8/10/2010

La Puta de Babilonia ( Fragmento Nueve )

Del Libro de Fernando Vallejo
¿Y los que falsifican documentos eclesiásticos como la "Donación de Constantino", forjada en el siglo VIII y que se esgrimió hasta el siglo XX como título de propiedad, según la cual ese emperador asesino le otorgó el 30 de marzo del año 315 a la Gran Ramera toda Italia y el Occidente (omnes Italiae seu occidentalium regionum provintias, loca et civitates), a ésos qué se les hace? ¿Se les quema, o se les chanta en la testa la tiara de las tres coronas rematadas por una cruz sobre un globo terráqueo con que consagran al bufón de turno como papa, obispo y rey? "Recibe esta tiara ornada de tres coronas que te hace padre de los príncipes y los reyes, guía del orbe" (patrem principum et regum, rectorem orbis in terra). En adelante el bufón se siente obispo de Roma, vicario de Cristo, sucesor de Pedro, sumo pontífice de la Iglesia, patriarca de Occidente, primado de Italia, arzobispo de la provincia de Roma, soberano de la ciudad del Vaticano y siervo de los siervos de Dios. ¿Siervo de los siervos de Dios no será más bien cinismo de estos desvergonzados que se han sentido siempre señores de los señores? Ratzinger o Benedicto XVI o como se llame se acaba de quitar lo de "patriarca de Occidente". ¿Por generoso? Por generoso no: por rapaz, por insaciable, por avorazado. Porque se siente patriarca no sólo de Occidente sino también de Oriente. Sólo que el Oriente lo perdió la Puta desde el16 de julio de 1054 cuando el altanero legado papal Humberto de Moyenmoutier le tiró en la cara la bula de excomunión de León IX al patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario en el altar mayor de Santa Sofía y las dos iglesias, enfrentadas desde hacía siglos, se separaron formalmente.
Cerulario a su vez excomulgó a León IX. Sin ninguna originalidad en realidad pues doscientos años atrás el papa Nicolás I y Focio, el patriarca de Constantinopla de entonces, ya se habían intercambiado excomuniones: como dos verduleras agarradas de la greña por una yuca, papa y patriarca se pelearon por el Filioque, un agregado occidental al tercer artículo del credo de Nicea que ya había hecho correr sangre: "Credo in spiritum Sanctum qui ex patre Filio- que procedit" (Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo). Filioque quiere decir "y del Hijo": ésa es la yuca. Bizancio decía que sólo del Padre; Roma, que del Padre y del Hijo. Que un padre se acople con un hijo para dar a luz una paloma es una doble monstruosidad: por incestuosa y contra natura. En esto Roma yerra. Pero que un padre tenga por hija una paloma sin la colaboración de nadie es igual de monstruoso. Con alguien ha de tenerla. ¿O es que acaso el Padre es un anfibio partenogenético?
Bizancio también yerra. Para agravar la discordia de la yuca, Nicolás y Focio pretendían el territorio de Bulgaria. Focio lo quería para él, sin Filioque. Nicolás lo quería para sumárselo a la Donación de Constantino, con Filioque.
Después de la existencia de Cristo el fraude más desvergonzado de la Puta es la llamada "Donación de Constantino" (Constitutum Constantini o Privilegium Sanctae Romanae Ecclesiae) que pergeñaron los escribas de Esteban III en el año 752 y en virtud de la cual, desde ese papa hasta el Acuerdo Laterano de 1929 entre Pío XI y Mussolini, la Gran Ramera pretendió que era dueña de medio mundo con el cuento de que el emperador Constantino se lo había dado al papa Silvestre en agradecimiento porque éste lo había curado milagrosamente de la lepra:
"Y cuando estaba en el fondo de la pila bautismal purificándome con la triple inmersión―cuenta Constantino en ese engendro de documento― vi una mano del cielo que me tocaba: cuando salí del agua estaba curado de la inmundicia de la lepra. Y así, tras recibir el misterio del sagrado bautismo de mano del bienaventurado papa Silvestre, entendí que no había más Dios que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que él predica, una Trinidad en la unidad y una Unidad en la trinidad".
¡El que masacró a millares salía de la pila bautismal no sólo bautizado y curado de la lepra sino convertido en teólogo! Y en consecuencia, "por nuestra sacra potestad imperial (per nostram imperialem iussionem sacram) les otorgamos a nuestro beatísimo padre el Sumo Pontífice Silvestre y a sus sucesores, para que las gobiernen, regiones del oriente y del occidente, y aun del norte y el sur: en Judea, Grecia, Asia, Tracia, África e Italia más sus islas". Acto seguido el recién bautizado se trasladó a Bizancio, que en adelante se llamó Constantinopla, con el fin de dejarles a los representantes del emperador del cielo el pleno dominio de Occidente, de sus comarcas y palacios empezando por el Laterano. En el Renacimiento el humanista Lorenzo Valla desenmascaró la patraña, ¡pero quién le iba a hacer caso a ese aguafiestas en plena orgía papal! Suerte tuvo de que no lo quemaran vivo como a los albigenses.
Hoy no sólo Oriente no le pertenece sino tampoco Occidente. Ratzinger, por lo tanto, no está renunciando a nada cuando se despoja de un título tan vacío como espurio. Nada tiene. Ni siquiera dientes. Es un inquisidor desdentado que ya no puede torturar ni quemar por más que le nazca del alma. Mentir sí y extender la mano y expoliar viudas. A Auschwitz acaba de ir a increpar a Dios por el holocausto judío y los crímenes del nazismo: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" preguntó al aire este Jeremías impúdico en el descampado de lo que fuera el más espantoso de los campos de concentración, aureolado por los flashes de la prensa alcahueta. Le hubiera preguntado más bien a la momia putrefacta de Pacelli o Pío Doce o Impío Doce por qué no levantó su voz cuando podía contra Hitler. ''Vengo -dijo en Auschwitz- como hijo del pueblo alemán por sobre el que un grupo de criminales llegó al poder mediante falsas promesas de grandeza futura. En el fondo matando a esa gente estos depravados al que querían matar era a Dios". "Esa gente" son los judíos, a los que sus antecesores persiguieron y masacraron durante mil setecientos años, desde que la Puta empezó a mandar en calidad de concubina de Constantino y de Justiniano, con la calumnia de que habían crucificado a Cristo.
En julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Gian Pietro Carafa alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza: "Porque es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et inconveniens existat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las siguientes provisiones..." y siguen las provisiones que son obvias dado el preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga; obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per ipsos magistratus praesignandum, christianis vendere); prohibirles la casi totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (et qui ex eis medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut illi interesse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices quoque seu ancillas aut alias utriusque sexus servientes christianos habere, vel eorum infantes per mulieres chris- tianas lactari aut nutriri facere); prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere vel familiaritatem seu conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera del gueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa. Cuando en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían nada nuevo para la Iglesia pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.
La de Carafa es un buen compendio del medio centenar de bulas que a lo largo de quinientos años promulgaron sus antecesores y sucesores para regular el trato que se le debía dar a "la pérfida raza judía", entre las que se destacan por su infamia la de Honorio III Ad nostram noveritis audientiam que los obligaba a llevar un distintivo y les prohibía desempeñar puestos públicos; la de Gregorio IX, Sufficere debuerat perfidioe  judoerum perfidia que les prohibía servidumbre cristiana; las de Inocencio IV Impia judeorum perfidia y de Clemente VIII Cum Haebraeorum malitia que ordenaban quemar el Talmud; las de Eugenio IV Dudum ('Id nostram audientiam y de Calixto III Si ad reprimendos que prohibían vivir con cristianos y ejercer puestos públicos; las de Pío V Cum nos nuper que les prohibía tener propiedades y Hebraeorum gens que los expulsaba de todos los estados pontificios excepto Roma y Ancona; la de Clemente VIII Cu m saepe accidere, la de Inocencio XIII Ex injuncto nobis y la de Benedicto XIII Alia s emanarunt que les prohibían vender mercancías nuevas (pero no ropa vieja, strazzaria).
Y en fin, la de Benedicto XIV Beatus Andreas que canonizaba al niño mártir Andreas Oxner, delInnsbruck, "asesinado cruelmente en 1462 antes de cumplir los tres años por los judíos, que odian la fe cristiana", según dice la bula. Con esta canonización, que se le sumaba a la del niño Simón de Trento por Sixto V, Benedicto XIV convertía a Andreas de Rinn en el nuevo símbolo de los niños cristianos asesinados, según los "libelos de sangre", por los mismos asesinos de Cristo durante sus sacrificios rituales en Norwich, en Blois, en Lincoln, en Munich, en Berna con las consiguientes masacres de judíos en todas esas ciudades. pueblo de Rinn,
Y sin embargo una investigación encargada por el mismo Benedicto XIV al relator del Santo Oficio Lorenzo Gananelli (el futuro Clemente XIV) había determinado que salvo los casos de Andreas de Rinn y Simón de Trento, que se daban por verdaderos, las demás acusaciones de los libelos de sangre no tenían fundamento. Por el crimen del niño Simón durante la Semana Santa de 1475 numerosos judíos de Trento fueron acusados de matarlo, sacarle la sangre y celebrar con ella la pascua judía: los torturaron y quemaron a quince. En 1965, a raíz del Concilio Vaticano II, se volvió a investigar el caso de Simón de Trento, se reabrieron las actas del proceso de su canonización que resultó ser un fraude, se suprimió su culto, se desmanteló el santuario que se le había erigido desde el siglo XV, lo sacaron del calendario y se prohibió su devoción para lo futuro. La veneración popular a Andreas de Rinn duró hasta 1985 cuando el arzobispo de Innsbruck monseñor Reinhold Stecher dispuso el traslado del cuerpo del niño de la capilla en que se encontraba desde el siglo XVII al cementerio. En 1994, el mismo prelado abolió oficialmente su culto, si bien su tumba siguió siendo objeto de peregrinaje.


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