8/04/2010

La Puta de Babilonia ( Fragmento Cinco )

Del libro de Fernando Vallejo
Como su nombre lo indica, cruzada viene de cruz: de ese par de palos cruzados de los que la leyenda colgó a un loco. Sin contar la de los albigenses y la de los niños, hubo ocho, que se arrastran a lo largo de doscientos años durante los cuales los que las llevaron a cabo, los cruzados, el brazo armado del papado, mataron en camino, de paso, casi tantos cristianos y judíos como musulmanes, su blanco declarado. El pretexto era arrebatarles Palestina, la Tierra Santa, a los que usan babuchas, rezan prosternados con el culo al aire y creen que Ala es grande y Mahoma su profeta. La oculta y verdadera razón era el ansia insaciable de poder que nunca ha dejado vivir en paz a la Puta. Maquina aquí, maquina allá, intriga y manipula, corona y tumba príncipes, reyes, emperadores, prende hogueras, quema herejes, vende indulgencias y reliquias, calumnia y miente. Nunca pierde. Siempre se las arregla para salir ganando esta parásita.
-¿Y por qué santa esa tierra yerma de Palestina?
-Porque ahí nació, predicó y murió Jesús el carpintero: el hijo de una tal María que le puso los cuernos a un tal José con un tal Espíritu Santo.
-¿Y qué hacía el carpintero?
-Predicaba el reino de Dios.
-No, quiero decir qué muebles hacía, fabricaba...
Ah, qué sé yo! Ataúdes, cruces, jaulas, cajitas de madera para guardar huesos...La primera cruzada la lanzó Urbano II (de solterp Oddone di Châtillon), un sobornador y bellaco de calibre menor pero que, plagiando a Mahoma quinientos años después de que la ideara este asesino, introdujo en Occidente la jihad o guerra santa, con la concomitante promesa del cielo para los que murieran en ella. Y he aquí el origen del gran negocio de las indulgencias que aunado a la venta de reliquias tan provechosa habría de serle a la Puta en los siglos venideros. Vendían astillas de la cruz de Cristo, púas de la corona de espinas, plumas del arcángel San Gabriel, prepucios del niño Jesús, sangre menstrual de la Virgen. Lanzada por Urbano  desde Clermont-Ferrand en el corazón de Francia al grito de Deus vult (Dios lo quiere), que congregó a una turba de cazadores de indulgencias provenientes de media Europa, y predicaba por Pedro el Ermitaño (quien exhibía una carta de apoyo que Dios le había mandado a través de Cristo), Walter el Menesteroso y otros monjes vesánicos, esta primera cruzada fue un éxito de principio a fin. ¡Corrió sangre! Antes de salir de Europa rumbo a Tierra Santa, y a modo de calentamiento, las huestes del Crucificado se entrenaron matando judíos. Una turba guiada por Emich de Leisingen (al que le apareciño milagrosamente una cruz en el pecho) quemó a los de Mainz y de Worms. Y otras guiadas por los curas Volkmar y Gottschalk masacraron a los de Praga y a los de Regensburg . Por Hungría, Yugoslavia y Bulgaria, países cristianos, pasó la horda vándala devastando campos y ciudades. En Zemum Pedro el Ermitaño mató a cuatro mil cristianos y luego quemó a Belgrado. Y todo con la bendición de los Obispos acompañantes. Una vez en Asia Menor, iban decapitando infieles por donde pasaban para lanzar sus cabezas por sobre las murallas de las ciudades que sitiaban (como Nicea, Antioquía y Tiro) con el fin de desmoralizar a sus defensores, que les contestaban catapultándoles las cabezas de sus conciudadanos cristianos. Pero el apoteosis del horror fue en Jerusalén. A los sarracenos los torturaban durante días, los obligaban a saltar de las torres, los flechaban, los decapitaban. A los judíos que se refugiaron en la sinagoga los quemaron vivos. "Y en el templo de Salomón --escribe el cronista Raymond de Aguilers--la sangre les llegaba a los caballos hasta las bridas, justo y maravilloso castigo de Dios a los infieles". Los cadáveres de infieles y caballos se apilaban en las calles entre cabezas, manos y pies cercenados. Dios semanas antes de que los cruzados tomaran Jerusalén murió Urbano, de suerte que no alcanzó a recibir la noticia. Dios, que es malo con sus esbirros, lo privó de ese placer.
Desde el punto de vista de los crímenes de los caballeros cristianos, las otras siete cruzadas comparadas con la primera son peccata minuta. La segunda, predicada por San Bernardo de Claraval, fue un fracaso. La tercera, predicada por el arzobispo Gillermo de Tiro, otro,si bien en ella Ricardo Corazón de León masacró en Acre a tres mil y mandó a rajar los cadáveres en busca de joyas por si se las hubiera tragado sus dueños para llevárselas a la eternidad. En la cuarta, lanzada por nuestro Inocencio III, les fue más bien: destruyeron a Zara,y a Constantinopla la saquearon e incendiaron. Dice el cronista Geoffrey Villehardouin que nunca desde la creación del mundo se había tomado tanto botín en una sola ciudad. Inocencio, ensorbecido y feliz, le escribía al emperador griego diciéndole que "el justo juicio de Dios" había castigado a los suyos por negarse a entregarle la única inconsútil túnica de Cristo. ¡Para qué querría este papa opulento dueño de medio mundo una túnica sin costuras toda lanceada! ¿Para venderla en reliquias milimétricas? La cuarta cruzada fue otro fracaso, la quinta otro, la sexta otro, y otros la séptima y la octava emprendidas por San Luis Rey de Francia a quien Dios, cuyos designios son insondables, permitió que los mahometanos de Egipto lo tomaran preso en Mansur. Mediante el pago de un elevado rescate se salvó el santo, pero necio como pocos no escarmentó y reincidió y emprendió la octava cruzada, que le costó la vida. Dios, en castigo a su terquedad, le mandó esta vez una peste a su campamento en Túnez y lo mandó a su gloria. ¿Y qué hacía este santo rey en Egipto y Túnez, que están por fuera de Tierra Santa? Ah, pues conquistando otras tierritas para el Crucificado. Su fiesta se celebra el 25 de agosto, y se le reza así: "San Luis Rey de Francia, rey de cruzado, no dejes que la obstinación perniciosa me lleve a cometer locuras y a reincidir en errores. Gracias y amén". Es el santo de los tercos, pero no sirve para un carajo. ¡Qué va a servir si ni siquiera se salvó a sí mismo!

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