7/28/2017

EL ULTIMO TREN

Mario Quijano Pavon   "Pomponio"

II.     La Grilla

Coscomatepec, Veracruz – noviembre de 1910

Mis huaraches pisaban el empedrado de piedra volcánica de la calle principal del pueblo. Mis pies eran los de un chamaco. Acaso tendría quince años. Me sentía ligerito, lleno de vida. Coscomatepec se asienta como un nacimiento al pie del majestuoso pico de Orizaba. El pueblo era frio y siempre brumoso. La cima del volcán se divisaba surgiendo entre las nubes.

--Abraham dice que ya lo hizo --dijo una voz a mi lado.

Reconocí a mi primo Jaime. Al morir mis padres en un accidente ferroviario mi tío Francisco, el maestro de la localidad, me había recogido. Jaime era su hijo y habíamos crecido juntos como hermanos, aunque yo le llevaba un año de edad. Jaime estaba en esa edad entre hombre y niño con voz de gallo que está aprendiendo a cantar. Mi voz había cambiado unos meses antes y yo había empezado a dar mi “estirón”.

Tanto Jaime como yo andábamos desesperados tratando de ver la manera de perder nuestra virginidad. En nuestra ingenuidad pensábamos que solo conociendo mujer nos convertiríamos completamente en hombres. Y por supuesto andábamos rete jariosos a esa edad. El tal Abraham era otro chavito de nuestra escuela, donde mi tío, egresado de la normal de Xalapa, nos daba instrucción secundaria.

--¿Y tú le crees a ese cabrón? A menos que sea con una borrega no creo que haya sido con una mujer.

Jaime se rio. 


--Bueno, siempre podemos ir con la Grilla.

La Grilla era una infeliz prostituta que solía frecuentar los mesones de los arrieros y las cantinuchas del pueblo. Así le decían porque andaba saltando de palo en palo. Si acaso alguna vez había sido guapita todo eso ya se había perdido hace años. Había cambiado su belleza por los tristes cobres que le daban los rancheros.

--Mi tío, tu papá, nunca nos daría dinero para ir con la Grilla. Además de que sabe Dios qué enfermedades nos pegaría.

Jaime suspiró. 


--No se ve enferma. Y no está tan fea.

Jalé a Jaime a la orilla del camino. Adelante se veía una figura femenina que caminaba entre los cafetos. 

--Hablando del diablo, mira quien va allá.

--¡Es la Grilla! --exclamó Jaime.

--Va a bañarse, vente, yo sé dónde se puede espiar.

Eso hicimos en efecto. La Grilla se había quitado sus trapos y se bañaba sin preocupación en el arroyo. Tanto Jaime como yo la contemplábamos con ojos desorbitados de entre la maleza.  Las hormonas hervían en nuestras venas.

--Está muy peluda --observó Jaime.

--Es que es medio gachupina --le expliqué.
Yo la observaba embelesado. Tal vez la cara de la mujer mostraba los estragos de su vida pero sus carnes todavía valían la pena observar desnudas. Para mí la mujer era Isis, Afrodita, y Ashtarte todas en una.

--¡Aguas! --exclamó Jaime--.  Se acerca un jinete.

En efecto, montado en un brioso alazán y siguiendo el curso del arroyo se apareció un jinete. Este portaba un traje de charro negro, muy bonito, con botones de plata y un amplio sombrero.

--Es Francisco Cárdenas, el rural. Es de los de la acordada --dije reconociéndolo. 

La acordada eran las partidas de rurales que Porfirio Díaz había creado para perseguir a los bandidos y abigeos.  Eran crueles e implacables.  Y Francisco Cárdenas tenía fama de ser el más cabrón.  Los rurales de Cárdenas habían perseguido al bandido y magonista Santanón por todo sotavento.  Al final lo acorralaron por Cosamaloapan y lo mataron sin misericordia.
Algún día Cárdenas asesinaría a Madero detrás de la cárcel de Lecumberri y como premio Huerta lo haría general.  Y sí, yo estaría ahí también.  Pero en diciembre de 1910 todo eso nos lo ocultaba el destino.
--Es todo un hijoeputa --añadió Jaime.

La Grilla también se dio cuenta del jinete. Se volteo y se cubrió los pechos. La sonrisa que le dio al rural lo decía todo.

--Ya te extrañaba, mi Grilla --dijo el rural, apeándose del caballo. 

Luego, tomo a la mujer desnuda y la abrazó y la beso.

--¡Cómo se atreve ese hijo de la gran puta! --gemí indignado. La Grilla me pertenecía. Yo me había enamorado de ella.

--¡Cállate, pendejo! --alcanzó a decir mi primo--. A la mejor cogen aquí mismo.

En mi desesperación trate de encontrar un palo o una roca, algo con lo que pudiera enfrentarme al rural y su pistolón.

--Te necesito, cabrona --le dijo Cárdenas a la Grilla--. Mañana salgo para el norte.
--¿Vas a combatir a los maderistas?
--Si, son órdenes.
Se quitó el sombrero y se puso a zafarse el cinturón.

--Espérate tantito, Francisco --contestó la mujer.
Se volteo hacia donde nos escondíamos.
--¡Órale pinches chamacos! ¡Lárguense a su casa!

Salimos huyendo perseguidos por las risas de la pareja.

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