –grito uno de los soldados de artillería. 

De inmediato nos pusimos en posición de firmes.  El ahora mayor Cervantes, seguido de un oficial con los galones de coronel se aproximaba.  Cervantes, como siempre, estaba inmaculadamente vestido.  El coronel era un tal Tamborel que usaba el bigotazo a la káiser tan de moda entre los militares de entonces.  Nos regresaron el saludo sin prestarnos atención, lo cual yo agradecí.  Discretamente trate de ocultarme detrás del sargento Toribio. 

--Que buen punto de observación es este, Cervantes –dijo Tamborel—sacando unos binoculares y escudriñando el horizonte. 

--En efecto, mi coronel –afirmo Cervantes--.  Desde aquí se domina toda esta sección del rio.  Es más, mire usted en esa dirección.  ¿Ve la casa de adobe allá?  Es el cuartel general de Madero. 

--Ah, cabrón –sonrió Tamborel--.  Me daría gusto bombardear a Madero y a sus roba vacas. 

--No, coronel, el lugar está fuera de nuestro alcance, me temo –explico Cervantes--.  El sargento Domínguez aquí es un artillero excelente y, créame, ya le hubiéramos llovido granadas a Madero si estuviera más cerca. 

--¿Cómo es eso Domínguez? 

--Sí, mi coronel –contesto Domínguez--.  El blanco esta 2.3 kilómetros según mis instrumentos.  Mi mortero tiene un kilómetro de alcance a lo más. 

--Lo que si podemos hacer –explico Cervantes—es castigar a esos cabrones si vienen a través de esa calzada que bordea el rio.  Les costara un rio de sangre tan solo aproximarse. 

--Excelente –dijo Tamborel--.  Le hare saber todo esto a mi general Navarro. 

Ya que se fueron los dos oficiales en efecto pude observar como el sargento Domínguez hacia cuidadosos cálculos.  A veces me pidieron que caminara a lo largo de la calzada y plantaba un banderín cada que caminaba cien pasos.  Me detenía entonces mientras Domínguez tomaba nota y hacia ajustes.  Luego me daban la señal que avanzara otros cien pasos.  En efecto, los maderistas, si se aproximaban por ahí iban a estar sujetos al fuego de nuestro mortero.  Esa calzada iba a ser un matadero.