4/02/2011

Hipocrita y embustero...

 S. Landau y N.P. Valdez
“El presidente Obama no deja de sorprender. No puede despedir maestros y disparar Tomahawks al mismo tiempo”, pero lo hizo, como dijo Jon Stewart. (Daily Show, 22 de marzo). El presupuesto para necesidades internas será recortado. Obama declaró repetidamente que el gobierno no tiene dinero, y luego ordenó que las fuerzas armadas dispararan cientos de Tomahawks y misiles crucero – y EE.UU. perdió un cazabombardero. El coste de reemplazo de los Tomahawk solo para el primer día de disparos será de más de 71millones de dólares (Fox.com 20 de marzo). La primera semana de guerra “de exclusión aérea” contra Libia costará 1.000 millones de dólares.
Voló a Brasil y allí anunció que había encontrado una nueva oportunidad para una guerra, que no pudo resistir. Un cínico en Washington pensó que Obama tenía un programa secreto: reemplazar a Henry Kissinger como el galardonado más indigno con el Premio Nobel de la Paz de la historia.
La presidenta brasileña Roussef declaró su firme oposición al uso de medios militares en Libia y Brasil se abstuvo en la resolución de la ONU que autorizó la intervención armada. Rompiendo el protocolo político, Obama utilizó su primera visita al país para justificar su nueva guerra. ¿Irrespetuoso? ¿Insensible? ¿O simplemente otro desagradable espectáculo estadounidense?
Mientras la guerra arrasaba en Libia, Obama firmó un pacto de energía nuclear con el presidente chileno Piñera justo mientras el gobierno japonés informaba a los residentes de Tokio sobre niveles peligrosos de radiación en el agua potable y la espinaca.
Obama no escatimó su grandilocuencia sobre las maravillas del aumento de comercio entre EE.UU. y sus vecinos latinoamericanos, pero probablemente olvidó que esas grandes ventas a Latinoamérica eran por grandes embarques de armas, una exportación primordial de nuestro gran país. También juró que continuaría la narcoguerra mediante un enfoque en la rehabilitación y la educación, sin mencionar las decenas de miles de consumidores –no adictos– estadounidenses que no utilizarán semejantes servicios y que el intento de fumigar cultivos y atrapar narcotraficantes ha producido cero (no es el nombre de una nueva droga) – pero solo durante algo más de un siglo. Escuchad, dadles tiempo.

Chile muestra, peroró, que es posible “hacer la transición de la dictadura a la democracia – y hacerlo pacíficamente”. No tenía suficiente edad para recordar cómo en septiembre de 1973 el gobierno de EE.UU. ayudó a los chilenos a hacer la transición de la democracia a la dictadura. Pero el general Pinochet y sus militares fascistas solo gobernaron durante 17 años, cuatro más que Hitler. Sobra decir que Obama no se refirió al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende que el gobierno de EE.UU. ayudó a derrocar mediante la fuerza y la violencia.
Tampoco opinó sobre los agentes y policías, diplomáticos y banqueros, de EE.UU., que se apresuraron a apoyar a dictaduras militares en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y gran parte de Centroamérica. Durante décadas masacraron, torturaron y exiliaron a sus disidentes. EE.UU. cerró sus puertas a la mayoría de los que huían de esas repugnantes dictaduras respaldadas por EE.UU.
Se abstuvo de mencionar cómo tropas de EE.UU. invadieron la República Dominicana. En Haití, diplomáticos estadounidenses secuestraron y exiliaron a su presidente. Por cierto, después de siete años de exilio forzado, el dos veces depuesto presidente haitiano Jean Bertrand Aristide casi no volvió a casa. Cuando Air Force One [el avión presidencial de EE.UU., N. del T.] se dirigía hacia el sur con el primer presidente “negro”, la Casa Blanca trató de persuadir a Sudáfrica de que impidiera que Aristide subiera a un avión hacia su Haití nativo.
Los exiliados también quedaron fuera del discurso de Obama. Ese asunto tan feo pertenece al cubo de la basura de la historia, donde su fragancia no pueda arruinar la dulce retórica de la democracia. La realidad es algo diferente a menos que la democracia incluya a narcoestados (México, Colombia, Centroamérica) donde decenas de miles mueren en tiroteos, o por desnutrición generalizada, falta de atención médica y de puestos de trabajo que asedia al continente al sur. Para Obama, la mancha en el hemisferio casi perfecto es Cuba.
Mientras el presidente Raúl Castro liberaba al último prisionero político arrestado en 2003 por recibir dinero, bienes y servicios del gobierno de EE.UU., y anunciaba una vasta expansión de la privatización, Obama exigía: “Las autoridades cubanas deben emprender algunas acciones significativas para respetar los derechos básicos de su propio pueblo – no porque EE.UU. insista al respecto, sino porque el pueblo de Cuba lo merece, no menos que el pueblo de EE.UU. o Chile o Brasil o cualquier otro país.”
Durante los pocos días que pasó al sur de la frontera, utilizó perogrulladas políticas que resuenan como una campaña de reelección en 2012. Enunció una nueva “solidaridad” sin referirse a la colaboración regional económica, política y militar de Latinoamérica – sin la ayuda del Gran Hermano del norte.
Incluso en la última parada de su gira presidencial, en El Salvador, Obama evitó los problemas latinoamericanos, como ser que la impresión de más dólares estadounidenses devalúa el suministro de dólares en esos países. También evitó hablar de cómo las políticas proteccionistas de EE.UU. afectan a las exportaciones latinoamericanos, y cómo los subsidios de EE.UU. para la agroindustria destruyen la agricultura latinoamericana.
Un periodista de Univision en San Salvador preguntó a Obama sobre la Operación “Rápido y Furioso”. Nadie lo había informado sobre cómo agentes de la DEA suministraban a las bandas de narcotráfico mexicanas con armas de gran potencia con señales GPS ocultas para que el ejército mexicano pueda ubicar y destruir a las bandas. ¡Upa! Las bandas eliminaban los instrumentos.
Obama aseguró a los salvadoreños de que esos engatusadores antidroga –olvidad ese ínfimo error en México– invertirán 200 millones de dólares para establecer una “iniciativa regional de seguridad” a prueba de idiotas para detener el narcotráfico, la violencia de las pandillas y la migración centroamericana a EE.UU.
La democracia se fortalecerá gracias a las agencias militares y de la droga: la nueva solidaridad de EE.UU. con Suramérica.
¡Cambio en el que podéis creer!

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