LA PATRIA VOLTEADA
- Primera parte -
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Un relato de Manuel Freytas
La estatua viviente
(pesadillas reencarnatorias)
Sucedió mucho antes del reciclaje. Antes que Papito se la llevara una noche por el ciberespacio.
Antes que el gato tarotista la iniciara en la cultura del transformismo. Antes que la nueva aristocracia política con raíces doctrinarias en Miami, le aplicara los diez años de grandes transformaciones. Antes que la estética kitchs, el yacuzzi, la falopa y el volteo económico se instalaran como estilo de vida.
Se cansó de estar inmortalizada y convertida en un símbolo.
De las palomas irrespetuosas de su investidura, que la cagaban sin piedad durante las veinticuatro horas. De las ceremonias oficiales. De la carta magna y de la independencia trucha de poderes. De los discursos demagogos en el balcón. De los simulacros electorales periódicos. De los desfiles militares chocolateros en su homenaje. De las manifestaciones políticas. De los turistas cholulos que la usaban para fotografiarse...
Antes que el gato tarotista la iniciara en la cultura del transformismo. Antes que la nueva aristocracia política con raíces doctrinarias en Miami, le aplicara los diez años de grandes transformaciones. Antes que la estética kitchs, el yacuzzi, la falopa y el volteo económico se instalaran como estilo de vida.
Se cansó de estar inmortalizada y convertida en un símbolo.
De las palomas irrespetuosas de su investidura, que la cagaban sin piedad durante las veinticuatro horas. De las ceremonias oficiales. De la carta magna y de la independencia trucha de poderes. De los discursos demagogos en el balcón. De los simulacros electorales periódicos. De los desfiles militares chocolateros en su homenaje. De las manifestaciones políticas. De los turistas cholulos que la usaban para fotografiarse...
En otras palabras, estaba podrida de laburar de estatua. Y de patria.
Quiso ser ella misma. Probar la condición humana. Sentirse como cualquier mortal del pueblo. Experimentar la vida.
–¡Patria, las pelotas! ¡Me gusta ser mujer!– dijo una noche y se bajó de la pirámide.
Usó sus poderes y se reencarnó en el cuerpo de Lorena. Una potra escultural de 20 años. Morocha, 1,75 de estatura, cabello largo y brillante.
Una especie de top matadora de un comercial publicitario de onda. Todo músculo, sangre y belleza. Con la calidez y sensualidad que emanan de una mina nacida bajo el signo de cáncer.
Solo había un problema.
Pese a vivir dentro del cuerpo escultural y avasallante de sexo de Lorena, la Patria no había podido superar sus prejuicios y sus formas antiguas de comunicarse.
La transferencia reencarnatoria fue incompleta. Sentía, pensaba y hablaba con la psicología de una solterona católica del siglo XIX.
Quiso ser ella misma. Probar la condición humana. Sentirse como cualquier mortal del pueblo. Experimentar la vida.
–¡Patria, las pelotas! ¡Me gusta ser mujer!– dijo una noche y se bajó de la pirámide.
Usó sus poderes y se reencarnó en el cuerpo de Lorena. Una potra escultural de 20 años. Morocha, 1,75 de estatura, cabello largo y brillante.
Una especie de top matadora de un comercial publicitario de onda. Todo músculo, sangre y belleza. Con la calidez y sensualidad que emanan de una mina nacida bajo el signo de cáncer.
Solo había un problema.
Pese a vivir dentro del cuerpo escultural y avasallante de sexo de Lorena, la Patria no había podido superar sus prejuicios y sus formas antiguas de comunicarse.
La transferencia reencarnatoria fue incompleta. Sentía, pensaba y hablaba con la psicología de una solterona católica del siglo XIX.
Algo había fallado durante el proceso de la transmutación.
Le faltaban soportes, puntos de apoyo y de adaptación a la nueva realidad. Había una marcada disociación entre su conversión física y su campo psicológico.
Demasiadas contradicciones.
Una dama de abolengo de la aristocracia vacuna del siglo pasado, metida en el cuerpo avasallante y sensual de una potra juvenil de fin de milenio.
Era como si Claudia Schieffer viviera metida en la psicología de la Reina Isabel de Inglaterra.
Cada vez que un macho se la quería levantar, ella le espetaba ¡no me atosiguéis! Los tipos se rajaban creyendo que habían sufrido una alucinación.
Le faltaban soportes, puntos de apoyo y de adaptación a la nueva realidad. Había una marcada disociación entre su conversión física y su campo psicológico.
Demasiadas contradicciones.
Una dama de abolengo de la aristocracia vacuna del siglo pasado, metida en el cuerpo avasallante y sensual de una potra juvenil de fin de milenio.
Era como si Claudia Schieffer viviera metida en la psicología de la Reina Isabel de Inglaterra.
Cada vez que un macho se la quería levantar, ella le espetaba ¡no me atosiguéis! Los tipos se rajaban creyendo que habían sufrido una alucinación.
Como era de esperar, los primeros problemas surgieron en el plano sexual.
Cada vez que se cruzaba con algún potro que le gustaba, se ruborizaba por todo el cuerpo. Experimentaba calores permanentes como las minas en estado menopaúsico.
Vivía con el abanico puesto.
Sentía que sus padres, los Padres de la Patria, la recriminaban desde sus estatuas. Había sido educada en un colegio de monjas y en la doble moral burguesa.
Era tremendamente racista y puritana.
Había sido formada desde chica en la teoría de la civilización o la barbarie. Igual que Sarmiento y los maestros que recitan a Sarmiento.
Cada vez que se cruzaba con algún potro que le gustaba, se ruborizaba por todo el cuerpo. Experimentaba calores permanentes como las minas en estado menopaúsico.
Vivía con el abanico puesto.
Sentía que sus padres, los Padres de la Patria, la recriminaban desde sus estatuas. Había sido educada en un colegio de monjas y en la doble moral burguesa.
Era tremendamente racista y puritana.
Había sido formada desde chica en la teoría de la civilización o la barbarie. Igual que Sarmiento y los maestros que recitan a Sarmiento.
Le atraían la cultura y las modas importadas.
Siempre tenía problemas. La echaban de todos los shoppings y las boutiques de onda. Cada vez que ingresaba a un negocio preguntaba cuándo llegaría la última colección de corsés y miriñaques de Europa.
Las empleadas la sacaban a patadas en el culo. Mal pagas, y encima tener que bancarse a una pendeja sobradora.
Las empleadas la sacaban a patadas en el culo. Mal pagas, y encima tener que bancarse a una pendeja sobradora.
Al igual que sus padres, odiaba a los morochos de origen criollo y sentía desprecio por todo lo popular. Sólo la calentaban los rubios de ojos azules y de 1,90 de estatura para arriba. En lo posible de origen anglosajón. Sentía desprecio por su piel morena producto de la falla en la programación reencarnatoria. Como era tradicionalista, nunca se despojó del vestido blanco y del gorro frigio.
La gente se sorprendía al ver a semejante pedazo de mina vestida de esa manera por la calle. La tomaban por una de esas pendejas raras que estudian arte dramático y se hacen las exóticas.
Los viejos la miraban y decían que la juventud está cada día más loca. Nadie, ni por puta, sospechaba que era la mismísima patria humanizada.
Tenía muchísima dificultad para comunicarse con los jóvenes de su generación.
Las pibas y los pibes se creían que estaba rayada. No entendían como semejante pedazo de hembra podía hablar y pensar de esa manera. Parecía un libro de lectura escolar antiguo.
Cuando alguno se la quería transar le decía ¡ay, caballero! ¿Cómo se atreve usted? Los guachos la mandaban a cagar a los yuyos.
Algunos intentaban violarla.
Huían despavoridos cuándo ella les decía que estaban cometiendo un ultraje contra la carta magna.
Terminaba llorando y escuchando boleros del trío Los Panchos en su departamento.
Sus represiones sexuales le jugaban una mala pasada. Cuándo más se excitaba, más se hacía la ofendida. Todo producto de la doble moral burguesa en estado decimonónico.
Se calentaba hasta con el órgano de la iglesia. Si no fuera por las palomas, hubiera vuelto a la estatua.
A enfriarse un poco.
La gente se sorprendía al ver a semejante pedazo de mina vestida de esa manera por la calle. La tomaban por una de esas pendejas raras que estudian arte dramático y se hacen las exóticas.
Los viejos la miraban y decían que la juventud está cada día más loca. Nadie, ni por puta, sospechaba que era la mismísima patria humanizada.
Tenía muchísima dificultad para comunicarse con los jóvenes de su generación.
Las pibas y los pibes se creían que estaba rayada. No entendían como semejante pedazo de hembra podía hablar y pensar de esa manera. Parecía un libro de lectura escolar antiguo.
Cuando alguno se la quería transar le decía ¡ay, caballero! ¿Cómo se atreve usted? Los guachos la mandaban a cagar a los yuyos.
Algunos intentaban violarla.
Huían despavoridos cuándo ella les decía que estaban cometiendo un ultraje contra la carta magna.
Terminaba llorando y escuchando boleros del trío Los Panchos en su departamento.
Sus represiones sexuales le jugaban una mala pasada. Cuándo más se excitaba, más se hacía la ofendida. Todo producto de la doble moral burguesa en estado decimonónico.
Se calentaba hasta con el órgano de la iglesia. Si no fuera por las palomas, hubiera vuelto a la estatua.
A enfriarse un poco.
Todas estas dificultades de adaptación a la modernidad, la fueron aislando de la vida social.
Su ambivalencia emocional estaba marcadamente disociada de las pautas del entorno. Sufría de histeria compulsiva y de angustia al vínculo. Su cuerpo descomunal irradiaba sexo con la fuerza de un volcán, y su psicología rechazaba cualquier intento de concreción del mismo. Vivía acuciada por la angustia del deseo y la negación.
Suerte que no se le cruzó ningún psicoanalista por el camino. Podía haber terminado en un manicomio o manteniéndolo por el resto de su vida. No enganchan nunca un cliente. Pero cuándo lo enganchan, son fieles de verdad.
No cogía, no tomaba alcohol, no se drogaba, no era fan de ningún conjunto rockero de onda. Se emocionaba con Pavarotti. Hablaba como las abuelas de principio de siglo. Y encima, era racista y antiecologista, como la Chancha. La hija del Chancho. El verdadero hacedor del modelo económico.
Su ambivalencia emocional estaba marcadamente disociada de las pautas del entorno. Sufría de histeria compulsiva y de angustia al vínculo. Su cuerpo descomunal irradiaba sexo con la fuerza de un volcán, y su psicología rechazaba cualquier intento de concreción del mismo. Vivía acuciada por la angustia del deseo y la negación.
Suerte que no se le cruzó ningún psicoanalista por el camino. Podía haber terminado en un manicomio o manteniéndolo por el resto de su vida. No enganchan nunca un cliente. Pero cuándo lo enganchan, son fieles de verdad.
No cogía, no tomaba alcohol, no se drogaba, no era fan de ningún conjunto rockero de onda. Se emocionaba con Pavarotti. Hablaba como las abuelas de principio de siglo. Y encima, era racista y antiecologista, como la Chancha. La hija del Chancho. El verdadero hacedor del modelo económico.
Vivía a contramano de cualquier movida de onda.
Terminó sola y recluida en un lujoso departamento mantenida por las arcas del tesoro nacional. Estaba aquejada de melancolía y padecía un cuadro depresivo severo. Y sucedió lo que tenía que suceder. Cayó en las garras del más cruel onanismo.
Se volvió fatalmente pajera... Y empezó a soñar con la globalización...
Terminó sola y recluida en un lujoso departamento mantenida por las arcas del tesoro nacional. Estaba aquejada de melancolía y padecía un cuadro depresivo severo. Y sucedió lo que tenía que suceder. Cayó en las garras del más cruel onanismo.
Se volvió fatalmente pajera... Y empezó a soñar con la globalización...
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