Del libro de Fernando Vallejo
A Juan XXI, papa letrado que reinó ocho meses durante los cuales le dejó el manejo de los asuntos eclesiásticos y terrenales al cardenal Giovanni Gaetano para dedicarse él por entero a sus erudiciones, le cayó encima el techo del pequeño estudio que se había construido detrás del palacio Laterano y murió aplastado. Quién le tumbó el techo no se sabe. Si no fue el cardenal Gaetano, que lo sucedió con el nombre de Nicolás III, entonces fue el Espíritu Santo. Nicolás III, muy sabiamente, se mudó al palacio Vaticano, de techos menos inciertos. Urbano VI murió envenenado. A Pío III, sobrino de Pío II que lo nombró arzobispo de Siena a los 21 años, lo mató de gota el Espíritu Santo, a los diecisiete días de reinado. Otros tres papas malogrados, que también se llevó el Paráclito en sus pañales pontificios, son: Celestino IV, que reinó catorce días, León XI, sobrino de León X, que reinó veintiséis; y Adriano V, que reinó treinta y cinco.
De los doscientos sesenta y tres papas con que el Paráclito ha bendecido a la humanidad, la suertuda, diez duraron menos de 33 días, que es lo que alcanzó a reinar nuestro reciente Albino Luciana, alias Juan Pablo I, y varios otros un par de meses. ¿No se les hace muy raro?
¿Serán los designios de la traviesa paloma que a veces empantana un cónclave durante semanas, meses y aún años, para acabar llamando, celosa, a su elegido a los pocos días de coronado? Pero quien tiene el récord de los papas breves es Giovan Battista Castagna, alias Urbano VII, que no alcanzó a llegar ni a la coronación: saliendo del cónclave enfermó de malaria y en pocos días subió al altísimo. Era sobrino del cardenal Verallo y tenía un currículum burocrático impresionante. Entre los muchos puestos eclesiásticos que ocupó figuran los de Consultor e Inquisidor General del Santo Oficio, con los que amasó una fortunita. El día mismo en que salió elegido sucesor de Pedro, la zanzara matapapas se le posó encima con sus patas largas y le aplicó su letal inyección de Plasmodium de parte del Espíritu Santo. La fortunita la dejó para el cuidado de las niñas pobres. ¡Claro, como se la podía llevar al cielo! Dicen que Albino Luciani murió del corazón. ¡Y les creo! Muerto está aquel a quien el corazón se le para.
¿Serán los designios de la traviesa paloma que a veces empantana un cónclave durante semanas, meses y aún años, para acabar llamando, celosa, a su elegido a los pocos días de coronado? Pero quien tiene el récord de los papas breves es Giovan Battista Castagna, alias Urbano VII, que no alcanzó a llegar ni a la coronación: saliendo del cónclave enfermó de malaria y en pocos días subió al altísimo. Era sobrino del cardenal Verallo y tenía un currículum burocrático impresionante. Entre los muchos puestos eclesiásticos que ocupó figuran los de Consultor e Inquisidor General del Santo Oficio, con los que amasó una fortunita. El día mismo en que salió elegido sucesor de Pedro, la zanzara matapapas se le posó encima con sus patas largas y le aplicó su letal inyección de Plasmodium de parte del Espíritu Santo. La fortunita la dejó para el cuidado de las niñas pobres. ¡Claro, como se la podía llevar al cielo! Dicen que Albino Luciani murió del corazón. ¡Y les creo! Muerto está aquel a quien el corazón se le para.
Urbnao VII no era sin embargo el primer papa inquisidor pues ya lo había sido Adrian Florensz Dedal, alias Adriano VI, uno de los sucesores en España de Torquemada. Ni sería el último. Sin ir más lejos, nuestro actual Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, también fue inquisidor: de la Inquisición (hoy cantinflescamente llamada "Congregación para la doctrina de la Fe") este Führer taimado dió el brinco al potro. Que la Iglesia no era "relativista" dijo en el sermón de la misa que ofició por el eterno descanso de Juan Pablo II. Dos días después cónclave: tres días después, papa; cuatro días después, que siempre no, que todo es relativo, que todo depende de las épocas, los lugares y las circunstancias y que hay que juntar a la Iglesia Ortodoxa con la Romana, bajo en sólo pastor, él, con un sólo cayado, el suyo, que es el que mejor se para. Por lo demás, ¿qué papa no es un inquisidor? Todos están inquiriendo en la conciencia ajena, olisqueando, olfateando, espiando por los agujeros.
No hay papas bueno. Ni malos. Hay papas peores. Inocencios, Píos, Clementes, Benedictos, Bonifacios, Juanes, Pablos...Detrás de estos nombres bonachones o inucuos se ocultan monstruos: Inocencio III designa al monstruo Lotario da Segni; Inocencio IV al monstruo Sinibaldo Fieschi; Inocencio VIII al monstruo Giovanni Battista Cibò. Y así...Yo nací bajo el pontificado de Eugenio Maria Guiseppe Giovanni Pacelli, alias Pío XII, el gran alcahuete de Hitler, pero no lo conocí. A mi mamá le mandó un diploma firmado de su puño y letra y con su foto, que un vecino nos compró por veinte dólares en Via della Concilliazione y con el cual le concedía indulgencia plenaria a la santa por los veinte hijos de alumbró, razón de dolar por hijo y de hijo por año. El diploma acabó colgado de una pared de mi cuarto desde donde me vigila día y noche. "¿Que me ves?" --le increpaba--. "¿Que te estén cauterizando el culo en los infiernos nazi puerco". Pero no. Está en el cielo entregado al dele dele, al sube y baja con la monja Pascalina que se trajo a Roma de Alemania y a quien los italianos llamaban la papessa y Virgo potens.
Pero volviendo a los niños y al precepto evangélico para no dejar cabos sueltos, Julio III (Giovanni Maria del Ciocchi del Monte antes de convertirse en esposa del señor) se levantó un mocito de 15 años en una calle de Parma, se lo llevó a Roma con su hermanito, al que hizo cardenal, y vivieron los tres felices celebrando una misa de tres padres nuestros de puta madre. ¡Qué envidia! Después, hilando Cronos su rueca el parmesanito fue a dar a la cárcel por criminal. ¡Doble envidia la que me da! En este desfile de papas putañeros, engendradores y polígamos en que se prodiga la historia de la Puta, un devoto del sexo es rara avis. Aunque ni tan raro, ¿eh? ¿De nuestro Pablo VI reciente no se decía pues que le gustaba le marchette? Esto es, los hermosos cuanto sucios prostitutos romanos que se venden por amor: por amor a su profesión en las tenebrosas noches del Coliseo en que la luna demente le saca brillos de ira al cuchillo. O mejor dicho se vendían, en mis tiempos, ya no. Cronos acaba con todo, hasta con el nido de la perra. Costaban soldi spiccioli, moneditas. La prostitución es hermosa, una obra de misericordia que se suma a las otras: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo, enterrar a los muertos, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo ha de menester, consolar al afligido, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con paciencia las flaquezas del prójimo y rogar a Dios por vivos y muertos.
Es una audiencia pública, para consternación de sus ayudantes pero para acallar de una vez por todas los infames rumores, Giovanni Battista Montini alias Pablo VI, el de la inspirada encíclica Humane vitae, el gran precursor de Wojtyla en su cruzada de la paridera, alzó la voz y declaró que no era homosexual. Ah, ¿no? Y si no, ¿entonces que? ¿Un necrófilo, un bestial, otro papa putañero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario