7/19/2010

Juliano, El primer Apostata



 En memoria del emperador Juliano, conocido por la Iglesia como “el apóstata”
 En la época de Juliano, el Imperio romano se dividía en el Imperio de oriente y el Imperio de occidente. El emperador de ambos territorios, Constancio II, tenía el título de Augusto y contaba, bajo sus órdenes, con un César de oriente y un César de occidente. Juliano fue nombrado por el emperador Constancio César de occidente en el año 355 y en el año 361 fue proclamado Augusto de oriente y occidente por sus soldados.
 Cuando se dirigía hacia oriente con su ejército, Constancio falleció y Juliano le sucedió como nuevo Augusto hasta el año 363 en que falleció o fue asesinado por uno de sus soldados mientras combatía contra los persas Juliano es famoso por haber regresado a la religión ancestral de Roma, abandonando el cristianismo, por lo cual fue denominado posteriormente, cuando la Iglesia retomó el poder, como “el apóstata”, mientras que en su época fue en realidad conocido como “el heleno”, por su amor por la filosofía.
No es el propósito de esta breve introducción relatar la biografía de Juliano, pues es preferible dejar que la cuente el mismo Juliano. El documento anexo es un ensayo de reconstrucción de la forma en que Juliano hubiera relatado a su gran amigo, el filósofo Libanio, el mayor descubrimiento de las investigaciones que sin duda realizó con miras a desmitificar al cristianismo.

Aunque se trata en consecuencia de un documento ficticio, el principal hecho que narra es cierto, aunque los biógrafos de Juliano lo omitan. Se trata nada menos que de la exhumación en la ciudad de Sebaste, antigua Samaria, de un cadáver que Juliano pretendía que era el de “aquel a quien los cristianos adoran como a un dios” en su carta a Fotino (Ver Contra los galileos, cartas y fragmentos, testimonios y leyes, publicado por Editorial Gredos, página 157) y que los padres de la Iglesia posteriormente aseguraron, contra toda lógica, que se trataba en realidad de Juan el Bautista (ver por ejemplo Teodoreto, Historia de la Iglesia, capítulo III, libro 3).
El documento anexo se basa en diversos escritos y discursos y en la correspondencia de Juliano y del propio Libanio que permiten reconstruir su pensamiento, su estilo literario y suponer la forma en que hubiera comunicado el descubrimiento que realizó y que deseaba dar a conocer una vez hubiera vencido a los persas. Es sin duda una lástima que no lo hubiera hecho.
El único homenaje que podemos brindarle es darle una oportunidad póstuma de divulgar secretos que se llevó a su tumba, pero que posiblemente hubieran podido, de conocerse en su época, cambiar sustancialmente, como él deseaba, la historia religiosa del mundo occidental.

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