LA PATRIA VOLTEADA
- Primera parte -
Un relato de Manuel Freytas
El gato tarotista
(El estratega del tiempo)
Antes de conocer a la patria el gato tarotista manejaba los tiempos.
Sabía de contradicciones históricas y de leyes de acción -reacción. Que todos los procesos suceden por acumulación y por saltos transformacionales. Que los ajustes y sus consecuencias sociales establecen la dinámica del cambio.
Que estos políticos decadentes y sin ideas, son una raza en extinción a corto plazo. Como los avisos publicitarios que ya no venden: llegaron a la saturación. Están quemados. Clonados y viejos. Ya no le sirven al capitalismo central.
Sabía de contradicciones históricas y de leyes de acción -reacción. Que todos los procesos suceden por acumulación y por saltos transformacionales. Que los ajustes y sus consecuencias sociales establecen la dinámica del cambio.
Que estos políticos decadentes y sin ideas, son una raza en extinción a corto plazo. Como los avisos publicitarios que ya no venden: llegaron a la saturación. Están quemados. Clonados y viejos. Ya no le sirven al capitalismo central.
El gato tarotista traspolaba los planos del relato. Se deslizaba por el tiempo. Huía de un posible atentado de la CIA. Los yanquis lo mejicanearon con la idea de la globalización de la patria. Había sido el arquitecto original del proyecto. Y fue el estratega del encuentro de la patria con Papito. El testigo privilegiado de las fantásticas aventuras sexuales de ambos en la meca del imperio. Trató –a través de su influencia sobre ella– de convertirse en el presidente nuevo, del país nuevo. Sus planes de infiltración en el poder fueron abortados por los bribones del yacuzzi. El presidente Jailander, un inmortal trucho, fue ungido como el estadista de los diez años de grandes transformaciones.
–La banca de Wall Street siempre contrata a los más inútiles como sus empleados– decía refiriéndose a las dotes intelectuales del ex Tigre de los Llanos como primer mandatario.
Y ahora andaba por la periferia del escenario. Transitaba por el presente. Destilaba rencor y tercer mundo en desuso. Simulaba creer en su monólogo sobre el ocaso de las ideologías. Jodía un rato. Boludeaba a tiempo completo. Se rascaba las bolas. Como cualquier ciudadano desocupado. Andaba a la espera de una señal positiva de los mercados. Buscaba una profecía del porvenir. Tal vez los negros hambrientos que comen gatos en el conurbano, se consolaba..
Y ahora andaba por la periferia del escenario. Transitaba por el presente. Destilaba rencor y tercer mundo en desuso. Simulaba creer en su monólogo sobre el ocaso de las ideologías. Jodía un rato. Boludeaba a tiempo completo. Se rascaba las bolas. Como cualquier ciudadano desocupado. Andaba a la espera de una señal positiva de los mercados. Buscaba una profecía del porvenir. Tal vez los negros hambrientos que comen gatos en el conurbano, se consolaba..
–Hay que tener cuidado– advertía. El tercer milenio viene con sorpresas. Estamos en un punto de inflexión. Cuando la gente no cree en nada puede creer en cualquier cosa. Puede ser un nuevo Jesucristo. O el Anticristo. O el huevo de la serpiente. Tal vez un nuevo enviado de los bárbaros. Un líder carismático que conduzca a los hambrientos del mundo a una nueva toma de la bastilla. Nunca se sabe...
Jugaba con las ideas. Se vendía ideología disfrazada de contra ideología. Era un inmortal metido en la psicología de un mortal. Tenía sentimientos contradictorios. Cuándo mentía decía la verdad, y cuándo decía la verdad mentía. Quería estar prendido en el nuevo orden de los yanquis, pero no se le ocurría ninguna idea para zafar de la persecución de la CIA.
Quería armar una revolución en el patio trasero, pero no tenía un proyecto claro ni nadie que lo siguiera. Quería iniciar un combate terrorista contra el sistema, pero no tenía explosivos ni logística militar. Quería comunicarse con el universo pero no tenía aire ni pantalla. Quería escribir un libro, pero no tenía resuelto el principio ni el final. Quería contactarse, pero no sabía con quién. Hablaba y escribía para nadie.
Quería armar una revolución en el patio trasero, pero no tenía un proyecto claro ni nadie que lo siguiera. Quería iniciar un combate terrorista contra el sistema, pero no tenía explosivos ni logística militar. Quería comunicarse con el universo pero no tenía aire ni pantalla. Quería escribir un libro, pero no tenía resuelto el principio ni el final. Quería contactarse, pero no sabía con quién. Hablaba y escribía para nadie.
Había acumulado sabiduría desde tiempos remotos de la antigüedad. Era un gran manipulador de almas.
Combinaba el poder de los inmortales con la astucia de un felino. Manejaba técnicas mentales, esotéricas y psicológicas. En sus orígenes fue un gato siamés. Reencarnado en la corte de varios faraones egipcios.
Fue un líder de los gatos sagrados.
Salvó a su especie de la extinción. Como se sabe, los faraones y la realeza egipcia cada vez que pedían un deseo a su gato y éste no se realizaba, los arrojaban a los cocodrilos del Nilo. El tarotista, mediante una comunicación telepática, hizo un trato con los cocodrilos.
–Cada uno de nosotros representa cuatro kilos de carne para ustedes– les dijo. Si ustedes no nos devoran, les prometo que tendrán ochenta kilos de carne por cada uno de los míos que salven.
Los cocodrilos aceptaron el trato.
El tarotista y sus compañeros comenzaron a urdir estrategias de influencia sobre la cúpula del poder. Mediante sucesivas acciones de inteligencia les convencieron de arrojar a los cocodrilos a todos los intrigantes de la corte. Comenzaron a denunciar conspiraciones y redes de fragotes falsos contra el faraón.
Fueron los precursores de las primicias del periodismo bien informado.
La operación psicológica fue un éxito. Los cocodrilos se cansaron de comer carne humana. Se pusieron gordos y pipones. Se parecían a esos sindicalistas ortodoxos que llevan más de treinta años atornillados en el sillón.
Cada vez que un gato siamés era arrojado a las aguas, lo rescataban y lo secaban para que no se resfriara.
Combinaba el poder de los inmortales con la astucia de un felino. Manejaba técnicas mentales, esotéricas y psicológicas. En sus orígenes fue un gato siamés. Reencarnado en la corte de varios faraones egipcios.
Fue un líder de los gatos sagrados.
Salvó a su especie de la extinción. Como se sabe, los faraones y la realeza egipcia cada vez que pedían un deseo a su gato y éste no se realizaba, los arrojaban a los cocodrilos del Nilo. El tarotista, mediante una comunicación telepática, hizo un trato con los cocodrilos.
–Cada uno de nosotros representa cuatro kilos de carne para ustedes– les dijo. Si ustedes no nos devoran, les prometo que tendrán ochenta kilos de carne por cada uno de los míos que salven.
Los cocodrilos aceptaron el trato.
El tarotista y sus compañeros comenzaron a urdir estrategias de influencia sobre la cúpula del poder. Mediante sucesivas acciones de inteligencia les convencieron de arrojar a los cocodrilos a todos los intrigantes de la corte. Comenzaron a denunciar conspiraciones y redes de fragotes falsos contra el faraón.
Fueron los precursores de las primicias del periodismo bien informado.
La operación psicológica fue un éxito. Los cocodrilos se cansaron de comer carne humana. Se pusieron gordos y pipones. Se parecían a esos sindicalistas ortodoxos que llevan más de treinta años atornillados en el sillón.
Cada vez que un gato siamés era arrojado a las aguas, lo rescataban y lo secaban para que no se resfriara.
El acuerdo político funcionó hasta que un cocodrilo opositor denunció la maniobra (la oposición siempre botonea al oficialismo para tomar su lugar y hacer lo mismo).
Los siameses tuvieron que huir en masa de Egipto y se esparcieron por el mundo. No hay un brujo que no tenga uno a su lado..
Y el curro tiene que continuar, filosofaba el gato.
Hay que generar otras expectativas. Se necesitan ideas nuevas. Fresquitas como una lechuga.
Y él quería estar ahí. En el centro operativo y estratégico de la nueva ingeniería del dominio imperial. Era un inmortal. Estaba preparado para cualquier oficio.
Hasta para laburar de gerente cipayo.
Los siameses tuvieron que huir en masa de Egipto y se esparcieron por el mundo. No hay un brujo que no tenga uno a su lado..
Y el curro tiene que continuar, filosofaba el gato.
Hay que generar otras expectativas. Se necesitan ideas nuevas. Fresquitas como una lechuga.
Y él quería estar ahí. En el centro operativo y estratégico de la nueva ingeniería del dominio imperial. Era un inmortal. Estaba preparado para cualquier oficio.
Hasta para laburar de gerente cipayo.
–Los yanquis manejan el Palacio Rosa 50– reflexionaba. Manejan el poder real. El verdadero gobierno tiene su sede en Washington D.C y en Wall Street.
Los que se sientan en el sillón del Palacio Rosa 50, solo están para firmar decretos y legalizar decisiones tomadas por el Departamento de Estado y la banca de Nueva York.
Su poder es tan trucho como la leyenda de los Padres Fundadores.
Nunca existieron como nación soberana. Sus símbolos y su cultura fueron copiados de Europa. Su carta orgánica y sus bases organizacionales fueron copiadas de los Estados Unidos. Hasta sus estatuas fueron copiadas. No copiaron la naturaleza, porque la encontraron hecha. Viejos ladrones. contrabandistas de cuarta, devenidos en aristocracia vacuna. Hasta importaron la teoría de civilización o barbarie, para justificar el asesinato en masa de indios. Los verdaderos dueños de la tierra, exterminados en nombre del progreso y la civilización.
Armaron una revolución de escarapela para cambiar un imperio por otro. Dejaron al español y se regalaron al inglés. Edificaron un país de blancos inmigrantes en un país robado a los morenos.
Y crearon la estética cultural y social del cocoliche.
Los que se sientan en el sillón del Palacio Rosa 50, solo están para firmar decretos y legalizar decisiones tomadas por el Departamento de Estado y la banca de Nueva York.
Su poder es tan trucho como la leyenda de los Padres Fundadores.
Nunca existieron como nación soberana. Sus símbolos y su cultura fueron copiados de Europa. Su carta orgánica y sus bases organizacionales fueron copiadas de los Estados Unidos. Hasta sus estatuas fueron copiadas. No copiaron la naturaleza, porque la encontraron hecha. Viejos ladrones. contrabandistas de cuarta, devenidos en aristocracia vacuna. Hasta importaron la teoría de civilización o barbarie, para justificar el asesinato en masa de indios. Los verdaderos dueños de la tierra, exterminados en nombre del progreso y la civilización.
Armaron una revolución de escarapela para cambiar un imperio por otro. Dejaron al español y se regalaron al inglés. Edificaron un país de blancos inmigrantes en un país robado a los morenos.
Y crearon la estética cultural y social del cocoliche.
¡Má que crisol de razas! ¡Trucho! País trucho. Palacio Rosa 50 trucho. Elecciones truchas. Tecnocracia trucha. Políticos truchos. Discursos truchos. Alternativas truchas. Encuestas electorales truchas. Marketing telepolítico trucho. Sonrisas truchas. Dientes truchos. Esperanzas truchas. Analistas truchos. Solidaridad trucha.
Doble moral trucha, y doble discurso trucho, bien organizaditos en la pirámide del poder blanco. Manejado desde el Norte, por los inventores de los derechos humanos con misiles.
Que te hacen el agujero, o te levantan un manolito, sentenciaba el felino.
Doble moral trucha, y doble discurso trucho, bien organizaditos en la pirámide del poder blanco. Manejado desde el Norte, por los inventores de los derechos humanos con misiles.
Que te hacen el agujero, o te levantan un manolito, sentenciaba el felino.
–Este discurso de fuerte carga nacionalista y popular, puede andar en el futuro– razonaba el tarotista.
En los ocasos de los turnos de explotación capitalista, siempre hay demanda social de nacionalismo. Vende. Hay mercado. Lo importante es hablar y tratar con los dueños del circo.
Perforar la joda de los buzones quemados. Y sentarse en el trono trucho del Palacio Rosa 50. Con banda y bastón de mando. También truchos, como corresponde.
–Así que, si querés ser el presidente de este circo rabioso, tenés que hablar con los yanquis– se decía el gato ambicioso y sin escrúpulos.
Venderles una nueva mercadería. Un nuevo sistema de control social. Legitimar una nueva lógica de dominio dentro de los cánones civilizados de las urnas. Está todo muy quemado.
Hay que revitalizar la confianza para seguir con el curro. ¿Me entiende, Mister?
En los ocasos de los turnos de explotación capitalista, siempre hay demanda social de nacionalismo. Vende. Hay mercado. Lo importante es hablar y tratar con los dueños del circo.
Perforar la joda de los buzones quemados. Y sentarse en el trono trucho del Palacio Rosa 50. Con banda y bastón de mando. También truchos, como corresponde.
–Así que, si querés ser el presidente de este circo rabioso, tenés que hablar con los yanquis– se decía el gato ambicioso y sin escrúpulos.
Venderles una nueva mercadería. Un nuevo sistema de control social. Legitimar una nueva lógica de dominio dentro de los cánones civilizados de las urnas. Está todo muy quemado.
Hay que revitalizar la confianza para seguir con el curro. ¿Me entiende, Mister?
Se pasaba de rosca el gato hijo de puta.
El vodka Yeltsin le removía su rencor histórico contra Maquiavelo. Nunca le pagó los derechos de autor por el axioma "el fin justifica los medios" que le robó al tarotista.
La Patria lo miraba embelesada. Con su psicología disociada, no sabía para que punto cardinal apuntaba el felino. El clítoris de Lorena la empezaba a tironear. Los prejuicios del siglo XIX, resistían.
El tarotista entendió. Había llegado la hora de la transferencia placentera.
Programó el punto G, y ¡zas! derechito a una isla desierta. Pero esta vez sin el león británico.
La esperaba un japonés. Con el chizito del nipón esa noche no hizo falta la lengüita con dulce de leche. Con una plumita de colibrí bastó. Quería vengarse de esa Patria boluda...
El vodka Yeltsin le removía su rencor histórico contra Maquiavelo. Nunca le pagó los derechos de autor por el axioma "el fin justifica los medios" que le robó al tarotista.
La Patria lo miraba embelesada. Con su psicología disociada, no sabía para que punto cardinal apuntaba el felino. El clítoris de Lorena la empezaba a tironear. Los prejuicios del siglo XIX, resistían.
El tarotista entendió. Había llegado la hora de la transferencia placentera.
Programó el punto G, y ¡zas! derechito a una isla desierta. Pero esta vez sin el león británico.
La esperaba un japonés. Con el chizito del nipón esa noche no hizo falta la lengüita con dulce de leche. Con una plumita de colibrí bastó. Quería vengarse de esa Patria boluda...
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