8/10/2010

La Puta de Babilonia ( Fragmento Diez )

Del Libro de Fernando Vallejo

Y a las bulas hay que sumarles las decisiones de los concilios: concilios generales como el Cuarto Laterano convocado por Inocencio III en 1215 (¿en qué delito no habrá participado este engendro?), o locales como el de Vannes de 465, el de Agde de 506, el de Viena de 517, el de Clermond de 535, el de Macon de 581, el de París de 615, etcétera, etcétera, para atropellar en todas las formas posibles a los "asesinos de Cristo".
Y hoy en Auschwitz, donde los cristianos nazis asesinaron a novecientos sesenta mil judíos, el teólogo Ratzinger pregunta: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" La respuesta es obvia: "Por lo que les han hecho tus correligionarios y predecesores a los judíos durante mil setecientos años, cabrón". Y aquí te va una lista de los obispos nazis de tu tierra por si te suena alguno en medio de un repique de campanas: el obispo castrense Rarkowski, el clérigo militar alemán de más alto rango, que ensalzaba a Hitler como "nuestro Führer, custodio y acrecentador del Reich". El obispo Werthmann, vicario general del anterior y su suplente en el ejército. El arzobispo Jager de Paderhorn que fue capellán de división del Führer. El cardenal Wendel que fue el primer obispo castrense. El obispo Berning de Osnabruck que le mandó un ejemplar de su obra Iglesia católica y etnia nacional alemana a Hitler "como signo de mi veneración" y a quien Goering nombró miembro del Consejo de Estado de Prusia. El obispo Buchberger de Regensburg que en la hoja episcopal de su diócesis escribía que "el Führer y el gobierno han hecho todo cuanto es compatible con la justicia, el derecho y el honor de nuestro pueblo para preservar la paz de nuestra nación". El obispo Ehrenfried de Wirzburgo que decía: "Los soldados cumplen con su deber para con el Führer y la patria con el máximo espíritu de sacrificio, entregando por completo sus personas según mandan las Sagradas Escrituras".
El obispo Kaller de Ermland que en una carta pastoral exhortaba así a sus fieles: "Con la ayuda de Dios pondréis vuestro máximo empeño por el Führer y el pueblo y cumpliréis hasta el final con vuestro deber en defensa de nuestra querida patria". El obispo Machens de Hildesheim que los arengaba diciéndoles: "¡Cumplid con vuestro deber frente al Führer, el pueblo, la patria! Cumplidlo, si es necesario, exponiendo vuestras propias vidas", y le rogaba a Dios que les "enviara su ángel" (¿cuál de todos?) a las tropas nazis. El obispo Kumpfmüller de Ausgburgo que ante el atropello hitleriano contra Europa declaraba que "El cristiano permanece fiel a la bandera que ha jurado obedecer pase lo que pase". El obispo Wienkens que representaba al episcopado alemán ante el Ministerio de Propaganda nazi. El obispo Preysing de Berlín que firmaba las cartas conjuntas de sus cofrades aprobando a Hitler. El obispo Frings (luego cardenal de Colonia) que como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana exigía dar hasta la última gota de sangre por el Führer. El obispo Hudal que le dedicó su libro Nacionalsocialismo e Iglesia a Hitler como "al Sigfrido de la esperanza y la grandeza alemanas", y que tras la derrota de los nazis ayudó a fugarse al Brasil a F. Sangel, acusado de cuatrocientos mil asesinatos en el campo de concentración de Treblinka, consiguiéndole dinero y documentos falsos. El arzobispo de Freiburg Grober, patrocinador de las SS, que abogaba por el necesario "espacio vital" para Alemania; que aportaba dinero de su arquidiócesis para la guerra; y que escribió diecisiete cartas pastorales para ser leídas desde los púlpitos, exhortando a la abnegación y al arrojo. El arzobispo Kolb de Bamberg que predicaba que "cuando combaten ejércitos de soldados debe haber un ejército de sacerdotes que los secunden rezando en la retaguardia". El cardenal y conde von Galen, el "león de Münster", que saludó a la Wehrmacht como "protectora y símbolo del honor y el derecho alemanes" y que escribía en la Gaceta eclesiástica de su región: "Son ellos, los ingleses, los que nos han declarado la guerra. Y después nuestro Führer les ha ofrecido la paz, incluso dos veces, pero ellos la han rechazado desdeñosamente". El cardenal Bertram de Beslau, presidente de la conferencia episcopal, que "por encargo de los obispos de Alemania" le enviaba este telegrama a Hitler: "El hecho grandioso del afianzamiento de la paz entre los pueblos sirve de motivo al obispado alemán para expresar su felicitación y gratitud del modo más respetuoso y ordenar que el próximo domingo se proceda a un solemne repique de campanas". El cardenal Schulte de Colonia que escribía en una carta pastoral:" ¿No debemos acaso ayudar a todos nuestros valientes en el campo de batalla con nuestra fiel oración cotidiana?" El cardenal Faulhaber, "el león de Munich", que en 1933 llamaba a Pío XI el mejor amigo de los nazis, que en 1934 le prohibía a la Conferencia Mundial Judía que mencionara siquiera su nombre a propósito de una supuesta defensa suya de los judíos, una "afirmación delirante"; que fue obispo castrense antes de ponerse al frente del episcopado bávaro; y que mandaba rezar por Hitler y le hacía repicar las campanas: tras el fallido atentado contra éste ofreció una misa solemne en acción de gracias en la iglesia de Nuestra Señora de Munich y junto con todos los obispos de Bavaria le mandó una carta felicitándolo por haberse salvado. Discípulo aventajado de la Puta de Babilonia que se acuesta con el que gane, este "león de Munich" fue antinazi antes de 1933, nazi ditirámbico entre 1933 y 1945, y antinazi indignado después de 1945. Que fue ni más ni menos el comportamiento del episcopado austríaco cuando el Anschlus: el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter, Pawlikowski, Gfóllner y Memelauer se pasaron en bloque a Hitler y firmaron una proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus fieles a apoyar el régimen nazi. Y cuando Hitler entró a Austria lo recibieron con repique de campanas y cruces gamadas colgando de las iglesias vienesas. Y hoy, después de todo lo anterior, con hondo dolor teológico que le brota de lo más profundo de su ser pregunta Ratzinger en pleno Auschwitz: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" ¡Claro que Dios existe! Tiene que existir para que exista infierno a donde se vaya a quemar este asqueroso. Ésta es mi "prueba Ratzinger” de la existencia de Dios.
Desde el código de Justiniano a los judíos de Roma se les consideró una raza inferior de la que había que sospechar y se les excluyó de toda función pública. La bula del papa Carafa instituyó formalmente el gueto. A los cinco mil judíos de Roma les asignaron entonces una zona palúdica a la orilla del Tíber, un espacio de unos cuantos centenares de metros que inundaba el río, y allí los hacinaron. Las siete sinagogas de la ciudad las destruyeron, y destruyeron las dieciocho de Campania. Otros guetos siguieron de inmediato al de Roma en Venecia y en Bolonia. En Ancona quemaron vivos a veinticuatro. Poco después, avanzando por el camino señalado por Carafa, Pío V simple y llanamente expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios dejando tan sólo a los de Roma y Ancona. De joven, en París, este dominico rabioso había denunciado a Ignacio de Loyola como hereje. ¡El más grande criado papal de todos los tiempos un hereje!  Luego presidió la Inquisición de Roma con especial severidad. Ya de papa canonizó a su compinche de orden Tomás de Aquino (a él a su vez lo habría de canonizar Clemente XI), y nombró cardenal y secretario de estado a otro dominico, su sobrino nieto Michele Bonelli. Buen lacayo de la Puta, expulsó a todas las de Roma. Quería convertir a esta ciudad burdelera en un convento. Promulgó una bula que abolía las corridas de toros en toda la cristiandad ¡menos en España! Definitivamente prefiero un papa putañero comocomo Pío V. Por algo lo canonizaron. El semen atrancado vuelve cruel al ser humano. A Wojtyla, que infló el santoral casi hasta reventarlo, ya están que lo canonizan. Santo subito! balaba el rebaño congregado en la plaza de San Pedro tras su muerte. Desde aquí apoyamos su canonización. ¡Total, a la pobre Polonia la han masacrado nazis y rusos sin miramientos y ésta es la hora en que aún no ganan un mundial de fútbol. Y quitando a Chopin, ¿a quién tienen? Alejandro VI, el papá de César y Lucrecia Borgia, y no un santurrón
Cuando coronaban a los papas en la Edad Media como soberanos religiosos y civiles de Roma, los judíos de la ciudad les mandaban una delegación para rendirles homenaje, a lo que ellos, con altivez, contestaban: Legum probo, sed improbo gentium: "Apruebo la ley pero no la raza". Luego se hizo costumbre que los rabinos de Roma les ofrecieran ese día una lujosa copia del Pentateuco y entonces contestaban: Confirmamus sed non consentimus:" Ratificamos pero no consentimos". Estas respuestas distantes resumen la actitud de los papas ante sus más despreciados súbditos, cuya religión y raza rechazaban. Wojtyla, el pavo real protagónico, no se privó de ir a la sinagoga del gueto de Roma a que lo fotografiaran abrazando al Gran Rabino Elio Toaff. Antes de él Juan XXIII había suprimido el adjetivo "pérfido" usado en la liturgia de Semana Santa para designar a los judíos, y eso era lo más a que habían llegado. No bien murió Juan XXIII su sucesor Pablo VI volvió al viejo cuento de los pérfidos judíos que no habían querido reconocer en Jesús al Mesías que llevaban siglos esperando y que lo habían calumniado y matado. Almas ingenuas que nunca faltan hoy consideran a Juan XXIII un hombre bueno. Yo no. Nadie que haya subido por esa jerarquía de ignominia que va de cura a obispo, de obispo a arzobispo, de arzobispo a cardenal y de cardenal a papa puede ser bueno. De escalón en escalón se ha tenido que ir manchando para que sus compinches de mafia lo hayan dejado seguir el ascenso. Antes de sentarse en el codiciado trono y chantarse la tiara, Angelo Giuseppe Roncalli, alias Juan XXIII, fue arzobispo de Areopolis, visitador apostólico, delegado apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia, nuncio en Francia, cardenal de Santa Prisca y patriarca de Venecia, a las órdenes de los dos papas alcahuetas del nazismo, Pío XI y Pío XII. El calificativo apropiado para Roncalli no es "santo" sino "cómplice". Ya de papa iba a visitar a los presos de Regina Coeli, a los enfermos de los hospitales, a los niños de los orfelinatos, a los viejos de los ancianatos... A ver, ¿cuántos niños abandonados recogió? ¡Más recogió Wojtyla! De Albino Luciani, alias Juan Pablo I, se dice que era tan bueno que se negó a que lo coronaran con la tiara. ¡Claro, porque su antecesor Pablo VI ya se la había vendido tras su coronación al cardenal Francis Spellman de Nueva York! Quién sabe dónde ande hoy esa cofia de marica. Yo digo que hay que mandarla a un circo. O al Museo de Cera de Madame Tussaud para que se la pongan a Jack el Destripador.
A la imputación de que los judíos mataban niños cristianos para sacarles la sangre le sumaron la de que clavaban la hostia, el cuerpo transubstanciado de Cristo, a quien volvían a crucificar una y otra vez. Y así, bendecida cuando no azuzada por curas, obispos y papas, la horda del Crucificado se entregó con esta nueva calumnia a nuevas masacres de sus tradicionales víctimas: en 1298 en Nuremberg mataron a seiscientos veintiocho; en 1337 quemaron a los de Daggendorf; en 1370 masacraron a los de Bruselas y se si- guieron con todos los de Bélgica; en 1453 en Breslau quemaron a cuarenta y uno; en 1492 en Mecklenburg quemaron a veintisiete; en 1510 en Berlín a treinta y ocho. Ejemplos éstos de un centenar de masacres que con el pretexto de la hostia clavada se prolongaron hasta la de Nancy en 1761. Todavía no hace mucho en la catedral de Bruselas se exhibían dieciocho cuadros de judíos clavando hostias que sangraban. Y cuando en 1350 la peste negra devastaba a Europa, las turbas cristianas de Suiza y Alemania encontraron un motivo más para quemar, estrangular y ahogar a los judíos por millares acusándolos de haberla causado y de envenenar los pozos. Hitler no surgió en la Historia por generación espontánea como surgen los gusanos de la carne en descomposición según el Doctor Angélico: la Puta de Babilonia lo parió. En el campo de concentración de Treblinka los nazis mataron entre setecientos mil y ochocientos mil judíos. Allí murió con ellos el padre Sangel, un sacerdote católico que tuvo, éste sí, el valor de enfrentárseles a los verdugos nazis que les faltó a los parásitos travestidos de Pío XII y sus obispos alemanes. Razón de más para que el papa Ratzinger vaya también a Treblinka con su cauda de impúdicos fotógrafos a preguntarle al Altísimo: "¿Por qué permitiste esto, Señor?"

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