7/06/2012

La Patria Volteada Frag # 4 )


LA PATRIA VOLTEADA  
- Primera parte -
Un relato de Manuel Freytas


El Palacio Rosa 50
(El templo de los simulacros)

El gato tarotista tenía sus propios planes con la patria. Era un estratega nato. Quería infiltrarse por medio de ella en la ingeniería del poder manejado por los yanquis. Quería ser el presidente nuevo, del país nuevo. Una réplica aggiornada del hombre nuevo del Che, pero en versión capitalista.
O sea, una flor de cagada.
Quería presentarla como la política con sentido estratégico. Más allá del cálculo táctico y la coyuntura. Capaz de construir una amplia coalición social que sostuviera la viabilidad de un proyecto alternativo.
Un movimiento transformador con profunda inserción social. Destinado a enfrentar los  desafíos y el nuevo escenario de la globalización de fin de milenio. ¿Me entiende, Mister?
Se mataba de risa el gato.
Gozaba armando  discursos vaciados de contenido. Los versos  que vota la gente. Y después en las encuestas dicen que los políticos son todos chorros.
Pero los votan. Saben que son la alternativa de lo mismo. Pero los votan. Saben que son decadentes y mentirosos. Pero los votan. Saben que venden el país. Pero los votan.
Es una sociedad fronteriza. Conocen la naturaleza corrupta de la política tradicional, pero le piden alternativas (también odian a la policía, pero le piden seguridad).
Masoquistas o boludos. Los extremos no se tocan. Pero dan los mismos resultados.  Siempre legalizan el robo de cosa pública con el voto. Si no conceden diplomas constitucionales para el choreo, no son felices. Les encanta tener la poronga en el culo. Y las vacaciones con los chicos asegurada.
El gato armaba su propia plataforma con la patria como rehén.
 
La invasión inglesa
(con el inglés incorporado)
La relación con el gato tarotista marcaría un giro histórico en la existencia mortal de la patria.
El estratega del tiempo tenía poderes superiores. Una noche los utilizó para explorarla dentro de un encuadre histórico-evolutivo de mente, cuerpo y espíritu. Y pudo develar el secreto de su ansiedad masturbatoria compulsiva. 
Quedó revelado el origen del trauma.
Sucedió una noche. Durante la visita de un oficial inglés, amigo y socio de sus padres. Era un soldado de caballería, rubio, de ojos azules, y de 1,95 de estatura. Se habían mirado, y la química surgió de inmediato. Hubo una atracción casi salvaje. Un  feeling descomunal. Parecían Madonna  y su secretaria.
El cerdo imperialista  era extremadamente operativo. Actuó con celeridad luego de la cena a la luz de las velas. Los viejos contrabandistas dormían como troncos. Hasta roncaban y todo. El inglés los  había fusilado con el whisky escocés de regalo.
La llevó hasta el patio y la sentó sobre el aljibe. No perdió ni un segundo de tiempo. Venía de una campaña militar de dos años sin ver una mujer. Y ella no deseaba otra cosa que eso.
Le tapó la cara con el gorro frigio para que no gritara, y la ensartó con el sable de combate sin ningún tipo de protocolo. A puro instinto animal. A lo bruto.
Sin decirle te amo, o el año que viene nos casamos.
Lamentablemente, la relación carnal no pudo ser consumada totalmente. El orgasmo  fue interrumpido a medio camino. Fueron sorprendidos por los esclavos negros, quienes echaron al inglés con aceite hirviendo y al grito de ¡inglés, good home!
Los historiadores confundieron este hecho íntimo con la Reconquista. Siempre investigan los libros equivocados. Relatan la historia contada por el enemigo.
El  valiente oficial fue llevado al hospital del quemado, con lesiones irreversibles en su miembro viril.
Posteriormente abandonó el ejército e instaló una casa de moda en Londres. Se le había afinado la voz y se expresaba con la manito quebrada. No le quedaba otra.
El imperio perdió un gran soldado.
El  tarotista describió el cuadro traducido a un lenguaje popular de fácil acceso.
–La patria quedó fijada intrapsíquicamente en esa primera experiencia traumática– dictaminó. El acto sexual inconcluso la marcó dentro de una histeria de conversión regresiva inconsciente.
Ingresó dentro de un campo de conducta narcisista, agravado por un  fenómeno  de compulsión a la repetición de la experiencia frustrante. Finalmente, y por desplazamiento inconsciente, sublimó la conducta sexual regresiva por una peligrosa fantasía autista.
Reconstruía patológicamente el vínculo frustrante a través del delirio masturbatorio. Padecía una disfunción disociativa entre el adentro y el afuera. Tenía los campos de proyección e introyección alterados.
–En otras palabras– remató el tarotista. Hace como doscientos años que tiene al inglés dentro de la vagina, y no se lo puede sacar. Lo lleva incorporado al cerdo imperialista hijo de puta.
Ni siquiera se da cuenta que ahora el mundo es del imperialismo yanqui.
Difícilmente los clínicos y teorizadores del psicoanálisis puedan refutar es diagnóstico esclarecedor del tarotista con la estatua viviente.
Al menos que la encuentren a la patria y arreglen una entrevista personalizada en el diván. Lo que resulta altamente improbable, dado que son internacionalistas y ateos. No creen en nada. Ni siquiera  pueden comprar alguna indulgencia papal que los salve temporalmente del infierno.
El felino utilizó sus poderes inmortales. Terminó con la alucinación masturbatoria de la Patria. Canalizó sus sensaciones carnales por otras vías sublimatorias.  Mediante técnicas de hipnosis transferencial cambió sus hábitos onanísticos.
Los convirtió en realidad virtual.
La potra elegía hombres altos y rubios de las revistas del jet internacional. El felino los convertía en realidad, y la transportaba donde ella quisiera. Todos eran réplicas del inglés. Se vengaba de la frustración inicial. Vibraba en unos orgasmos alucinantes con el guerrero. Los vivía como si fueran de verdad.
El gato hacia lo suyo. Cuando la potra descomunal estaba en el fragor del combate con el león británico, el hijo de puta le pasaba la lengüita untada con dulce de leche por el clítoris. La guacha pedía más, y más, hasta que estallaba como una caldera de edificio.
Un día de las sacudidas que pegaba, el felino terminó colgado del una palmera gigante a diez cuadras de distancia. Ni sus poderes lo salvaron.
Había despertado un terremoto incontrolable. La patria saciaba como loca sus apetitos reprimidos con el inglés.
Que estaba más muerto que las estatuas de los Padres Fundadores. Un milagro del mundo virtual.
Fueron felices. Hasta que llegó el asunto de la carrera de modelo, y la firma del contrato globalizador  con don José And Company... Más conocido como el Viejo de la Bolsa.

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