Ramon Escobar
Vosotros invadís Bahréin. Nosotros eliminamos a Muamar Gadafi en Libia. Es, en breve, la esencia de un trato cerrado entre el gobierno de Barack Obama y la Casa de Saud. Dos fuentes diplomáticas de las Naciones Unidos lo confirmaron independientemente de que Washington, a través de la secretaria de Estado Hillary Clinton, dio el visto bueno para la invasión de Bahréin por Arabia Saudí y la represión del movimiento pro democracia en su vecino a cambio de un “sí” de la Liga Árabe a la zona de exclusión aérea sobre Libia, la principal justificación que llevó a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La revelación provino de dos diplomáticos diferentes, un europeo y un miembro del BRIC y la hicieron por separado a un experto estadounidense y a Asia Times Online. Debido al protocolo diplomático, sus nombres no se pueden mencionar. Uno de los diplomáticos dijo: “Es el motivo por el que no pudimos apoyar la resolución 1973. Y argumentamos que Libia, Bahréin y Yemen eran casos similares, y pedimos una comisión investigadora. Mantenemos nuestra posición oficial de que la resolución no es clara, y podría interpretarse de una manera beligerante.”
Como informó Asia Times Online, el apoyo total de la Liga Árabe a la zona de exclusión aérea es un mito. De los 22 miembros plenos, sólo 11 estuvieron presentes en la votación. Seis de ellos eran miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC), el club apoyado por EE.UU. de reinos/dominios de jeques del Golfo, con su mandamás, Arabia Saudí. Siria y Argelia estuvieron en contra. Arabia Saudí solo tuvo que “seducir” a otros tres miembros para obtener los votos.
Traducción: solo nueve de los 22 miembros de la Liga Árabe votaron por la zona de exclusión aérea. La votación fue esencialmente una operación dirigida por la Casa de Saud y Amr Moussa, secretario general de la Liga Árabe, ansioso de pulir su currículo ante Washington con la meta de llegar a ser el próximo presidente egipcio.
Por lo tanto, al principio, hubo la gran revuelta árabe de 2011. Luego, inexorablemente, vino la contrarrevolución estadounidense-saudí.
Alegría de los logreros
Los imperialistas humanitarios lo presentarán en masa como una “conspiración”, tal como han afirmado que el bombardeo de Libia impidió una hipotética masacre en Bengasi. Defenderán a la Casa de Saud diciendo que actuó para aplastar una subversión iraní en el Golfo; obviamente la ‘R2P’, -“responsabilidad de proteger”– no se aplica a la gente de Bahréin. Promoverán activamente la Libia post Gadafi como una nueva y petrolera Meca de los derechos humanos, completada con agentes de los servicios de inteligencia de EE.UU., operaciones clandestinas, fuerzas especiales y contratistas marrulleros.
Digan lo que digan, no cambiarán los hechos en el terreno –los resultados gráficos del baile sucio de EE.UU. y los saudíes-. Asia Times Online [Rebelión] ya ha informado de quién se beneficia de la intervención extranjera en Libia (Vea “No hay negocio como el de la guerra”, del 31 de marzo). Los protagonistas incluyen al Pentágono (a través de AFRICOM), a la OTAN, Arabia Saudí, Moussa de la Liga Árabe y Qatar. Agreguemos a la lista la dinastía al-Khalifa en Bahréin, diversos contratistas de armamentos y a los sospechosos neoliberales de siempre, ansiosos de privatizar todo en la nueva Libia, incluso el agua. Y ni siquiera hablamos de los buitres occidentales que revolotean sobre la industria del petróleo y del gas de Libia.
Desvelada está, sobre todo, la sorprendente hipocresía del gobierno de Obama, que presenta un burdo golpe geopolítico que involucra África y el Golfo Pérsico como una operación humanitaria. En cuanto al hecho de que se trata de otra guerra de EE.UU. contra una nación musulmana, se trata sólo de una “acción militar cinética”.
Hay amplia especulación, tanto en EE.UU. como en todo Medio Oriente, de que considerando el impasse militar, y corto, de que la “coalición de los dispuestos” relegue a la familia Gadafi al olvido con sus bombas, Washington, Londres y París se den por satisfechos con el control de Libia oriental; una versión norteafricana de un Emirato del Golfo rico en petróleo. A Gadafi le quedaría una Tripolitania hambrienta al estilo de Corea del Norte.
Pero considerando las últimas deserciones importantes del régimen, más la fase final deseada (“Gadafi debe irse”, en las propias palabras del presidente Obama), Washington, Londres, París y Riad no se darán por satisfechos con otra cosa que con todo el kebab. Incluida una base estratégica para AFRICOM y la OTAN.
Acorralen a los sospechosos de siempre
Uno de los efectos secundarios del trato sucio EE.UU.-Arabia Saudí es que la Casa Blanca hace todo lo que puede para asegurar que el drama de Bahréin sea enterrado por los medios estadounidenses. La presentadora de noticias de BBC America, Katty Kay, por lo menos tuvo la decencia de subrayar: “Les gustaría que esto [Bahréin] desapareciera porque no hay ninguna ventaja real para ellos en el apoyo a la rebelión de los chiíes”.
Por su parte el emir de Qatar, Jeque Hamad bin Khalifa al Thani, se presentó en al-Jazeera y dijo que la acción fue necesaria porque el pueblo libio fue atacado por Gadafi. Los periodistas, generalmente decentes, de al-Jazeera podrían haber preguntado cortésmente al emir si enviaría sus Mirage a proteger al pueblo de Palestina contra Israel, o a sus vecinos en Bahréin contra Arabia Saudí.
La dinastía al-Khalifa en Bahréin es esencialmente un montón de colonos suníes que se apoderaron del país hace 230 años. Durante gran parte del Siglo XX, fueron complacientes esclavos del imperio británico. El Bahréin moderno no viene bajo el espectro de un empujón de Irán: no es más que un mito de al-Khalifa (y de la Casa de Saud).
Los bahreiníes, históricamente, siempre han rechazado que formen parte de una especie de nación chií dirigida por Irán. Las protestas son antiguas, y forman parte de un verdadero movimiento nacional, mucho más allá de sectarismo. No es sorprendente que la consigna en la icónica rotonda Perla, aplastada por el temible Estado policial al-Khalifa, haya sido: “ni suní, ni chií: bahreiní”.
Lo que querían los manifestantes era esencialmente una monarquía constitucional; un parlamento legítimo; elecciones libres y justas; y no más corrupción. Lo que obtuvieron en su lugar fue “Bahréin amigo de las balas” en lugar de “Bahréin amigo de los negocios”, y una invasión auspiciada por la Casa de Saud.
Y la represión continúa, invisible para los medios corporativos de EE.UU. Los twitters gritan que todo el mundo y su vecino están siendo arrestados. Según Nabeel Rajab, presidente del Centro Bahréin por los Derechos Humanos, más de 400 personas han desaparecido o están detenidas, algunas “arrestadas en puestos de control comandados por matones traídos de otros países árabes y asiáticos, llevan máscaras negras en las calles”. Incluso el bloguero Mahmood Al Yousif fue arrestado a las 3 de la mañana, provocando sospechas de que lo mismo ocurrirá a todo bahreiní que haya blogueado, twitteado, o colgado mensajes en Facebook a favor de la reforma.
El policía global progresa
Amanecer de la Odisea ha terminado. Ahora viene Protector Unificado –dirigido por el canadiense Charles Bouchard-. Traducción: el Pentágono (como en AFRICOM) transfiere la “acción militar cinética” a sí mismo (como a la OTAN, que no es otra cosa que el Pentágono gobernando Europa). AFRICOM y la OTAN son ahora uno solo.
El espectáculo de la OTAN incluirá ahora ataques aéreos y de misiles crucero; un bloqueo naval de Libia; y tenebrosas operaciones en tierra no especificadas para ayudar a los “rebeldes”. Hay que esperar incursiones duras de helicópteros artillados al estilo AfPak –con el correspondiente “daño colateral”.
Una curiosa situación ya se hace visible. La OTAN permite deliberadamente que las fuerzas de Gadafi avancen a lo largo de la costa del Mediterráneo para repeler a los “rebeldes”. Hace rato que no hay ataques aéreos selectivos.
El objetivo posiblemente es extraer concesiones políticas y económicas del Consejo Nacional Interino (INC) infestado de desertores y exiliados libios, un reparto sospechoso de personajes que incluye al ex ministro de justicia Mustafa Abdel Jalil, al ex secretario de planificación educado en EE.UU. Mahmoud Jibril y al ex residente en Virginia, el nuevo “comandante militar” y agente de la CIA Khalifa Hifter. El laudable movimiento indígena Juventud del 17 de Febrero –que estuvo a la vanguardia del levantamiento de Bengasi– ha sido totalmente marginado.
Es la primera guerra africana de la OTAN, tal como Afganistán es la primera guerra de la OTAN en Asia central y del sur. Configurada ahora firmemente como brazo armado de la ONU, la policía global OTAN progresa, implementando su “concepto estratégico” aprobado en la cumbre de Lisboa en noviembre pasado (vea “Bienvenido a OTANstán”, Rebelión, 21 de noviembre de 2010).
Hay que eliminar la Libia de Gadafi para que el Mediterráneo –el mare nostrum de la antigua Roma– se convierta en un lago de la OTAN. Libia es la única nación del norte de África que no está subordinada a AFRICOM, a CENTCOM o a alguna otra de la miríada de “cooperaciones” de la OTAN. Las otras naciones no relacionadas con la OTAN son Eritrea, la República Árabe Saharaui Democrática, Sudán y Zimbabue.
Además, dos miembros de la “Iniciativa de Cooperación de Estambul” de la OTAN –Qatar y los Emiratos Árabes Unidos– combaten ahora por primera vez junto a AFRICOM/OTAN. Traducción: la OTAN y los socios del Golfo Pérsico libran una guerra en África. ¿Europa? Es demasiado provincial. El camino es el policía global.
Según la propia doble moral oficial del gobierno de Obama, los dictadores que son elegibles para el “acercamiento estadounidense” –como los de Bahréin y Yemen– pueden estar tranquilos, y no se les castigará hagan lo que hagan. Y más vale que tengan cuidado los que son elegibles para “alteración de régimen”, desde África a Medio Oriente y Asia. La policía global OTAN los va a liquidar. Con tratos sucios o sin ellos.
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