Adicto no nada más al alcohol, sino también a la sangre, el enfermo que se sienta en la silla presidencial de Mexico es uno de los peores genocidas contemporáneos. Mucho peor que Díaz Ordaz y muy similar a Slovodan Milosevic.
En tres años de gobierno y de la supuesta “guerra contra el crimen”, van más de 22 mil muertos. Entre ellos hay de todo: narcotraficantes, militares, policías y “daños colaterales” (o víctimas inocentes, como también se les conoce).
A pesar del discurso clasista y de odio, que festeja cada que un delincuente muere o que duda de la inocencia de las víctimas civiles, ninguno de esos más de 22 mil mexicanos merecía morir.
Muchos de ellos eran jóvenes que, efectivamente, se involucraron en actividades ilícitas, buscando las oportunidades que el país, simple y sencillamente les negó para ganarse la vida dignamente y salir de la miseria.
Otros eran niños que viajaban con sus familias y pasaron por un retén de soldados intoxicados por las mismas sustancias que supuestamente combaten. Otros más eran militares o policías enviados a pelear una guerra imposible de ganar.
Sus muertes sólo han servido para una cosa: fortalecer a un presidente políticamente débil que perdió la elección de 2006, la de 2009 y que perderá todas las de 2010 con todo y sus aliados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario