3/23/2011

Los Sultanes del Prian Cap 2

 El Nolato
- Supongo que a ustedes, Fátima –dijo Mustafa -, pese a ese hábito exótico de las clases gobernantes, las cosas les corren bien. Bueno, supongo que, por lo menos, mejor que a nosotros en medio oriente.

Fátima lanzó a Mustafa un gesto interrogativo.

- Muchos años ha –respondió Mustafa -, mi tío Abdel, padre de Alí, solía escribir a mi padre y contarle de México…bueno, de estos nuevos Emiratos. En sus cartas –agregó para luego sacar unos papeles de su mochila-, que aquí las traigo, contaba grandes y buenas cosas, Fátima. Si me permites, quisiera leerte los párrafos de alguna…Y concedido el permiso, Mustafa leyó…

Este país es una especie de tierra prometida, hermano mío. Me he enterado que viene saliendo de una guerra civil, y que los gobiernos que han surgido de ese proceso apuntan hacia la construcción de un país de justicia, democracia y libertades. Hubo hace poco un presidente de nombre Plutarco Elías Calles que se dio a la tarea monumental de construir un Estado desde los cimientos. Parece que ese hombre lo ha logrado y que ha tenido gran talento y visión, pues puso las cosas a modo tal que las leyes, al menos en teoría, hacen posible una distribución justa de la riqueza por donde quiera que se le vea. Ya veremos si la suerte y Alah permiten que ese plan fructifique. Elevo mis plegarias para que eso suceda. Pero las cosas no terminan ahí, hermano mío. Hay mejores cosas.

El actual presidente de México ha hecho verdaderas maravillas. Ese hombre se llama Lázaro Cárdenas, y se dice que es hombre experto en la guerra y muy sabio en la política. Y bueno, conforme le he visto yo actuar, me ha quedado claro que no se queda a la zaga de lo que se dice de él. Creo que es un hombre con sobrada talla para pasar a la historia como un gran estadista. Y hay motivos sobrados para decirte esto.

Resulta que este señor Lázaro ha puesto en vías de hechos muchas de las cosas sabiamente iniciadas por Plutarco. Pero lo más loable de Lázaro Cárdenas es que ha hecho grandes reformas en bien de las clases trabajadoras de este país. Ha fortalecido a los sindicatos y se ha cuidado también de empezar a fomentar el surgimiento de una clase capitalista local. Nacionalizó la infraestructura ferrocarrilera hace poco. Puso en marcha un ambicioso plan de reforma agraria dotando de tierras a todos los campesinos de este país; sobre esto último, con apenas imaginar que a esos campesinos expertos se les dote de capital, ya podrás suponer la clase de prodigio que puede salir de ahí.


Por cierto que, en estas fechas, se habla mucho y con mucha insistencia sobre la posibilidad de que este señor Lázaro decrete la expropiación del petróleo mexicano. Mis clientes no se cansan de platicar y platicar sobre eso. Luego escucho lo mismo en el mercado y a cualquier lugar al que dirija mis pasos. Y todo aquel rumor popular lo escucho tan lleno de una efervescencia y de un vigor patriótico tan vivos, que mucho me lamentaría que, al final, estos mexicanos vieran frustrados sus sueños. Y no se ve tan lejos esa posible frustración, pues siendo este país tan rico en petróleo, y estando tan cerca de Estados Unidos, el amo del mundo, uno no puede sino abrigar esperanzas con muchas y muy estrictas reservas a ese respecto.

Tu amante hermano: Abdel.

Distrito Federal, 21enero de 1937.

Y mientras Fátima veía a Mustafa con un gesto de compasión en el rostro, éste, sin caer en la cuenta de su ignorancia de forastero, añadió…

- Eso es el principio; escucha esta otra carta de mi tío Abdel...

Para cuando recibas esta carta, Mohammad, ya habrán pasado semanas desde que el presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación petrolera, hermano mío. Esa es la gran noticia, Mohammad: el señor presidente tuvo la osadía, el arrojo y la sabiduría para devolver el petróleo a manos de los mexicanos.

El país ha celebrado con gran jubilo la acción de este ilustre presidente de la república, y no ha dudado un instante en mostrar su apoyo con todo ese espíritu patriótico que es menester en los momentos claves de la historia de una nación. No soy mexicano, Mohammad, y mucho me duele no serlo en estos momentos, te lo confieso; mas me siento muy orgulloso de vivir en esta tierra de buenos, valientes y nobles hombres.

A pesar de mi jubilo, hermano mío, no puedo ocultar que me preocupan mucho los eventos que pudieran derivarse de esta situación. Apenas hemos llegado a esta tierra, y ya se cierne sobre ella la posibilidad de una guerra de invasión con este asunto de la expropiación.

Creo que no te has equivocado en tu carta anterior. Esto ha molestado mucho a los dos amos del mundo. Gran Bretaña ya amenza con un bloqueo generalizado y una posible invasión. Estados Unidos, por su parte, se mantiene indefinido pero no ausente de enormes deseos de sumarse a su aliado en rapiñas. Y lo más preocupante, hermano, es que el sabio presidente, don Lázaro, está rodeado por una clase política que está muy lejos de igualar sus excelentes virtudes. Temo que, entre esa clase política de baja estofa, surja un traidor, o bien que, a la larga, si esto sale adelante por el momento, echen por tierra luego los extraordinarios logros de este presidente. Esperemos en Alah que estos herederos no tiren por la borda los extraordinarios logros de este príncipe iluminado.

¡Que el divino Alah te sea propicio, hermano mío!

Tu hermano: Abdel

Distrito Federal, 17 de mayo de 1938.

Al terminar de leer, Mustafa se encogió de hombros y con una sonrisa, como para firmar su inicial afirmación: los Emiratos Mexicanos Unidos debían estar mejor que su país.

- ¡Oh extranjero! –dijo Fátima muy acongojada por Mustafa -. Mucho me temo que no estás enterado de los acontecimientos en la historia reciente de este país.

- ¿Hay algo que yo no sepa?

- No sabes nada, extranjero –respondió Fátima-. Por lo que veo, estás en un estado de completa ignorancia.

- ¡Pero cuéntame, Fátima!

- Grandes verdades decía tu tío Abdel en sus cartas, extranjero –dijo Fátima -. Lázaro Cárdenas fue un estadista de época; nos puso en las manos las herramientas necesarias para despegar como nación. Pero, para nuestra desgracia en ese contexto, ni el poder es vitalicio cuando es menester y ni los buenos políticos se dan por racimos, así que el sabio gobernante no pudo seguir dirigiendo al país, ni hubo alguien de su talla para continuar la obra, y al poco tiempo después de su partida caímos de inmediato en la más amarga desgracia.

- ¿Qué pasó? –preguntó Mustafa.

- Andando el tiempo –respondió Fátima-, y luego de la partida de don Lázaro, se hizo del poder una manada de políticos priistas que empezaron a arruinar al país y …

- ¿Cómo? – interrumpió Mustafa -. Si eran del PRI, eran entonces del mismo partido que don Lázaro. No logro entender eso. ¿Cómo iban a echar a perder los logros de éste si eran de los mismos?

- Iguales de divisa –aclaró Fátima -, pero completamente opuestos en virtudes y sabiduría política. Si don Lázaro era un gran estadista, estos nuevos políticos eran nada más y nada menos que una horda de políticos vulgares. Se les conoce como los mamelucos priistas.

- ¡Mamelucos! –exclamó Mustafa sin poder dar crédito a lo que oía.

- Dije mamelucos priistas, señor extranjero; no mamelucos a secas –corrigió Fátima con el ceño ligeramente fruncido.

- Esto me deja perplejo, Fátima –dijo Mustafa-. Conozco a los mamelucos a secas. Los mamelucos tenían su feudo en el lejano y antiguo Egipto; eran grupos de esclavos asiáticos que, por virtudes guerreras y políticas, ganaron su ascenso a los sultanatos. Pero son del Egipto de un remoto pasado…y bueno, en cuanto a estos mamelucos nuevos, no me explico cómo…

- Los mamelucos priistas, extranjero  –atajó Fátima -, son descendientes de esos mamelucos asiáticos y son también una horda de esclavos. Unos y otros son de la misma especie y de la misma familia; aunque el caso de los priistas es una sangre mameluca ya muy averiada y disminuida, porque da el caso que no tienen virtudes para la guerra y menos para la política de verdad.

- Y si no las tienen, como dices –replicó Mustafa -, ¿cómo explicas que se hayan hecho del poder por tantos años?

- Los mamelucos priistas, forastero –aclaró Fátima -, son una horda de esclavos flojos, holgazanes, irascibles, incontinentes y muy ladinos. Y en ese infinito mundo de vicios en que viven, no les ha resultado difícil hacerse del poder usando de esos mismos vicios del alma que padecen. Si en algo son expertos los mamelucos priistas, es precisamente en idear engañifas, artilugios, malabares y prestidigitaciones verbales y electorales. Así lo han hecho siempre; y lo hicieron muy bien, porque por muchos años lograron instaurar un régimen de partido único y luego hegemónico.

- Pero, ¡oh forastero! –dijo Fátima -, el caso es que la historia no para ahí. El drama es más largo y complicado de lo que tú supones. Y es que, una vez que los mamelucos priistas se hiceron del poder, y siendo entes absolutamente corrompidos en su espíritu, se dedicaron a depredar sobre las riquezas de la nación en aras de sus intereses muy privados. Aquella avidez bestial por el poder y el dinero perduró y se cebaron y se cebaron por decenios sin que nadie se atreviera a protestar o a decir nada.

- ¡Pero bueno, Fátima! –atravesó Mustafa  -. Tampoco creo que los mamelucos priistas todo lo hayan hecho mal.

- Hay que reconocer que esos mamelucos priistas tenían ciertas virtudes notables – aclaró Fátima -. Para empezar, sabían sentarse a la mesa del califa Mickey con dignidad y gran hablidad para repartirse el botín con él y sacar la mejor partida para su hacienda.

- Justo es decir que –agregó Fátima -, pese a todo, nos dieron algunos pequeños trozos de los beneficios del petróleo; aunque estos trozos, hay que aclararlo, cuando vistos contra las enormes maravillas que puede generar ese oro negro en países realmente democráticos, son nada, son tristes y miserables migajas.

- Las maravillas del oro negro se concretaron en la hacienda privada de los mamelucos priistas; no en ustedes, Fátima –replicó Mustafa.

- Pero a la vuelta del tiempo, forastero –prosiguió Fátima -, la avidez bestial de los mamelucos priistas no fue gratuita. Terminaron por hundirnos en la pobreza más abyecta, en crisis económicas continuas y en un pavoroso endeudamiento con el califa Mickey que…

- ¡Ni me digas!...¡La muerte!...¡Entregaron las armas para todos los efectos! –exclamó Mustafa entre risas de incredulidad.

- Y ya montado el califa Mickey en el lomo del pueblo de México con la vergonzosa colaboración de los mamelucos priistas –continuó Fátima -, arreció la depredación sobre el territorio nacional. A esas alturas del cuento, extranjero, los mamelucos priistas habían pasado de ser una clase política depredadora relativamente autónoma, a una clase avasallada y de muy poca monta en toda la estructura interna del califato de Mickey.

- ¿Y nadie en este país dijo nada? –preguntó Mustafa muy perplejo.

- Por supuesto que surgieron movimietos políticos opositores –dijo Fátima -, pero eran muy marginales. Por lo demás, sí, es cierto, la gente común se sumió en la apatía y en el desconsuelo. Mas, por mucho que fueran marginales esos frentes opositores, sí que despertaron la furia de los mamelucos priistas y su amo Mickey. Fue ahí cuando gritaron: ¡Mi nombre es terror!

- Ya me imagino lo que pasó –dijo Mustafa lamentándose.

- Fue ahí cuando vimos el despliegue portentoso de los mamelucos priistas –prosiguió Fátima-. Fueron tiempos aciagos, de profunda zozobra, de masacres, de asesinatos, de injusticia reinando por todos los rincones de este país, y de un sistema político que, prácticamente, se sustentaba en el engaño, la compra de votos y el fraude electoral artero y por sistema.

- No puedo creer todo esto, dulce Fátima –dijo Mustafa muy consternado -. Simplemente no puedo entender cómo es que estos mamelucos priistas han hecho con este país lo que se les ha puesto en antojo, y sin que nadie haga algo al respecto. ¿Tan grande es su poder?

- Tan grande es –aclaró Fátima -, que ellos mismos se vanaglorian del mismo motejándose a sí mismos como “el partido aplanadora” o “las chicas tricolores”.

- ¡Esto es increíble! Simplemente no pueden tener tanto poder, Fátima–exclamó Mustafa alzando los brazos.

- Ignoras un punto clave del asunto, extranjero –dijo Fátima.

- ¿Cuál?

- Los efrits –respondió Fátima -. Ellos hacen la diferencia.

- ¡También hay efrits en este país de locos! –exclamó Mustafa muy sorprendido.

- Aunque con notables diferencias, extranjero –aclaró Fátima.

- ¿Cómo?

- El mundo de los efrits no es tal como te lo han pintado en esos cuentos de infancia de medio oriente –dino Fátima -. Cierto que hay algunos rasgos comunes entre mito y realidad, pero también hay muchas cosas que desconocen quienes no han tenido la experiencia a carne viva. Existen cientos y cientos de efrits; miles, diría yo. Todos los efrits forman una gran familia donde impera una perfecta división del trabajo. Y, a decir verdad, en los tiempos que corren ya no es tan una familia tradicional, sino un gran mutualismo de corte anarquista. Esa gran familia tiene un halo de mazdaísmo, de manera que la gran familia de efrits está dividida en dos mundos: el mundo de la luz y el mundo de la oscuridad. Los efrits de la luz se sirven de sus poderes para procurar el bien y la felicidad al mundo y a los seres humanos; los efrits de la oscuridad, por el contrario, procuran el mal y el dolor. Los efrits de cada uno de los dos mundos están muy bien organizados en jerarquías de acuerdo a espacios, virtudes y poderes muy especializados, y sin perder de vista la división del trabajo. Cada jerarquía remata, a su vez, en un gran señor que impera por sobre todos los demás efrits. Viven en toda suerte de talismanes y objetos y su destino es servir al mortal que posea dichos objetos.

- ¿Y cómo es que sabes tanto de los efrits, Fátima? –preguntó Mustafa -. Ni yo mismo, siendo de medio oriente, sé tanto como tú.

- Simple –dijo Fátima encogiéndose de hombros -: porque yo soy una efrit…¿Comprendes?

- ¿Eres un genio? –interrumpió Mustafa muy pasmado por aquella declaración.

- Me perturba esa obstinación machista por encerrar todo en lo masculino –aclaró Fátima con animosidad feminista muy a lo gringo-. Digamos que soy una genia o una efrit, ¿te parece?

- Esto es increíble –pronunció Mustafa completamente perplejo -. Había escuchado esto en los mitos y leyendas de mi tierra, pero jamás imaginé la posibilidad de que realmente existieran. Y bueno, menos tan lejos de mi país, acá, tan al occidente…Esto es increíble…es  único.

- Yo soy una efrit del bien y cuyo poder está restringido a esta ciudad –prosiguió Fátima -; más allá de sus murallas, mis poderes no tienen efecto. Vivo en esto que ves –agregó mostrando una hermosa sortija en su dedo-; pero, por el momento, no tengo amo.

- ¿Y cómo es que estás fuera de tu sortija si no tienes amo? Según recuerdo, ustedes pueden salir al mundo solamente a instancias del amo en turno.

- Ese es otro punto que no se narra en los mitos –acalaró Fátima-. Y es que los efrits, como todos los esclavos que trabajan para otros, hemos logrado ciertos derechos laborales gracias a nuestro mutualismo. Uno de esos logros es, por supuesto, cierta libertad de contratarse con el amo que más nos plazca. Pero esa libertad se da en la circunstancia en que nuestra morada habitual no tenga dueño. Si hay dueño, pese a nuestra voluntad, hay que servir al amo en turno. Así de simple.

Pero dejemos por hoy a Fátima, la efrit, para que prepare su discurso en torno al gran efrit del mal.

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