7/19/2010

El Legado de Juliano ( Primera Parte )


Escritos de Juliano al sofista y cuestor Libanio

Si lees estos documentos, ello significa que mi expedición habrá fracasado y que para mí habrá llegado el momento de convertirme en un Dios [Desde Octavio Augusto se había oficializado en Roma la costumbre de rendir culto a los Emperadores, después de muertos, como hijos de los dioses]. Tengo, sin embargo, la esperanza, mi queridísimo hermano, de que ello no ocurra y de que pronto pueda visitarte en Antioquia y recuperar lo que te he entregado. Si lo primero ocurre, la continuación de la obra a la que he dedicado mi vida estará en tus manos. Si lo que ocurre es lo segundo, el entregarte estos documentos me habrá dado una excelente razón para decidirte a visitarme y brindarme ánimo para la gran labor de recuperación de la verdad que me he propuesto.

 Me decidí a llamarte cuando en repetidas ocasiones fui advertido de que algunos de mis generales vienen planeando mi muerte desde que iniciamos esta campaña. Al principio creí que solo se trataba de rumores sin fundamento, pese a que la mitad de mi ejército está compuesto por galileos, algunos de los cuales me detestan[Juliano era detestado por los cristianos, no por haberlos perseguido, sino por cuanto había decretado la igualdad de todos los cultos, derogando los privilegios que les habían concedido Constantino y Constancio. El gran historiador Edgard Gibbon afirma al respecto los siguiente: “(Juliano) extendió a todos los habitantes del mundo romano los beneficios de una libre e igualitaria tolerancia y la única molestia que infligió a los cristianos fue la de retirarles el poder de atormentar a sus conciudadanos, a los que estigmatizaban con los odiosos títulos de idólatras y herejes” (Declive y caída del imperio romano, cap 23). El mismo Juliano sentó su posición sobre los galileos en la forma siguiente: “Hay que hacer caso a la razón y enseñar a los hombres, no con golpes, ni con injurias, ni con malos tratos corporales. Otra vez más exhorto a los que se lanzan a la religión verdadera a que no cometan ninguna injusticia contra la masa de los galileos y a que no les ataquen ni injurien. Hay que compadecer más que odiar a los que se equivocan en los asuntos más importantes, pues si el más importante de los bienes es verdaderamente la religión, también lo contrario entre los males es la impiedad” (Carta a los habitantes de Bostra)],especialmente después del acontecimiento que te relataré más adelante. Dos hechos me han convencido poco a poco de que estas acusaciones pueden ser ciertas. Uno es la traición de Procopio[Procopio debía reunirse con Juliano desde Armenia, juntando sus tropas y las de este reino pro-romano, pero nunca se hizo presente], a quien he esperado en vano todo este tiempo y la otra la traición encubierta del conde Félix frente a Tesifonte[Juliano venció a los persas en su capital, Tesifonte, pero el conde Félix permitió que el ejército persa derrotado se refugiara en la ciudad, cuando tuvo posibilidad de perseguirlos, tomar la ciudad y hacer prisionero al rey Sapor].
 Aunque tengo cada vez más temores por mi vida, por lo anterior y por cuanto los auspicios no me son favorables desde que inicié la campaña, pese a las interpretaciones cada vez menos creíbles del buen Máximo[Juliano era reputado por la gran cantidad de sacrificios que realizaba con fines adivinatorios], no creo que en medio de los ataques repetidos de los persas pueda detener la guerra para proceder a juzgar por sospecha de traición a generales que gozan del fervor de sus tropas. Si regreso victorioso, tendré ocasión de investigar si hubo traidores y quienes fueron, pero entretanto debo correr los riesgos de los que he sido advertido por los dioses.
 Si por tanto te ves obligado a abrir el cofre que te entregué, encontrarás esta carta, el manuscrito de mi obra “adversus galileos”, que ya conoces, una inscripción gravada en madera, cuyo valor entenderás más adelante, y algunas cartas de testigos que acreditan su autenticidad. Si puedes seguir mi obra y divulgas lo que a continuación voy a relatarte, la concordancia de mi letra con la de los agregados a mi correspondencia, te permitirá probar la autenticidad de estos documentos. En cuanto a la tableta de madera, la misma fue descubierta en presencia de testigos, altos dignatarios del Imperio, cuyos nombres conocerás más adelante y quienes certifican su autenticidad en cartas adjuntas. Todos son suficientemente conocidos para que sus caligrafías puedan ser verificadas.
 Conoces bien las razones que me llevaron a cuestionar la triunfante religión de los galileos. Mi primer motivo de perplejidad cuando leí por primera vez sus textos oficiales, a los que llaman evangelios, fue la figura del fundador de su religión, el mesías o rey ungido Jesús, al que ellos llaman Jesucristo[Cristo es la traducción griega del nombre judío mesías, que a su vez significa el ungido. En el antiguo Israel era costumbre ungir con una mezcla de aceite y aromas a los reyes y sumos sacerdotes ]. Era evidente que la historia, tal y como la contaban, estaba llena de contradicciones y que era imposible que los hechos narrados se hubieran producido de esa forma.
Jesús, según los evangelios, había sido condenado por sedición contra Roma, tal y como indicaba su muerte por crucifixión y el títulus [Era el resumen del acta de acusación que el condenado llevaba colgado al cuello y era luego clavado en la parte alta del madero vertical] que los mismos evangelios mencionan y que claramente especifica que fue condenado por haberse declarado rey o mesías de los judíos. Si hubiera sido condenado por blasfemia, que es la acusación inicial que figura en los evangelios, hubiera sido lapidado. Los evangelios señalan dos delitos políticos claramente asociados: su proclamación como mesías y el haber solicitado a los judíos abstenerse de pagar tributos a los romanos, tal y como habían hecho todos los otros pretendidos mesías antes que él, de los cuales el principal fue Judas de Gamala, también llamado Judas de Galilea. Como sabes, yo siempre he denominado a los cristianos como galileos, precisamente para aclarar su verdadero origen, que no es otro que el de la secta zelote, creada, según Flavio Josefo, por Judas de Gamala [Antigüedades Judías, libro XVIII].
Ambos delitos aparecen suficientemente descritos en los evangelios, así como el carácter de líder de un movimiento nacionalista judío y antirromano que sin duda tuvo Jesús.
 En el evangelio de Mateo, por ejemplo, Jesús se rehúsa a pagar impuestos por ser de dinastía real; cuando entra en Jerusalén, lo hace a lomos de un burrito, para que se cumpla la profecía: “Digan a la hija de Sión, Mira, tu rey viene hacia ti, humilde y montado en un burro”; los habitantes de Jerusalén lo reciben gritando “Sálvanos, hijo de David”, que era precisamente la dinastía del mesías esperado por los judíos; tanto el Sanedrín como el prefecto Pilatos le preguntan si es el mesías o rey de los judíos y contesta afirmativamente, al igual que ya lo había hecho frente a Simón-Pedro, en Cesarea de Filipo; en Betania es ungido tal y como se hacía con los antiguos reyes de Israel. Cuando le preguntan si está permitido pagar tributos al César, responde “denle al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. No podía haber respuesta más rotunda, puesto que tal y como habían defendido Judas de Gamala y su movimiento zelote al que Jesús sin duda pertenecía, los recursos de la tierra prometida de Israel eran de su Dios Iahvé y por tanto no podían ser entregados a Roma en forma de tributos. Ésta será por tanto la segunda razón por la cual habría sido condenado a la crucifixión por la justicia romana.
 En el evangelio de Marcos (que por lo demás repite los mismos temas antes comentados), el propósito de Jesús al llegar a Jerusalén está todavía más claro: la multitud lo aclama gritando: “Bendito el reino venidero de nuestro padre David”.
En el evangelio de Lucas, Jesús ordena a sus seguidores, “el que nada tenga, que venda su manto y compre una espada”. En este evangelio, aparece un pasaje muy enigmático: antes de partir desde Jericó hacia Jerusalén, Jesús cuenta a sus seguidores una historia acerca de un rey que había partido a otro país para ser coronado rey; al final del relato, el rey ordena “en cuanto a aquellos enemigos míos que no me querían por rey, tráiganlos acá y mátenlos delante de mí”, luego de lo cual, se afirma que “Jesús siguió adelante hacia Jerusalén”. ¿Se nos está narrando una matanza de prisioneros antes del ataque a Jerusalén? En cualquier caso la naturaleza guerrera del personaje se manifiesta una vez más en este evangelio, cuando pregunta a sus seguidores: “¿creen ustedes que vine a traer la paz a la tierra? ¡Les digo que no, sino división! De ahora en adelante estarán divididos cinco en una familia, tres contra dos, y dos contra tres. Se enfrentarán el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra”. ¿No es esto, Libanio, lo que siempre ocurre en una contienda civil, lo que aconteció en Roma, por ejemplo, en la época del dictador Silas, o durante la guerra entre Pompeyo y el divino Julio o cuando Casio y Bruto asesinaron a éste? Creo que lo que éste pasaje narra está muy claro, el objetivo de Jesús era el de enfrentar a los patriotas zelotes con los saduceos y fariseos pro-romanos.
 Resulta extraño que, frente a estos y otros testimonios, probablemente bien conocidos y que por tanto los autores de los evangelios no podían desconocer, pretendan presentarnos a Jesús como un mesías pacífico, sólo preocupado con temas espirituales y ajeno a la causa política de su pueblo, como si hubiera existido un solo judío, desde la conquista romana por Pompeyo [Pompeyo tomó Jerusalén en el 63 a.n.e] hasta la caída de Jerusalén en el año 70, que no hubiera tomado partido por los zelotes nacionalistas o por los herodianos y sus súbditos pro-romanos. Esta contradicción me puso sobre la senda de la forma verdadera en que se habían creado estos evangelios, según te explicaré más adelante. Empecé a sospechar que los evangelios cristianos no habían sido escritos por la gente de Jesús (los judíos nacionalistas) sino, por increíble que ello pueda parecer, por los enemigos de su movimiento. Espero, querido Libanio, que mi relato y los documentos que lo acompañan te convenzan de la verdad de este hecho paradójico y verdaderamente sorprendente y a combatir la superchería en que los galileos han convertido su religión.
 Cuando leí los evangelios, busqué la ayuda de rabinos judíos, para conocer cuál había sido la naturaleza del mesías que sus profetas habían anunciado, de acuerdo con sus textos más antiguos y con las creencias de sus compatriotas en la época de Jesús. No fue difícil conseguir la ayuda de los mejores rabinos, pues la masacre de mi familia a manos de los Emperadores cristianos me había granjeado todas sus simpatías. He aquí lo que me explicaron.
 En uno de los libros sagrados de los judíos, conocido como “Números”, el vidente Balaán había profetizado a Israel: “Una estrella saldrá de Jacob; un rey surgirá en Israel. Aplastará las sienes de Moab y el cráneo de todos los hijos de Set”. De igual forma, el profeta Isaías, cuyas profecías eran muy escuchadas en la época de Jesús, había vaticinado la venida de un rey o mesías: “En aquel día se alzará la raíz de Isaí como estandarte de los pueblos; hacia él correrán las naciones, y glorioso será el lugar donde repose”.
 Como puedes ver, Libanio, el mesías prometido por los libros judíos era un rey guerrero del quien esperaban que Israel volviera a ser un gran país (parece que lo fue durante la época de su rey David), al cual se someterían los pueblos vecinos y cuyas victorias permitirían a los judíos exilados en Asiria y en Babilonia regresar a su país.
 Es natural que cuando el Imperio ocupó las antiguas tierras de Israel, sometió a parte de ellas a tributos e impuso reyes extranjeros, como eran para los judíos los herodianos idumeos, la esperanza en un nuevo rey o mesías que los librara de nosotros aumentara grandemente. Este nuevo rey salvador sería un nuevo Joshua, nombre del jefe designado por Moisés para sucederle y conquistar las tierras de Palestina, después de que, según sus libros sagrados, Israel saliera de Egipto. Joshua significa “el salvador”, apodo que naturalmente dieron a los sucesivos mesías que se alzaron contra Roma. Mis rabinos judíos me contaron que, en la época del salvador o Jesús (Joshua en griego) de los evangelios, cuyo nombre de circuncisión era Johanan, los opositores, a quienes ellos llamaban zelotes, leían también algunos otros libros que anunciaban la llegada de un mesías enviado por su Dios con grandes poderes para restaurar el reino de Iahvé. Principalmente me citaron el libro de Daniel, los atribuidos al patriarca Enoc y algunos encontrados en grutas en montañas cercanas al mar Asfaltite [El mar muerto].
De estos documentos pude deducir lo siguiente: Los zelotes habían esperado un mesías o rey guerrero, dotado de grandes poderes, que los liberaría de Roma. Este mesías había aparecido finalmente pero había sido derrotado y muerto por los romanos. Sin embargo, lejos de aceptar la derrota y con base en sus textos sagrados y profecías más recientes, se habían convencido de que este mesías vendría de nuevo y con mayores poderes para instaurar el reinado definitivo del pueblo judío sobre las demás naciones.
 ¿Era este mismo mesías el que los cristianos habían convertido en un pacifista y líder espiritual, ajeno a los temas políticos e injustamente crucificado a instigación del pueblo judío?
 Para poder responder a este interrogante releí los pasajes de los evangelios en donde se narra el juicio y muerte del mesías Jesús.
 Lo primero que me sorprendió es que su proceso, su condena y su crucifixión, pese a todas las evidencias, no son atribuidos en los evangelios al prefecto romano, que en la época era Lucio Poncio Pilatos, sino a los mismos judíos. Permíteme, querido Libanio, resumirte los hechos narrados sobre este tema en los evangelios cristianos.
El primer acontecimiento después de la entrada de Jesús y sus seguidores a Jerusalén es el ataque al templo, el cual parece ocurrir al mismo tiempo que otros ataques se producen en otros lugares de la ciudad. Según Lucas, al mismo tiempo que Jesús, es apresado otro jefe zelote (en los evangelios le llaman bandido, que es como Flavio Josefo llama en sus libros a los zelotes) llamado curiosamente Barrabás, que en judío significa “hijo del padre”, al cual “lo habían metido en la cárcel por una insurrección en la ciudad y por homicidio”, lo que significa que durante la insurrección hubo muertos, presumiblemente soldados romanos.
 Este ataque al templo, el cual sucede al mismo tiempo que “una insurrección en la ciudad”, durante la cual habría habido muertos, ocurre, increíblemente, según todos los evangelios, contra los vendedores de palomas y los cambistas de dinero y lo realiza Jesús sin ayuda de nadie. Al respecto consulté a los rabinos judíos, quienes me explicaron que las actividades de cambio de dinero y venta de palomas eran necesarias para el funcionamiento del templo y perfectamente lícitas. Ningún judío pro o anti-romano hubiera podido oponerse a ellas, pues las monedas que los judíos de otros países que acudían a Jerusalén durante la Pascua debían pagar al templo, como diezmos establecidos por la ley judía, debían ser monedas acuñadas por los judíos y no por los gentiles, por lo que las monedas que traían de sus países debían ser cambiadas antes de entrar al templo; la compra de palomas, era también imprescindible, pues este era el sacrificio que los pobres llevaban a los sacerdotes para que las inmolaran a su Dios. Este pasaje del ataque al templo no tiene por tanto sentido y está completamente desvirtuado respecto a la forma en que debieron haber sucedido los hechos. Presumiblemente se trataba simplemente de un ataque zelote al templo, con objeto de apoderarse del dinero de los diezmos y de las armas de la milicia que lo protegía y de derrocar al sumo sacerdote nombrado por el prefecto romano, tal y como los zelotes hicieron en el año 66 cuando expulsaron a los romanos de Jerusalén. Aparentemente este ataque estaba coordinado con el que dirigió el misterioso Barrabás en otros lugares de la ciudad y en el que participaron también los otros dos zelotes, crucificados con Jesús.
 Después, Jesús es apresado y juzgado primero por el Consejo judío, el Sanedrín, lo cual resulta bastante extraño teniendo en cuenta que, según Juan, fue apresado por un destacamento de soldados romanos. Lo que narran los evangelios, según me explicaron los rabinos judíos, no tiene ningún sentido para ellos. Los cargos que imputan a Jesús son dos: haber declarado su intención de destruir el templo y reconstruirlo en tres días y declararse hijo de Dios, lo cual se entiende como blasfemia merecedora de la pena de muerte. El primer cargo solo puede entenderse en un sentido simbólico o espiritual, por lo que podía considerarse falta de razón pero difícilmente podría entenderse como delito punible con la pena de muerte. El segundo no tiene sentido por varias razones. En primer lugar la figura “hijo de Dios” era entendida por los judíos en sentido simbólico, todos los judíos respetuosos de la Ley judía, y especialmente sus reyes, eran considerados espiritualmente como sus hijos por Iahvé, quien se refiere por ejemplo a David o Salomón como sus hijos. Ningún judío hubiera podido siquiera pensar que su Dios (único y celoso) pudiera tener un hijo en sentido real, por lo que la pregunta “¿Eres el Cristo, el hijo de Dios?” que figura en los evangelios y cuya respuesta afirmativa origina la acusación por blasfemia y el desgarramiento de vestiduras es un contrasentido y la escena así narrada una invención manifiesta.
 En realidad, según me explicaron mis rabinos, la única blasfemia punible con la muerte por lapidación, en Israel, era el pronunciar el sagrado nombre de Dios, lo cual solo podía hacer el sumo sacerdote una vez al año, en el santo de los santos, el día de la expiación. Por lo demás el juicio ante el Sanedrín se realiza de noche, después de la cena pascual y del apresamiento de Jesús. Según me explicaron los rabinos, el Sanedrín no podía sesionar de noche en el caso de juicios en materia criminal y en ningún caso en la noche de la fiesta de la Pascua (como es el caso en los evangelios de Marco, Mateo y Lucas) o en la víspera de la misma (como es el caso en el evangelio de Juan). Tampoco hubiera podido, según las leyes judías, producirse un veredicto ni por la noche ni al día siguiente, por tratarse de víspera del Sabbat según los evangelios. Tampoco hubieran podido Jesús y sus discípulos desplazarse después de la cena de Pascua, como narran los evangelios, del lugar de la cena a Getsemaní, pues ello estaba prohibido por el libro del Éxodo y por cuanto en las fiestas de Pascua solo podían deambular de noche en Jerusalén los soldados romanos.

No hay comentarios: