Manuel Álvarez Molina
La liberación de las Trece Colonias Británicas originales establecidas en la America del Norte, constituye uno de los grandes acontecimientos de la humanidad. Pero el coraje del general George Washington y su pequeño ejército de hombres de escasa preparación militar, con la ayuda de una Francia arruinada por las guerras, no hubiera sido suficiente para lograr la hazaña en aquel momento y en un tiempo relativamente corto.
Esas colonias sufrían un aislamiento geográfico, económico, político y militar que dificultaba la lucha contra el imperio británico, el más poderoso en aquellos tiempos.
Sin embargo España, aunque secretamente hasta que hizo pública una declaración de guerra a la Gran Bretaña el 22 de julio de 1779, ayudó a los revolucionarios inclusive desde antes de que se promulgara la Declaración de Independencia de Filadelfia el 4 de julio de 1776. Su primer aporte fue poner a disposición de los norteamericanos un millón de libras tornesas (moneda de la época), con las cuales se compraron importantes materiales de guerra.
El aporte económico de España, especialmente a través de sus colonias Luisiana, en el propio territorio de Norteamérica, México y Cuba, fue cuantioso a través de toda la guerra (1775-1783). Ha sido tabulado, aunque no completamente, y permanece en archivos de México y de Cuba (se desconoce si permanecen actualmente en este último país).
Pero la ayuda hispana e hispanoamericana fue mucho más que económica. La historiadora norteamericana Buchanan Parker Thompson, una de los pocos que la reconocen, dice en su obra "Ayuda Española en la Guerra de Independencia Norteamericana", que es un error de los norteamericanos de hoy pasar esto por alto.
Basten unos pocos ejemplos para ilustrar el valioso y extenso apoyo hispano a la independencia de lo que es hoy Estados Unidos.
Juan de Miralles, nacido en España de padres franceses, y radicado desde muy joven en Cuba, donde amasó una gran fortuna, fue el primer agente diplomático de España ante el Congreso Continental. Sus gestiones fueron importantísimas para los rebeldes norteamericanos. Gracias a él éstos obtuvieron una inmensa ayuda de España, con la discreción que esta nación requirió hasta la abierta declaración de guerra a los ingleses en 1779.
En opinión del historiador Herminio Portell-Vilá, probablemente las relaciones entre Estados Unidos y Cuba hubieran sido distintas de haber vivido Miralles cuando Washington llegó a ser presidente. Aunque no es posible saber el grado de amistad que llegó a existir entre ambos hombres, hay suficientes elementos de juicio, incluyendo cartas del general Washington, para suponer que las relaciones entre ellos fueron estrechas y revestidas de una sincera amistad.
Desafortunadamente Miralles sólo conoció al Washington jefe de las fuerzas independentistas, a quien admiró y ayudó, no al Washington presidente de los Estados Unidos. En el crudo invierno de 1780, Miralles enfermó de pulmonía mientras viajaba de Filafelfia a Morristown, N.J. en los incómodos y desprotegidos carruajes de la época, para entrevistarse con Washington.
Al llegar fue alojado en la habitación más confortable de la Ford Mansion, residencia en ese tiempo del general Washington y su familia. Cuidadosamente atendido por los médicos de Washingtgon y por la esposa de éste, Martha C. Washington, Miralles falleció la tarde del 28 de abril de 1780.
Sus funerales, dirigidos por el general Washington como uno de los dolientes, fueron rodeados de gran solemnidad. Poco después el cadáver fue transportado a La Habana en donde recibió sepultura.
Fue precisamente La Habana, de principio a fin, el centro de operaciones de la ayuda de España a los rebeldes norteamericanos. El reinado de Carlos III había llegado a la conclusión de que Cuba, por su tamaño, su posición geográfica (era llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias), sus recursos, su población, sus astilleros, arsenales y almacenes navales, era el territorio idóneo para ayudar a los patriotas norteamericanos. Era, en ese momento, la más poderosa plaza fuerte de las Américas, además, por su cercanía a las Trece Colonias.
En La Habana eran reparados, artillados y equipados los buques de guerra norteamericanos. De allí partían las expediciones de ayuda a la guerra y allí fueron a parar millares de prisioneros de guerra ingleses. En Cuba se reclutaban y adiestraban milicias de blancos y negros. Los españoles usaron también, aunque en número menor, territorios de México, Santo Domingo y Puerto Rico.
Uno de los episodios demostrativos de que los norteamericanos no ganaron su guerra de independencia solamente con la ayuda de los franceses, como proclama la mayoría de los historiadores estadounidenses, fue el papel decisivo jugado por el conde español Bernardo de Gálvez, a quien a mediados de 1779, junto con la noticia de que España había entrado abiertamente en la guerra, le llegó desde La Habana su nombramiento como gobernador de Louisiana.
Después de que un huracán destruyera o se dispersara en Nueva Orleans los navíos que tenía preparados para remontar el Mississippi, Gálvez declaró que estaba dispuesto a dar la vida por defender la Louisiana de los ingleses, si los vecinos estaban de acuerdo y le secundaban en la gesta. En pocos días organizó una expedición de 667 hombres, incluyendo a 330 reclutas mexicanos, milicianos procedentes de Cuba, 80 negros y mulatos libres, venezolanos, dominicanos, puertorriquenos, guatemaltecos y 7 voluntarios anglosajones.
La tropa fue asestando golpe tras golpe, venciendo a los británicos y ganando toda la cuenca del Mississippi. En 1781 ya no quedaban fuerzas británicas en la región. Esto representaba la retaguardia de Pensilvania, de Virginia y sur de Georgia, lo cual impidió que los ingleses pudieran ayudar al teniente general Charles Cornwallis, jefe de las fuerzas británicas, en la batalla decisiva de Yorktown.
Más tarde, y con otros refuerzos, Gálvez sitió y rindió a Mobila y a Panzacola, las dos principales bases británicas para el comercio y las operaciones navales en el Golfo de México. El ataque a Panzacola, fuertemente guarnecida por los británicos, pudo hacerlo Gálvez viajando a Cuba, donde gestionó y obtuvo, el 11 de agosto de 1780, que se organizara una expedición bajo su mando con 4,000 hombres de La Habana, a los que se sumanrian 2,000 más aportados por Mexico, y todos los que pudieran sumarse en Puerto Rico y Santo Domingo.
La expedición partió de La Habana con los hombres, además de buques, fragatas y otras naves, así como pertrechos de guerra, alimentos y medicinas. Pero un huracán dispersó las naves y provocó grandes pérdidas. Gálvez se vio imposibilitado de atacar Panzacola en esa ocasión.
Pero a principios de 1781, el decidido Gálvez volvió a La Habana y sus insistentes gestiones lograron otra expedición más o menos similar, a la cual se uniría más tarde, ya en plena contienda, una poderosa flota en la que iban, además de cubanos, reclutas enviados de México, Guatemala y Venezuela. El 8 de mayo Panzacola se rindió. El capitán venezolano Francisco de Miranda estuvo encargado de las negociaciones de rendición, ya que hablaba inglés.
Francisco de Miranda, además, gestionaría en Cuba dinero para las tropas de Washington. Posteriormente, De Miranda pasaría a la historia como precursor de la independencia de la América Hispana.
La batalla de Yorktown finalizó con la rendición de las fuerzas británicas, al mando de Charles Cornwallis, el 17 de octubre de 1781. No hubo negociaciones de paz porque los victoriosos rebeldes se negaron a hacerlas mientras no se reconociera la independencia de las colonias, lo cual tardó más de un año. Al fin lo llevó a efecto el Rey Jorge III en el discurso de la corona el 5 de diciembre de 1782.
Una nueva nación, Estados Unidos, había nacido. Pero la ayuda fundamental de España e Hispanoamérica quedó relegada al olvido por quienes escriben la historia sin el auxilio de la honestidad.
Esas colonias sufrían un aislamiento geográfico, económico, político y militar que dificultaba la lucha contra el imperio británico, el más poderoso en aquellos tiempos.
Sin embargo España, aunque secretamente hasta que hizo pública una declaración de guerra a la Gran Bretaña el 22 de julio de 1779, ayudó a los revolucionarios inclusive desde antes de que se promulgara la Declaración de Independencia de Filadelfia el 4 de julio de 1776. Su primer aporte fue poner a disposición de los norteamericanos un millón de libras tornesas (moneda de la época), con las cuales se compraron importantes materiales de guerra.
El aporte económico de España, especialmente a través de sus colonias Luisiana, en el propio territorio de Norteamérica, México y Cuba, fue cuantioso a través de toda la guerra (1775-1783). Ha sido tabulado, aunque no completamente, y permanece en archivos de México y de Cuba (se desconoce si permanecen actualmente en este último país).
Pero la ayuda hispana e hispanoamericana fue mucho más que económica. La historiadora norteamericana Buchanan Parker Thompson, una de los pocos que la reconocen, dice en su obra "Ayuda Española en la Guerra de Independencia Norteamericana", que es un error de los norteamericanos de hoy pasar esto por alto.
Basten unos pocos ejemplos para ilustrar el valioso y extenso apoyo hispano a la independencia de lo que es hoy Estados Unidos.
Juan de Miralles, nacido en España de padres franceses, y radicado desde muy joven en Cuba, donde amasó una gran fortuna, fue el primer agente diplomático de España ante el Congreso Continental. Sus gestiones fueron importantísimas para los rebeldes norteamericanos. Gracias a él éstos obtuvieron una inmensa ayuda de España, con la discreción que esta nación requirió hasta la abierta declaración de guerra a los ingleses en 1779.
En opinión del historiador Herminio Portell-Vilá, probablemente las relaciones entre Estados Unidos y Cuba hubieran sido distintas de haber vivido Miralles cuando Washington llegó a ser presidente. Aunque no es posible saber el grado de amistad que llegó a existir entre ambos hombres, hay suficientes elementos de juicio, incluyendo cartas del general Washington, para suponer que las relaciones entre ellos fueron estrechas y revestidas de una sincera amistad.
Desafortunadamente Miralles sólo conoció al Washington jefe de las fuerzas independentistas, a quien admiró y ayudó, no al Washington presidente de los Estados Unidos. En el crudo invierno de 1780, Miralles enfermó de pulmonía mientras viajaba de Filafelfia a Morristown, N.J. en los incómodos y desprotegidos carruajes de la época, para entrevistarse con Washington.
Al llegar fue alojado en la habitación más confortable de la Ford Mansion, residencia en ese tiempo del general Washington y su familia. Cuidadosamente atendido por los médicos de Washingtgon y por la esposa de éste, Martha C. Washington, Miralles falleció la tarde del 28 de abril de 1780.
Sus funerales, dirigidos por el general Washington como uno de los dolientes, fueron rodeados de gran solemnidad. Poco después el cadáver fue transportado a La Habana en donde recibió sepultura.
Fue precisamente La Habana, de principio a fin, el centro de operaciones de la ayuda de España a los rebeldes norteamericanos. El reinado de Carlos III había llegado a la conclusión de que Cuba, por su tamaño, su posición geográfica (era llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias), sus recursos, su población, sus astilleros, arsenales y almacenes navales, era el territorio idóneo para ayudar a los patriotas norteamericanos. Era, en ese momento, la más poderosa plaza fuerte de las Américas, además, por su cercanía a las Trece Colonias.
En La Habana eran reparados, artillados y equipados los buques de guerra norteamericanos. De allí partían las expediciones de ayuda a la guerra y allí fueron a parar millares de prisioneros de guerra ingleses. En Cuba se reclutaban y adiestraban milicias de blancos y negros. Los españoles usaron también, aunque en número menor, territorios de México, Santo Domingo y Puerto Rico.
Uno de los episodios demostrativos de que los norteamericanos no ganaron su guerra de independencia solamente con la ayuda de los franceses, como proclama la mayoría de los historiadores estadounidenses, fue el papel decisivo jugado por el conde español Bernardo de Gálvez, a quien a mediados de 1779, junto con la noticia de que España había entrado abiertamente en la guerra, le llegó desde La Habana su nombramiento como gobernador de Louisiana.
Después de que un huracán destruyera o se dispersara en Nueva Orleans los navíos que tenía preparados para remontar el Mississippi, Gálvez declaró que estaba dispuesto a dar la vida por defender la Louisiana de los ingleses, si los vecinos estaban de acuerdo y le secundaban en la gesta. En pocos días organizó una expedición de 667 hombres, incluyendo a 330 reclutas mexicanos, milicianos procedentes de Cuba, 80 negros y mulatos libres, venezolanos, dominicanos, puertorriquenos, guatemaltecos y 7 voluntarios anglosajones.
La tropa fue asestando golpe tras golpe, venciendo a los británicos y ganando toda la cuenca del Mississippi. En 1781 ya no quedaban fuerzas británicas en la región. Esto representaba la retaguardia de Pensilvania, de Virginia y sur de Georgia, lo cual impidió que los ingleses pudieran ayudar al teniente general Charles Cornwallis, jefe de las fuerzas británicas, en la batalla decisiva de Yorktown.
Más tarde, y con otros refuerzos, Gálvez sitió y rindió a Mobila y a Panzacola, las dos principales bases británicas para el comercio y las operaciones navales en el Golfo de México. El ataque a Panzacola, fuertemente guarnecida por los británicos, pudo hacerlo Gálvez viajando a Cuba, donde gestionó y obtuvo, el 11 de agosto de 1780, que se organizara una expedición bajo su mando con 4,000 hombres de La Habana, a los que se sumanrian 2,000 más aportados por Mexico, y todos los que pudieran sumarse en Puerto Rico y Santo Domingo.
La expedición partió de La Habana con los hombres, además de buques, fragatas y otras naves, así como pertrechos de guerra, alimentos y medicinas. Pero un huracán dispersó las naves y provocó grandes pérdidas. Gálvez se vio imposibilitado de atacar Panzacola en esa ocasión.
Pero a principios de 1781, el decidido Gálvez volvió a La Habana y sus insistentes gestiones lograron otra expedición más o menos similar, a la cual se uniría más tarde, ya en plena contienda, una poderosa flota en la que iban, además de cubanos, reclutas enviados de México, Guatemala y Venezuela. El 8 de mayo Panzacola se rindió. El capitán venezolano Francisco de Miranda estuvo encargado de las negociaciones de rendición, ya que hablaba inglés.
Francisco de Miranda, además, gestionaría en Cuba dinero para las tropas de Washington. Posteriormente, De Miranda pasaría a la historia como precursor de la independencia de la América Hispana.
La batalla de Yorktown finalizó con la rendición de las fuerzas británicas, al mando de Charles Cornwallis, el 17 de octubre de 1781. No hubo negociaciones de paz porque los victoriosos rebeldes se negaron a hacerlas mientras no se reconociera la independencia de las colonias, lo cual tardó más de un año. Al fin lo llevó a efecto el Rey Jorge III en el discurso de la corona el 5 de diciembre de 1782.
Una nueva nación, Estados Unidos, había nacido. Pero la ayuda fundamental de España e Hispanoamérica quedó relegada al olvido por quienes escriben la historia sin el auxilio de la honestidad.
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