7/19/2010

El Legado de Juliano ( Segunda Parte )


A continuación se relatan unas escenas que a oídos romanos solo pueden aparecer como grotescas, en las cuales unos soldados romanos, en vez de atender a la seguridad de la ciudad en fechas de tanto peligro, se ponen a jugar con un reo, le confeccionan una corona de espinas y lo visten con una clámide [Tunica corta] de púrpura para ridiculizarlo, mientras que un prefecto romano desobedece su propio criterio para actuar conforme a los deseos de la turba de una pequeña provincia del Imperio, que ni siquiera tenía ciudadanía romana.
Los rabinos calmaron diligentemente mi irritación por los relatos sobre los juegos de los soldados romanos con Jesús, dándome a leer un libro de Filón de Alejandría, escrito en contra del prefecto Flaco en el cual se narran estas mismas escenas, en las cuales se habían inspirado (y copiado textualmente algunos párrafos) los escritores de los evangelios, lo cual quitaba a este relato todo carácter de veracidad.
En cuanto a las escenas en que el prefecto romano es mostrado como un pelele, convencido de la inocencia de Jesús pero atemorizado por la turba ante la cual acaba cediendo en contra de su criterio y de su voluntad, ello es totalmente ridículo. El relato según el cual el prefecto romano dio a escoger entre Jesús y Barrabás, por cuanto existía la costumbre de soltar un preso durante la Pascua, no responde tampoco a la verdad; tal costumbre nunca existió en el Imperio romano ni en Israel. Todo este pasaje me pareció, cuando lo leí, destinado a inculpar a los judíos y a liberar a Roma de toda culpa por la muerte de Jesús, lo cual pude corroborar cuando investigué las circunstancias en que fueron escritos los evangelios según narro más adelante.
Siguiendo a Lucas, la acusación que el Sanedrín presentó a Pilatos la mañana siguiente a su apresamiento no tuvo curiosamente nada que ver con el crimen por blasfemia que era el que le habían imputado los judíos la noche anterior, sino con el de sedición: “Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra nación. Se opone al pago de tributos al Emperador y afirma que él es el Cristo, un rey”. Como antes intuí y ahora pude confirmar, estos cargos son los que podían haberse imputado a otros supuestos mesías, especialmente al citado Judas de Gamala y que habían sido por ello crucificados por Roma, pero nunca habían sido juzgados por blasfemia por los judíos. Esta historia parecía por tanto bastante sospechosa, lo que me llevó a creer que el mesías pacífico descrito en los evangelios era en realidad el mesías guerrero y zelote, anunciado en los textos que los maestros judíos me mostraron, cuyo propósito real había sido el restablecimiento de la independencia de Israel. En su juicio seguramente no habían tenido nada que ver los judíos, sino que se había tratado de un típico proceso de la justicia romana por sedición contra el Imperio.
Después de su condena, sigue el relato de la crucifixión, también poco creíble, por cuanto según los evangelios el mismo tiene lugar en vísperas del Sabat, lo cual, nuevamente según mis rabinos, no estaba permitido en Jerusalén, ya que ello hubiera supuesto violar este día sagrado, dado que el cadáver hubiera debido quedar expuesto (lo cual consideraban impuro) al no poder ser retirado durante el Sabat, por considerarse tal retiro un trabajo no permitido por la ley judía. Por otro lado, si Jesús había sido condenado por sedición y era judío, hubiera debido ser flagelado por látigos y no por varas (reservadas a ciudadanos romanos) y crucificado cabeza abajo, como era lo prescrito para los rebeldes que se habían levantado contra Roma (por haberse levantado se los crucificaba como derribados) y no cabeza arriba, tal y como se deduce de los relatos evangélicos (ésta era la forma prescrita para los malhechores por delitos comunes).
Los evangelios, en las nuevas versiones que el obispo Eusebio de Cesarea elaboró a solicitud del Emperador Constantino, terminan con la insinuación de la resurrección corporal de Jesús. Pues bien, mi querido Libanio, si tu paciencia no desfallece, te probaré pronto que tal cadáver sí existió …¡hasta que yo, Juliano Augusto, a quien llaman el heleno, lo encontré!, demostrando por tanto que nunca ocurrió tal resurrección.
Después que mis rabinos me explicaron todas las incoherencias en los relatos que acabo de narrar, les pregunté cual podía ser la causa de las mismas. Su respuesta fue contundente. Según ellos, ninguno de los autores de los evangelios había conocido Palestina, ni poseía un conocimiento adecuado de la Ley judía. De otra forma no hubieran afirmado que la mostaza es un gran árbol (en realidad es una pequeña mata, que no pasa de un metro de altura); ni que el lago de Kenaret, también llamado de Tiberiades, al que llaman de Genesaret o mar de Galilea en algunos evangelios, produjera grandes olas (ya Flavio Josefo lo calificaba como el más tranquilo del mundo); ni que en “el país de los gerasenos, que está frente a Galilea” pudieran encontrarse piaras de 2.000 cerdos, cuyo consumo estaba prohibido por la Ley judía y además arrojarse a algún lago, del que no se tienen noticias cerca de Gerasa; tampoco hubieran traducido qannaim, que en hebreo significa zelote, por cananeo, ni ishi-karioth que en hebreo significa hombre (ish) de la sica (pequeña daga curva) por iscariote, ni barjonna que quiere decir en hebreo por fuera de la ley, es decir zelote, por hijo de Jonás; tampoco hubieran traducido nozrim (de nozrei ha Brit, el que guarda o custodia la alianza o el pacto) por habitante de Nazaret (no existe ninguna ciudad o aldea de este nombre en Galilea) [ La actual Nazaret fue construida siglos después para satisfacer las solicitudes de los peregrinos. No se tiene confirmación alguna de su existencia en la época que narran los evangelios ] ni Taoma, que quiere decir gemelo en hebreo, por Tomás; ni José har-ha-mettin, que significa en hebreo José de la fosa de los muertos, es decir José el sepulturero, por José de Arimatea; ni hosanna que quiere decir en hebreo libéranos, por alabado seas. Tampoco hubieran imaginado que algún gallo pudiera escucharse en la madrugada del proceso de Jesús, puesto que este animal sólo fue introducido en Palestina mucho después, ni hubieran inventado el episodio de la moneda con la efigie del César, pues en Judea no se permitió que este tipo de monedas, ofensivas para la religión judía, circularan en la época de Jesús. Tampoco hubieran confundido Batanea, al este del Jordán, con la inexistente Betania junto a Jerusalén. Los autores de los evangelios, según con estos y otros muchos ejemplos me explicaron los maestros judíos, trataron con antiguos textos escritos en hebreo o arameo y su desconocimiento de la geografía y su manejo deficiente de estos idiomas les llevaron a menudo a tomar nombres propios por nombres de ciudades que nunca habían existido y a tergiversar en gran medida los relatos originales.
En mi opinión, querido Libanio, algunas de estas tergiversaciones pueden ser voluntarias y no fortuitas, pues por ejemplo la distorsión de los nombres de los discípulos de Jesús oculta el apodo de “zelotes” de algunos de ellos, la traducción de taoma por Tomás y no por gemelo impide entender que Judas Tomas es en realidad el hermano gemelo de Jesús, la conversión del sepulturero de la fosa de los muertos o “fosa infame” a la que se arrojaban los condenados a muerte, en el noble José “de Arimatea” (ciudad de la que nadie tiene conocimiento) permite elaborar el relato de la tumba vacía, la invención de la ciudad de Nazaret impide entender que Jesús pertenecía a la secta de los nazoreanos, que era otro nombre por el que se conocía a los zelotes etc. Estos y otros ejemplos me convencieron de que los evangelios cristianos no eran testimonios históricos sino elaboraciones posteriores realizadas con fines muy precisos. Ello no hizo sino agrandar mi deseo por conocer la verdad, lo cual empecé a lograr al convertirme en César de occidente. Conociendo mi afición por la lectura, la emperatriz Eusebia me obsequió entonces algunos documentos poco conocidos, entre los que figuraban algunas de las cartas dirigidas por el prefecto de Judea, Lucio Poncio Pilatos a Tiberio, en las cuales se narraba la verdadera historia de Jesús o más bien de Johanan, que era su verdadero nombre de circuncisión, como ya te aclaré. Tal y como yo había previsto, el parentesco entre ambos (la esposa de Pilatos, Claudia Prócula era nieta de Tiberio) había facilitado que Pilatos relatara estos hechos con gran confianza y sinceridad.
No puedes imaginar, querido Libanio, la gran alegría que experimenté al constatar que las conclusiones a las que había llegado al leer los evangelios eran ciertas. Jesús-Johanan aparecía en esta correspondencia como el hijo primogénito del mesías o rey zelote, Judas de Gamala o de Galilea, que tantas veces ¡y con razón! te he mencionado. Jesús-Johanan había pretendido la realeza, como su padre y su abuelo Ezequias, con mayor razón incluso por descender no solo del rey David, sino también del sumo sacerdote Aaron a través de su madre y haber estado emparentado con la familia herodiana a través de su tía, que fue una de las numerosas esposas del primer Herodes. Tiberio, seguramente convencido por su nieta, quien al parecer era una gran amiga de la princesa herodiana Salomé, discípula vinculada sentimentalmente con Jesús-Johanan, había incluso albergado el proyecto de nombrar a Jesús tetrarca en la Gaulanítide, al deponer a Filipo de la misma. El enviado por Tiberio para investigar si Jesús era digno de este cargo se había dejado, sin embargo, sobornar por Antipas y había dado un aviso desfavorable, lo cual finalmente había precipitado la rebelión de Jesús-Johanan, su ataque al templo, su captura, su escape, su nuevo levantamiento en Samaria, su derrota final y su condena y muerte cerca de Sebaste.
Lo que más llamó mi atención en estos relatos fue que, según Pilatos, Jesús-Johanan había escapado de Jerusalén después de su captura tras el ataque al templo y su muerte y entierro habían sucedido en Sebaste, tras su captura en el pueblo de Tirathaba al borde del monte Garizín. Pilatos parecía además bastante avergonzado por estos hechos, al punto de confesar que, para evitar que fueran divulgados, había violado la obligación procesal de publicar el acta de acusación en algún sitio público y la había enterrado con el reo. Entendí las razones, cuando encontré una carta de Vitelio, legado de Tiberio en Siria y por tanto superior inmediato de Pilatos, en que éste informa al Emperador de la responsabilidad y posible complicidad de Pilatos en el escape de Jesús en Jerusalén, lo cual Vitelio calificaba como hecho grave por ser Jesús-Johanan, en su opinión, un líder zelote sumamente peligroso. Como quizá recuerdas, Pilatos fue efectivamente reclamado poco después por Tiberio y cuando llegó a Roma, Calígula, quien entretanto había sucedido a éste, lo desterró a las Galias donde murió dos años después.
Nuevamente quedé atónito, pues si los relatos de Pilatos eran ciertos, ello implicaba que toda la historia sobre la crucifixión de Jesús en Jerusalén era no solo distorsionada sino en buena parte inventada. No pude en aquella época, demasiado ocupado por controlar las invasiones de pueblos germanos en las fronteras del Imperio y por mis continuas desavenencias con mi primo Constancio, investigar más a fondo sobre el particular. Poco después debí de forma imprevista ponerme en marcha con mi ejército hacia el oriente, obligado a enfrentarme con Constancio. No sabiendo cual sería el resultado de este enfrentamiento y creyendo que los Dioses me permitirían volver a Lutecia dejé a su custodia las cartas de Pilatos y otros documentos, cuya pérdida en la campaña no quise arriesgar.

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