3/23/2011

Los Sultanes del Prian Cap 4

El Nolato
- ¿Caja maravillosa, Fátima? –preguntó Mustafa muy extrañado-. ¿Qué es eso?

- El señor de ese palacio que ves frente a ti –dijo Fátima -, es el sultán del gremio de los heraldos y tiene a su servicio un efrit del mal. Y sucedió que, un día, ese genio, para complacer y entretener a su amo, se dio a la tarea de inventar una caja maravillosa. La caja maravillosa es como una bola de cristal a través de la cual puedes ver cosas increíbles y muy divertidas que te entretienen todo el día. No es magia ni fumigación, como la bola de cristal; tampoco puedes controlar lo que tú desees ver, pues todo lo controla el efrit que sirve a ese sultán. A la vuelta del tiempo, el invento del efrit resultó tan genial y divertido, que al sultán, como buen mercader, se le ocurrió que sería buen negocio que todos los hogares del país tuvieran una caja maravillosa. Y bueno, pensado eso, puso manos a la obra y ¡voilá!, ya todos tenemos una caja maravillosa en este reino.

- ¿Y les gusta?

- Para ser sincera –respondió Fátima -, no podemos vivir sin ella. Y aunque yo puedo resistir con dificultad a sus embrujos, es cosa que los mortales caen doblegados de inmediato ante sus embelecos y artilugios. Su poder es tan enorme, que ha puesto en desuso a la razón. La gente ya no lee, no reflexiona, no forma juicios por sí misma. En otras palabras, la caja maravillosa piensa por ellos y les dicta lo que han de decir y hacer en el día a día.

- Están en la lona, Fátima…¡perdidos irremediablemente! Ya entiendo cómo es que los han convencido de ser un pueblo incapaz e irresponsable.

- Como bien dices –añadió Fátima -, los mamelucos prianistas no tardaron mucho en darse cuenta del enorme poder anestésico de la caja maravillosa, y pronto acudieron a asociarse con ese sultán para acrecentar su poder político. Por supuesto que ese sultán no concedió gratuitamente. Esa sociedad ha sido a costa de valiosas concesiones a cargo de la riqueza de la república…Bueno, si a esto se le puede llamar república, porque a estas alturas, por el efecto depredador de los mamelucos prianistas, ya no se sabe si es reino, emirato, principado, bote de basura o qué diantre de cosa…
 
- Claro –agregó Mustafa -. Y supongo que, así como existe ese dichoso y feliz sultán de los heraldos, también habrá una cantidad más de mercaderes privilegiados que se han hinchado las alforjas con los recursos de la nación y asociados con los mamelucos prianistas.

- Exacto –dijo Fátima -. Mas no es un grupo de mercaderes muy extenso. Son a lo mucho unas tres decenas de empresarios depredadores que forman un club oligopólico, y cuyas raíces están muy entremezcladas en México y en otro países de la estructura del califato de Mickey.

- Sí, claro –agregó Mustafa -. Al final de cuentas, una mezcla lujosa de estiércol que no tiene cabeza ni patas ni forma, y a la cual, como madeja enmarañada y torcida, no se le encuentra el hilo.

- Pero no creas que este club oligopólico de sultanes da trato tan excelente a los mamelucos prianistas –replicó Fátima-. No, nada de eso, extranjero.

- ¿Cómo? ¿No los consideran o qué? –preguntó Mustafa.

- Al final de todo, los mamelucos prianistas no han salido tan sagaces -atajó Fátima-. A la vuelta del tiempo mira cómo es que han caído de amos a sirvientes, pasando por pares o iguales. Primero entregaron las armas ante Mickey y se convirtieron de depredadores relativamente autónomos y nacionalistas, en vasallos de poca monta del imperio. Luego, ellos mismos dan origen a esa oligarquía de mercaderes, pero al final también resultan vasallos de esa oligarquía. El poder de esa treintena de sultanes oligarcas que se hacen llamar empresarios ha llegado a ser tan inmenso, que el califa Mickey lleva la agenda con ellos, no ya con los mamelucos. Hoy en día, extranjero, los mamelucos prianistas tienen una sola función: obedecer, ejecutar y callar, les guste o no les guste.

- En palabras llanas –concluyó Mustafa -, han vuelto a su condición original: horda de esclavos.

- Y ya puedes ver, ¡oh extranjero! – prosiguió Fátima -, cómo es que se la juega el Destino y su justicia. Los mamelucos prianistas, al hundir a toda la nación al abismo de la miseria y la esclavitud, han terminado por depeñarse detrás de nosotros en el mismo pozo. Es como si fueran en pos de su misma nación, de una nación a la que han traicionado.

- Triste resultado, pero muy natural –aclaró Mustafa -. Al perder su escaso contacto con la nación y con el pueblo raso, los mamelucos prianistas han perdido toda fuente de poder para negociar con los oligarcas y con Mickey. Al final, han resultado desechables, prescindibles.

- Tan prescindibles, forastero –agregó Fátima -, que la política ya no está en sus manos. La política está en la caja maravillosa y ella es quien ejecuta la agenda acordada por los oligarcas y el califa Mickey.

- De donde se cierra el círculo del poder con la misma oligarquía de sultanes –dijo Mustafa -, pues siendo dueños del gran dinero escamoteado a la nación, son dueños también de la caja maravillosa, y dueños de los mamelucos prianistas. Aquí ya nos va resultando que éstos son punto menos que un florero polvoso, hediondo y agrietado, y del cual se dispone con una simple patada en el trasero.

- Y hay en estos momentos, ¡oh forastero! –dijo Fátima -, un hecho que corona, cual pináculo glorioso, a todo esta montaña de absurdos increíbles…

- ¿Cuál hecho? –interrumpió Mustafa con sumo interés.

- El candidato seguro de los mamelucos priistas para el califato del reino –declaró Fátima muy solemne -, es nada más y nada menos que un personaje impuesto por los sultanes oligarcas.

- No es entonces mameluco priista –atajó Mustafa.

- Te equivocas, ¡oh forastero! –corrigió Fátima -. Me atrevo a decir que es muchísimo más mameluco que los mismos padres fundadores de los mamelucos priistas. Es solo que, por ser uno de los más débiles y bisoños de la horda de mamelucos de este país, fue atraído por los oligarcas para ofrecerle el poder a cambio de sujeción completa a la oligarquía.

- Por supuesto –dijo Mustafa -. Jugada apegada a experiencia y prudencia. Si quieres a un pelele en un puesto de gobierno, debes elegir al más inepto de entre todos los aspirantes. Entre más distante vea el sujeto la posibilidad de alcanzar el poder por sus propios méritos, más te agradecerá que los lleves al mismo, por más ilegítimas y criminales que sean las artes de que se valga el amo para tal efecto. Ya veo que los oligarcas han aprendido política práctica a conciencia.

- ¿Y acaso has visto en toda la historia, forastero –preguntó Fátima -, o en la vida ordinaria, que un hombre prudente y sabio esté dispuesto a ajustarse a la voluntad de un tirano para servirle de pelele?

- Por cierto que no, Fátima.

- De donde resulta que no es difícil entender esa regla práctica de la política –atravesó Fátima-. Así que no ponderes de más a esos oligarcas por encontrar a un pelele dispuesto a todo. Mucho te aseguro que sobran los que están bien dispuestos a pasar la vida en calidad de muñecos de trapo para infligir los mayores males a su pueblo en aras de satisfacer sus miserables ambiciones personales.

- Y dime una cosa, Fátima: si la gente de este país sabe todo esto que me dices, si la gente logra entender que toda esa horda de pendencieros y bandidos ha dado al traste con la nación, ¿hay compatriotas tuyos que todavía pueden creer en ese muñeco mameluco de la oligarquía?

Fátima guardó silencio, y luego dijo…

- No todos, pero sigue habiendo mexicanos que lo creen.

- No puedo creerlo, Fátima -dijo Mustafa completamente desbordado por tan desquiciantes absurdos.

- No te extrañes, ¡oh extranjero!, pues el yugo, por más que desolle la cerviz, a la vuelta del tiempo termina por sumir al siervo en costumbre y hábito, y hasta en amor apasionado por su cepo. Y puede ocurrir muy bien que ese mismo siervo vea como bandido o enemigo a un alguien que, movido por humanidad, por amor y consideración, pretenda retirarle el yugo para aligerarle la carga de la vida y hacerlo libre.

- Y bueno, Fátima –dijo Mustafa con sumo interés en el asunto -, dime por fin quién es ese sujeto, quién se atreve a tanto contra su misma nación.

Fátima respondió…

- Su nombre es Aladino…

Y cuando la efrit dio el nombre completo del muñeco mameluco, Mustafa dio tremendo brinco sobre sus posaderas lleno de sorpresa. Y  cuando ya se resitutyó a la grama, dijo tartamudeando…

- Pe…pero si es mi sobrino…

- ¡Imposible!...¡No puede ser! –dijo Fátima igualmente sorprendida.

- ¡Te digo que sí es! –insistió Mustafa.

- Pero cuéntame de tu tío…dame referencias…¡no vaya siendo que el demonio…!

Cuando Mustafa terminó de abundar en los datos de su familia, Fátima expresó llena de desconcierto…

- Sí, no hay duda alguna, forastero. Aladino, el muñeco mameluco, es tu sobrino.

Pero dejemos por hoy a la bella Fátima con éste, su fatídico hallazgo genealógico sobre la humanidad del pobre Mustafa.

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