7/30/2010

El Volcan Toba

 Hace unos setenta y tantos mil  años, en lo que hoy es el lago Toba, en Indonesia, un volcán entró en erupción. Pero no fue una erupción cualquiera: se calcula que la erupción del Toba fue cien veces más poderosa que la del Tambora en 1815, que es la más fuerte registrada en tiempos históricos y que mató a más de setenta mil personas.
Pero la explosión no fue el problema: se estima que el Toba arrojó a la atmósfera alrededor de tres mil kilómetros cúbicos de lava, roca y, sobre todo, cenizas. Las cenizas se dispersaron en la atmósfera y bloquearon la luz del sol por casi una década. Sin luz del sol las plantas mueren, y los animales que se alimentan de ellas se quedan sin merendar, iniciando un efecto dominó que afecta a toda la cadena alimenticia.
Y eso incluyó a nuestros antepasados: se estima que por ese entonces la población de seres humanos disminuyó a tan sólo unos pocos miles. En pocas palabras: una erupción volcánica empujó a nuestra especie al borde de la extinción.
Setenta y tantos mil años después somos testigos de un fuerte terremoto en Haití. Y algunas semanas después, un terremoto más intenso golpea el sur de Chile. Y la historia se repite en Turquía y en Japón y en el momento en que escribo esto, en Cuba. Y no incluyo en la lista al ocurrido ayer aquí en México porque 4.9 grados no impresionan a nadie.
Y no falta que digamos alarmados que nunca antes habían ocurrido tantos terremotos, ignorando que hace tan sólo doscientos años no había internet ni satélites -ni siquiera telégrafos- y de un terremoto en el extremo sur del continente no nos habríamos enterado en meses. Y aún eso es dudoso: en ese entonces áreas muy grandes del globo estaban deshabitadas y catástrofes tan grandes podían ocurrir sin que nadie se diera cuenta.
Hace tan sólo ciento dos años un evento como el de Tunguska, que en un área poblada hubiese causado cientos de miles de víctimas, pasó relativamente desapercibido a razón de haber ocurrido a la mitad de Siberia.
Pero eso no es todo: después de asumir que nunca antes en la historia habían ocurrido tantas catástrofes naturales (los dinosaurios respetuosamente se abstienen de dar su opinión), pasamos a la verdadera estulticia: buscar culpables (¡¡son los norteamericanos usando sus armas con algún malvado propósito!!) o proyectar nuestras propias ideas imaginándonos que la naturaleza nos está diciendo que dejemos de comer hamburguesas y que elevemos nuestra conciencia -lo que sea que eso signifique.
Nuestros antepasados la pasaron muy mal cuando hizo erupción el Toba y por lo que sabemos no usaban bolsas de plástico cuando iban al supermercado. Y las catástrofes continuaron ocurriendo por milenios hasta el día de hoy. ¿Será que somos de lento aprendizaje y no entendemos lo que la Tierra nos ha querido decir? ¿O más bien es que nuestro planeta necesita mejorar sus habilidades de comunicación?
No, no es nada de eso. Es cuestión de adquirir un poco de perspectiva.
Vivimos sobre unas gigantescas placas de roca que flotan a la deriva sobre un mar de minerales fundidos. Esas placas se amontonan entre si y chocan unas contra otras con una fuerza espectacular. En ocasiones, la roca fundida sobre la que flotan aflora violentamente hacia la superficie.
Encima de esas placas hay enormes cantidades de gases y agua interactuando en formas poco predecibles y desencadenando cantidades enormes de energía en forma de viento, tormentas y relámpagos.
Todo eso ocurre en un esferoide que gira a una velocidad increíble sobre su propio eje. Y por si fuera poco, también gira velozmente alrededor de una reactor de fusión nuclear millones de veces más grande que ella. Y en el mismo sistema solar hay montones de cosas que pueden (y eventualmente lo harán) hacer colisión con nuestro planeta.
Y un poco más lejos: agujeros negros supermasivos, estrellas que estallan arrojando mortales rayos gama y muchas otras cosas que no conocemos,  que ni siquiera podemos imaginar y que pueden arruinarnos la tarde de maneras espectaculares.
Llevamos tan poco tiempo en este planeta que se nos hace difícil comprender que hay una larga lista de catástrofes que pueden ocurrir -y que tarde o temprano lo harán.
Si todos los años hay terremotos, siempre habrá algún año con un mayor número de estos. Si ahora habemos seis veces más personas en el planeta que hace doscientos años, ahora es más probable que un desastre natural golpeé un lugar densamente poblado. Si ahora tenemos Twitter y canales de noticias por cable, ahora nos vamos a enterar de cualquier catástrofe que ocurra en el mundo en el momento en que suceda.
Estemos o no por aquí, las placas tectónicas seguirán acomodándose y reacomodándose. Los volcanes seguirán haciendo erupción. El planeta seguirá enfriándose y calentándose. Rocas del espacio seguirán estrellándose con nuestro planeta. Eso a ocurrido desde mucho antes de que apareciéramos como especie, seguirá ocurriendo cuando hayamos desaparecido, y terminará hasta que un día el planeta sea destruído -lo más probable, por el propio sol.
Y eso nada tiene que ver con nuestra conciencia, nuestras vibraciones ni nuestro karma. De hecho, creo que es un poquitín (y con ‘un poquitín’ quiero decir ‘demasiado’) arrogante creer que todas las fuerzas de la naturaleza tienen como propósito enviarnos mensajes ambiguos.
Pero si tiene que ver con nuestra capacidad para entender esos fenómenos y usar ese conocimiento para mejorar nuestras probabilidades de sobrevivir a ellos.

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