LA PATRIA VOLTEADA
- Primera parte -
Un relato de Manuel Freytas
El canal Afrodita
(O el ideario manoseado)
Se hizo adicta al canal Afrodita. Miraba la programación completa y no paraba en ningún momento con los dedos. Parecían las aspas de un turbo ventilador funcionando en la quinta velocidad. Cuándo fantaseaba con algún rubio bien armado y alto, ingresaba en el delirio del goce.
Profería unos gritos descomunales.
Se retorcía y gemía en una especie de alucinación fantástica del orgasmo. Los vecinos creían que se la estaba volteando un batallón completo. En el barrio se creó una fama de puta desaforada.
Por el exceso estimulatorio terminaba con las zonas erógenas todas irritadas. Vivía comprando cremas suavizantes. Como no podía parar con el vicio compulsivo, terminó agotando todo el stock de cremas de las farmacias céntricas. Los farmacéuticos la tomaban por una prostituta fiestera del rubro 59.
Un día uno le preguntó cuánto cobraba por un servicio completo, y lo mandó en cana por acoso sexual. Como era la patria, el gobierno, los jueces y la corte adicta actuaron con suma celeridad. El pobre boticario perdió la farmacia, los amigos y la familia. Y como no se cansaba de repetir que fue denunciado por la Patria, lo internaron en un manicomio oficial.
Murió de un síncope cardíaco. Después de orinar varias veces sobre la bandera nacional que flameaba en el frente del establecimiento.
Profería unos gritos descomunales.
Se retorcía y gemía en una especie de alucinación fantástica del orgasmo. Los vecinos creían que se la estaba volteando un batallón completo. En el barrio se creó una fama de puta desaforada.
Por el exceso estimulatorio terminaba con las zonas erógenas todas irritadas. Vivía comprando cremas suavizantes. Como no podía parar con el vicio compulsivo, terminó agotando todo el stock de cremas de las farmacias céntricas. Los farmacéuticos la tomaban por una prostituta fiestera del rubro 59.
Un día uno le preguntó cuánto cobraba por un servicio completo, y lo mandó en cana por acoso sexual. Como era la patria, el gobierno, los jueces y la corte adicta actuaron con suma celeridad. El pobre boticario perdió la farmacia, los amigos y la familia. Y como no se cansaba de repetir que fue denunciado por la Patria, lo internaron en un manicomio oficial.
Murió de un síncope cardíaco. Después de orinar varias veces sobre la bandera nacional que flameaba en el frente del establecimiento.
Como no podía parar con la promiscuidad masturbatoria, la patria consultó con los teorizadores y clínicos de la ciencia psicoanalítica. Fue objeto de diversos estudios interdisciplinarios. La exploraron desde distintos encuadres histórico-evolutivos. Endógenos o exógenos. Constitucionales o adquiridos. Nunca dieron en la tecla. Mejor dicho, nunca dieron con la causalidad vibratoria de su clítoris inflamado. En realidad nunca dieron con el clítoris, porque solo le examinaban la cabeza. Un vicio insalvable de la profesión.
Nadie podía ingresar en su campo intrapsíquico. Los diagnósticos variaban según la escuela de pertenencia. Algunos hablaban de una alteración sexual en el proceso de introyección y proyección identificatorias. Otros de una disociación irreversible en los ámbitos psicosocial, sociodinámico e institucional. Hubo quienes propusieron organizar una nueva gestalt, a fin de reconstruir el objeto bueno destruido por el cuadro de auto mutilación castradora. A uno que le diagnosticó fiebre uterina le sacaron la matrícula para siempre. Ahora trabaja de adivino.
Agotadas las instancias de la ciencia psicológica, cayó en manos de los brujos. Los síquicos y manochantas le decían cualquier boludez para conservarla como cliente. La tomaban por una mitómana. No podían creer que esa potra escultural tuviera problemas masturbatorios. Muchos le pedían que se desvistiera para revisarla.
Algunos organizaban rituales macumberos en grupo durante los trances de manipulación clitoriana de la pendeja. En el momento que lanzaba sus infernales alaridos orgásmicos, terminaban todos en un goce colectivo con el Paí y la Maí copulando desnudos en el piso. Los brujos no tienen límites.
Cuando se enteraban que era la patria, decían que padecía de un fenómeno sexual extraño al ser nacional. Cobraban rápido y se mandaban a mudar. Temían que los mandaran en cana por ejercicio ilegal de la medicina, o por violación de la carta orgánica. Algunos zafaron del calabozo escudados en la libertad de cultos.
Finalmente fue rescatada de la brujería pagana. El operativo se concretó mediante una acción combinada de la inteligencia de Estado con los síquicos del entorno presidencial. La patria fue sometida a un proceso de reconversión al catolicismo por los mentalistas ateos del oficialismo. Por guita hacen cualquier cosa.
El exorcismo trucho no dio ningún resultado. La patria volvió a la alucinación fantástica del goce masturbatorio. Todavía le aguardaban algunas desafortunadas experiencias. Antes de entregarse a los poderes superiores del gato tarotista. Y de su encuentro histórico con Papito.
El que la inició para siempre en la Papitomanía...
El que la inició para siempre en la Papitomanía...
Pajas bravas(al borde de un ataque de nervios)
Después cayó en manos de los pastores evangélicos brasileños. La trataban de exorcizar gritando ¡gloria!, ¡gloria! Pero como la gloria de los pastores es más trucha que la estabilidad económica, tampoco anduvo. La patria continuó en sus delirios onanísticos. Que ya rayaban en la perversión más atroz.
Finalmente la derivaron a los curas. La patria volvió a sus orígenes. Rezaba y comulgaba todo el día. Como andaba vestida de patria la pendeja despertó sospechas. Algunos sacerdotes sobrevivientes de la Doctrina de Seguridad Nacional, dudaban. La tomaban por la hija de algún subversivo ateo. Sospechaban que la pendeja se quería vengar de los sacramentos. Y de los milicos que reventaron a una generación completa por orden de los yanquis.
En la iglesia la perdieron el tamaño de las velas del altar.
Se robó una, la más grande, y volvió a la promiscuidad masturbatoria. Esta vez con la vela como objeto fálico sublimado. Los orgasmos de la potra llegaban a un clímax descomunal.
Su formación religiosa, la combinación morbosa del vicio con el pecado, la hacían volar de fiebre y de placer. Sus convulsiones eran tan fuertes que empezó a romper camas, colchones mesas de luz, floreros, todo lo que se le ponía al paso.
Cuanto ingresaba al orgasmo alucinatorio se retorcía, gritaba y echaba espuma por la boca. Parecía la pendeja endemoniada de la película El Exorcista. Estaba totalmente poseída.
Se robó una, la más grande, y volvió a la promiscuidad masturbatoria. Esta vez con la vela como objeto fálico sublimado. Los orgasmos de la potra llegaban a un clímax descomunal.
Su formación religiosa, la combinación morbosa del vicio con el pecado, la hacían volar de fiebre y de placer. Sus convulsiones eran tan fuertes que empezó a romper camas, colchones mesas de luz, floreros, todo lo que se le ponía al paso.
Cuanto ingresaba al orgasmo alucinatorio se retorcía, gritaba y echaba espuma por la boca. Parecía la pendeja endemoniada de la película El Exorcista. Estaba totalmente poseída.
El asunto terminó cuando los vecinos la denunciaron a la policía por escándalos sexuales reiterados.
En realidad esa fue la excusa esgrimida. La verdad fue que todas las mujeres y los hombres del edificio, incluidos sus hijos e hijas adolescentes, se volvieron irremediablemente pajeros. La perversión masturbatoria y los alaridos sexuales de esa hembra descomunal, se les contagió fatalmente.
Nadie dormía. Se destrozaban las manos y los dedos gozando con los gemidos de la patria. Se levantaban ojerosos y sin energía. Muchos ya no trabajaban ni estudiaban. La mayoría empezó a perder la memoria. Las farmacias agotaban su existencia de cremas suavizantes.
Muchos ya organizaban orgías de onanismo en grupo. El edificio parecía Sodoma y Gomorra. Ni el portero ni su mujer se salvaron del vicio colectivo. La onda transferencial se expandía. Corría peligro todo el barrio.
El asunto terminó cuándo tres hombres araña vaciaron todos los departamentos, aprovechando el descuido producido por las sesiones masturbatorias de sus moradores.
En reunión de consorcio se decidió la expulsión de la patria. Hoy están todos en manos de psicólogos, de cuyos honorarios se hizo cargo el tesoro nacional. Guita tirada al pedo.
En realidad esa fue la excusa esgrimida. La verdad fue que todas las mujeres y los hombres del edificio, incluidos sus hijos e hijas adolescentes, se volvieron irremediablemente pajeros. La perversión masturbatoria y los alaridos sexuales de esa hembra descomunal, se les contagió fatalmente.
Nadie dormía. Se destrozaban las manos y los dedos gozando con los gemidos de la patria. Se levantaban ojerosos y sin energía. Muchos ya no trabajaban ni estudiaban. La mayoría empezó a perder la memoria. Las farmacias agotaban su existencia de cremas suavizantes.
Muchos ya organizaban orgías de onanismo en grupo. El edificio parecía Sodoma y Gomorra. Ni el portero ni su mujer se salvaron del vicio colectivo. La onda transferencial se expandía. Corría peligro todo el barrio.
El asunto terminó cuándo tres hombres araña vaciaron todos los departamentos, aprovechando el descuido producido por las sesiones masturbatorias de sus moradores.
En reunión de consorcio se decidió la expulsión de la patria. Hoy están todos en manos de psicólogos, de cuyos honorarios se hizo cargo el tesoro nacional. Guita tirada al pedo.
La patria y la vela fueron trasladadas a una residencia de las afueras de la ciudad. El gobierno le asignó custodios con los oídos previamente taponados con cera. La operación de inteligencia estaba destinada a prevenir el efecto contagio producida entre los vecinos del edificio anterior.
Un día la potra viciosa cometió un desliz propio de los mortales. Deprimida, se tomó entera una botella de vodka rusa auténtica. Se le cruzaron todos los cables. La bebida preferida de Yeltsin terminó mágicamente con todos sus prejuicios y sus represiones. Se olvidó del onanismo. Pedía un hombre de carne y hueso. Un macho rubio de 1,90 de estatura y bien dotado. Igual que el inglés que le cagó la vida.
Quería sentir el placer de la carne. Entregarse como cualquier mujer común al placer de ser penetrada por un miembro viril. Enamorarse. Tener una familia. Divorciarse. Elaborar el duelo con un psicólogo, y luego litigar por los alimentos de los chicos y cogerse al abogado. Lo que hacen todas las minas superadas.
Un día la potra viciosa cometió un desliz propio de los mortales. Deprimida, se tomó entera una botella de vodka rusa auténtica. Se le cruzaron todos los cables. La bebida preferida de Yeltsin terminó mágicamente con todos sus prejuicios y sus represiones. Se olvidó del onanismo. Pedía un hombre de carne y hueso. Un macho rubio de 1,90 de estatura y bien dotado. Igual que el inglés que le cagó la vida.
Quería sentir el placer de la carne. Entregarse como cualquier mujer común al placer de ser penetrada por un miembro viril. Enamorarse. Tener una familia. Divorciarse. Elaborar el duelo con un psicólogo, y luego litigar por los alimentos de los chicos y cogerse al abogado. Lo que hacen todas las minas superadas.
Resolvió una estrategia. Se pintaría la cara de blanco y posaría como una estatua de la patria en la calle de las flores. Como ahí varias minas laburaban de eso, nadie sospecharía. Por otra parte, esa es la calle común de tránsito de los rubios altos de origen anglosajón. Al primero que le gustara se lo levantaría.
Utilizó sus poderes para escaparse convertida en una abeja de jardín. Como los custodios eran sordos, ni los zumbidos escucharon. La potra posó de estatua. Ante la vista de semejante hembra escultural producida como la patria, una multitud de machos se arremolinó para mirarla. Algunos viciosos hasta se tocaban la bragueta. El vouyerismo es un deporte nacional
La patria ni mus. Como si nada. Estática. Fría como una estatua. Todos eran morochos y ninguno pasaba del metro setenta. Un asco. Hasta que entre la multitud de machos petisos sobresalió la figura de un gigante rubio tostado.
Era como si los duplicara en estatura. El clítoris de la patria comenzó a girar a la velocidad de un fórmula uno. ¡Que pedazo de macho anglosajón, por Dios!, dijo y resolvió levantarlo en el acto.
Él la miró y ella lo miró. El flechazo fue mutuo. Y podría haber resultado una catástrofe psicológica, higiénica y sexual para la patria, de no mediar la aparición en escena del gato tarotista.
La patria ni mus. Como si nada. Estática. Fría como una estatua. Todos eran morochos y ninguno pasaba del metro setenta. Un asco. Hasta que entre la multitud de machos petisos sobresalió la figura de un gigante rubio tostado.
Era como si los duplicara en estatura. El clítoris de la patria comenzó a girar a la velocidad de un fórmula uno. ¡Que pedazo de macho anglosajón, por Dios!, dijo y resolvió levantarlo en el acto.
Él la miró y ella lo miró. El flechazo fue mutuo. Y podría haber resultado una catástrofe psicológica, higiénica y sexual para la patria, de no mediar la aparición en escena del gato tarotista.
Mediante un mensaje telepático el felino le advirtió del peligro.El que te estás queriendo levantar no es un rubio tostado anglosajón, boluda –le dijo–. Es un basquebolista negro brasileño teñido de rubio. Mide 2,10 de estatura, y tiene tres toneladas de catinga acumulada en el cuerpo. Si te voltea te revienta con el olor...Del susto y el asco racista, a la Patria se le fue el efecto del vodka. Y el clítoris se le puso al nivel de temperatura del glaciar Perito Moreno. Se lo llevó al felino a vivir con ella.
Los custodios del edificio miraban una película de espías sin entender lo que decían. Por la cera en sus oídos estaban más sordos que una tapia. Veían, pero no entendían ni escuchaban.
Se habían convertido en homo videns.
Los custodios del edificio miraban una película de espías sin entender lo que decían. Por la cera en sus oídos estaban más sordos que una tapia. Veían, pero no entendían ni escuchaban.
Se habían convertido en homo videns.
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