8/26/2010

Debil es la carne

 Por Carlos Machado
Hace más de una década que se ha vuelto muy notoria la crisis de ética y credibilidad por la que atraviesan amplios sectores de la Iglesia Católica. Sin embargo, uno de los problemas que alimenta esa crisis data en realidad de siglos: la violación de los votos de castidad, el abuso sexual y la pedofilia, tres estigmas muy alejados de los sufridos por Jesucristo pero que están firmemente grabados en muchísimos de sus representantes en la Tierra, y que cuentan con una lamentable complicidad: el encubrimiento del Vaticano.
Una nota de la revista mexicana “Proceso”, publicada hace un año, indicaba precisamente que esas cuestiones “vienen de tiempo atrás y hace mucho que son parte de la realidad eclesiástica”, aseveración que aparece en el libro “Votos de castidad”, escrito por cinco especialistas –Alessandra Ciattini, Elio Masferrer, Jorge Ederly, Marcos Hernández Duarte y Jorge René González Marmolejo- y editado el año pasado por la editorial Grijalbo. La conclusión del mismo es que “en la época colonial y hasta nuestros días, el celibato sacerdotal obligatorio en la Iglesia Católica de América Latina es, en general, un mito, y en la práctica siempre ha sido opcional, por lo que es evidente el abismo entre lo que dicta el Derecho Canónico sobre el voto de castidad y la vida sexual del clero”.
En sus 214 páginas, el libro cita varios casos de violación al celibato en variadas formas –abusos sexuales, concubinatos, etc.-, detallando por ejemplo el caso “sorprendente y harto aleccionador” del jesuita Gaspar de Villarías. El proceso de este sacerdote en México, a principios del siglo XVII, causó un escándalo que llegó hasta la misma Roma, ya que el voraz jesuita había abusado de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia y muchas veces en el propio confesionario. En varias de esas ocasiones contó con la aceptación, influenciada o no por la autoridad que le daba su condición, de las mujeres que llegaban hasta él, y según “Votos de Castidad”, en la larga lista de este cura se incluían “monjas, muchachas y señoras maduras, tanto casadas como solteras, y de todos los biotipos: blancas, mestizas, indias y negras, y de todas las condiciones sociales: ricas, pobres, sirvientas, libertas y esclavas”. Como puede verse, el travieso de Gaspar no respetaba pelo ni marca. Finalmente, el religioso fue arrestado por un lapso muy breve, y en pocos días salió libre con una pequeña amonestación, listo para continuar con sus tropelías, simplemente cambiándoselo de unidad de la Compañía. Ese fue todo el castigo que recibió “el protagonista del mayor escándalo sexual de los archivos históricos de la Iglesia Católica en México”.Respecto de la época actual, el libro menciona el concubinato entre el ex nuncio apostólico en México, monseñor Jerónimo Prigione, y la religiosa Alma Zamora, de la congregación Hijas de la Pureza de la Virgen María, quien trabajaba para él en la sede de la Nunciatura, así como la protección que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, y el cardenal Roger Mahony, de Los Angeles (California), brindan al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien sólo en México fue acusado penalmente por abuso sexual contra 60 menores, huyendo a Estados Unidos donde ahora, bajo la protección de Mahony, seguiría haciendo de las suyas en otra parroquia.
Esto último, sumado al caso de Gaspar de Villarías hace cuatro siglos, trae a colación el tema de la protección que las jerarquías más elevadas de la Iglesia, incluido el Papa, han brindado y siguen brindando a los miembros de la misma que incurren en todo tipo de delito sexual, amparados por su investidura. Esta constante en la actitud de la Iglesia cuando se descubre la existencia de pederastía o abuso sexual por parte de sus representantes también es apuntada en el libro citado: “La jerarquía sacerdotal respondió habitualmente a estas acusaciones con la negación, el ocultamiento y la descalificación de los denunciantes. Una medida frecuente ante las denuncias penales imposibles de controlar ha sido la reubicación sigilosa de los responsables para evitar la acción de la justicia”.
Por su parte, el periodista y escritor español Pepe Rodríguez, autor de “Pederastía en la Iglesia Católica”, expone un argumento no menos contundente acerca de esta cuestión: “El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”.
Clero delincuente. Buena definición de Rodríguez para esta plaga disfrazada de santidad.

País de sotanas calurosas
El escándalo de los abusos sexuales por parte de sacerdotes –que logró mantenerse bastante oculto por siglos- ha estallado en toda su dimensión en los últimos años, gracias a la luz que comenzaron a arrojar sobre el tema varios investigadores y medios de prensa, poniendo en evidencia además que el primer reflejo de la cúpula vaticana ha sido siempre, y continúa siendo, “tapar todo”. Un escándalo que cunde en la mayoría de los países del mundo y que ha sacudido en distintas etapas las diócesis católicas de Italia, España, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Austria, Polonia, Estados Unidos, México, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, Brasil, Chile y Argentina, por mencionar los casos más frecuentes, y que está signado, como se dijo, por el encubrimiento.
Según la revista brasileña “Istoé”, el Papa Benedicto XVI envió en septiembre de 2005 a Brasil una comisión para investigar acusaciones que ya se estaban multiplicando demasiado. La misma se encontró con una decena de sacerdotes condenados por abuso sexual, cuarenta fugitivos y alrededor de 200 enviados por la Iglesia brasileña a centros de atención psicológica para que sean “reeducados”. Dura realidad hallada por la Curia romana en el país que contiene la mayor cantidad de católicos en el mundo. Según una investigación de la mencionada revista, actualmente 1.700 curas –el 10 por ciento de los registrados en el país- están siendo investigados por abusar de niños y adolescentes.
Hay muchísimos casos individuales para relatar, pero nos remitiremos al que aparece quizás como el más espeluznante, ya que su “ejemplo” ha servido mucho a otros sacerdotes para consumar sus bajos instintos. Se trata de un eminente teólogo que solía frecuentar los salones de la alta burguesía de San Pablo y que, de acuerdo al diagnóstico que se le hizo a pedido de un juzgado estatal, es un “pedófilo con marcados síntomas de narcisismo y megalomanía”. Dicho sea de paso, las mismas palabras que aparecen en el estudio psicológico realizado, en la Argentina, al sacerdote Julio César Grassi, titular durante años de la Fundación “Felices los Niños” y protagonista hoy en día de un sonado caso de abusos sexuales a menores por el que aún espera la sustanciación del juicio oral y público.
El citado teólogo brasileño es Tarcisio Sprícigo, de 50 años, y su diagnóstico puede muy bien explicar el hecho de que llevara un diario manuscrito con un recuento de sus fechorías. Por ejemplo, en una parte del mismo dice: “Me preparo para salir de cacería con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los chicos que me plazca”, y aconseja “recogerlos de las calles, de las comisarías, de los hospitales de caridad”. Antes de que lo arrestaran, el religioso había abusado de muchos niños de la calle, para él “los más fáciles de controlar”. En las páginas de su diario, convertido en un verdadero manual de pedofilia que incluso fue consultado por otros sacerdotes de su misma tendencia aberrante, describe entre otras cosas cómo persuadir niños: “Presentarse siempre como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas pero tener certezas. Tratar de conseguir chicos que no tengan padre y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos”. Sprícigo, que antes de ser arrestado había sido trasladado a una parroquia rural, donde abusó de dos menores más, estaba muy seguro de sus tácticas: “Soy seguro y calmo, no me agito, soy un seductor y después de haber aplicado correctamente las reglas, el niño caerá en mis manos y seremos felices para siempre”.
Alguna de sus reglas finalmente le falló, ya que fue condenado a quince años de prisión por violar a un niño de cinco años que tenía bajo su custodia. Y felizmente en este caso, ni una bula papal hubiera logrado salvarlo de la cárcel.
Como se dijo, el “evangelio de Tarcisio” tuvo muchos seguidores. Alfieri Bompani, de 46 años, preso por abusar de niños de entre seis y diez años de edad en una “favela” en la que, según él, hacía ayuda social, también tuvo veleidades de escritor. Además de llevar un diario estaba terminando un libro de cuentos eróticos basado en sus correrías pedófilas. Y hubo otros religiosos que a sus placeres carnales sumaron los de la escritura y hasta la cinematografía. Una muestra es la detención del sacerdote Félix Barbosa, de 44 años, a quien se lo encontró en una orgía de drogas y sexo con cuatro adolescentes que había contactado por Internet, y que grabó la escena con dos cámaras de video. La policía halló también un block de cartas con los relatos eróticos que Barbosa escribía basado en sus “experiencias”. Mientras se lo llevaban detenido, el sacerdote gritaba que conocía a otros doce curas que hacían lo mismo que él. Otro cultor de las letras, el sacerdote Celso Morais, de 63 años, regenteaba un prostíbulo de menores destinado al placer de los hermanos de la fe. También escribía sus memorias, y el contenido de las mismas es tan escabroso que la Justicia las marcó como “documento clasificado”. Por su parte el diario italiano “Corriere della Sera” aludió a otro de los involucrados en tierras brasileñas, monseñor Antonio Sarto, obispo de Barra das Garças, acusado de abuso por parte de un cura que él mismo ordenó.
La prensa de varios países reconoció que el Vaticano, ante los casos apuntados, no tuvo más remedio que verse obligado a dejar de actuar a favor de sus representantes al comprobar que no podía seguir ocultando los trapos sucios entre las paredes de las iglesias.

No hay comentarios: