“La camioneta en la que veníamos nos dejó botados antes de llegar al Ceibo, porque venía la migra.
Caminamos tres días seguidos, hasta llegar a Tenosique. Ahí encontramos
el tren, pero nos persiguieron los (policías) federales. No había dónde
escondernos, y yo temblaba de miedo”, narra Luis Mario, de 19 años,
originario de San Miguel, El Salvador, quien recorre México en busca de
una ilusión: “darle pa’l otro lado, llegar a Estados Unidos”.
Procedentes de Honduras, Nicaragua, El
Salvador y Guatemala, cientos de miles de migrantes centroamericanos
intentan cada año atravesar los miles de kilómetros de suelo mexicano
que separan sus países de origen del sueño americano, enfrentándose en
el camino a un sinfín de calamidades perpetradas no sólo por los grupos
criminales y de trata de personas, sino por las autoridades mexicanas
que, coludidas con la delincuencia organizada, acosan, roban secuestran,
violan y asesinan con toda impunidad a quienes deciden aventurarse
hacia el norte.
“El primero de los riegos a los que los
migrantes se enfrentan es la extorsión, todo el mundo les quita dinero, y
hasta los zapatos; cuando van de un punto a otro ya llegan sin nada y
empiezan de cero. Todas las policías se ensañan con ellos, los despojan
de sus bienes; las corporaciones policiacas reciben salarios muy pobres y
la extorsión se convierte en su segunda entrada de dinero. Muchas de
las mujeres migrantes son violadas en el camino. En El Salvador se vende
en las farmacias la pastilla del día siguiente como ‘la pastilla para
México’”, explica Marta Sánchez Soler, del Movimiento Migrante
Mesoamericano.
De acuerdo con cifras de la Comisión
Nacional de Derecho Humanos, de los 400 mil migrantes que cada año
atraviesan el territorio nacional, entre 18 mil y 22 mil son
secuestrados, generando a los grupos criminales ganancias de hasta 50
millones de dólares.
“Allá de todos modos me iba a morir, aquí por lo menos tengo una esperanza”
La pobreza y el aumento de la violencia
son algunas de las causas por las que cientos de miles de personas, la
mayoría de ellos jóvenes, emigran hacia el norte. Según el Observatorio
Centroamericano sobre Violencia (OCAVI), de enero a diciembre del 2008
se registraron siete mil 235 muertes violentas en Honduras, lo que
significa un incremento del 25 por ciento con respecto al año anterior,
mientras que en Guatemala, durante los últimos siete años, la violencia
homicida ha aumentado un 12 por ciento cada año, superando ampliamente
al crecimiento poblacional que es inferior al tres por ciento anual. En
el 2006 hubo una tasa de 47 homicidios por cada cien mil habitantes,
cifras que posicionan a Guatemala como uno de los países más violentos
del mundo.
“Yo me fui por necesidad. La situación
económica de mi país es muy difícil. No hay trabajo y hay mucha
delincuencia. La mayoría anda robando, y yo no quiero que me maten por
un pinche celular. De todos modos no tengo nada, en Honduras me podrían
matar. Sé que al intentar ir al norte me pueden matar, pero tratar de
llegar me da por lo menos una oportunidad de triunfar”, dice Edgadro, de
18 años, originario de San Pedro Sula, Honduras.
Cada año, alrededor de 73 mil
hondureños se internan en territorio mexicano, de éstos, Honduras ha
documentado 800 casos de migrantes desaparecidos en este país desde el
2003, mientras que Guatemala ha reportado la desaparición de 150
personas de las casi 150 mil que cruzan la frontera. Estas cifras, sin
embargo, son inexactas, pues, como señala la organización humanitaria
Amnistía Internacional, los migrantes que atraviesan la frontera
mexicana son “víctimas invisibles y extremadamente vulnerables a abusos
de autoridad y violación de sus derechos humanos”.
“Palenque es un lugar por donde a diario
pasan los migrantes y con frecuencia se presentan casos de hombres
lastimados o mutilados por el tren, mujeres violadas y personas
asesinadas. Pero cuando matan a alguien y se denuncia el asesinato ante
las autoridades, la denuncia no procede ‘porque son migrantes’”, dice
Pedro Álvarez, del Refugio para Migrantes de Palenque, Chiapas.
Amnistía Internacional advierte que la
gran mayoría de los abusos cometidos contra los migrantes no son
investigados con seriedad por las autoridades mexicanas a nivel federal,
estatal y municipal, y con “demasiada frecuencia las autoridades
proporcionan a las bandas delictivas una cobertura bajo la que cometen
abusos, o se limitan a no intervenir para impedir que se cometa un
delito”.
La xenofobia, un muro más
Otra situación a la que miles de
migrantes se enfrentan en su paso por México hacia los Estados Unidos es
“la xenofobia que estamos viendo por todos lados, en servidores
públicos, en la policía y también en la gente que muchas veces, lejos de
ser solidaria con los hermanos centroamericanos, se comporta como
juez”, advierte el padre Alejandro Solalinde, defensor de los derechos
de los migrantes.
Pero el panorama no es del todo
desolador. Solalinde señala que “también se ha logrado crear una red
solidaria de organizaciones y de gente más consciente – incluso de
servidores público- que brindan apoyo y protección a los migrantes”.
“Fue un acto criminal lo que hicieron con Julio Cardona”
El reciente asesinato del migrante
guatemalteco Julio Fernando Cardona Agustín es una muestra de los
crímenes que impunemente se comenten en México contra los migrantes
centroamericanos.
Cardona Agustín, de 19 años de edad,
contaba con regularización migratoria y se encontraba en México buscando
a su hermano. Fue visto por última ocasión en Tultitlán, el 6 de agosto
de 2011, a bordo de la patrulla 203 de la policía municipal. Los
agentes lo detuvieron como presunto responsable de un robo. Pocas horas
después, su cuerpo sin vida fue encontrado en las vías del ferrocarril
aledañas a la Casa del Migrante de Lechería, en el Estado de México.
“Muchas personas vieron como lo subieron
a la patrulla y se lo llevaron. Nadie más que la policía municipal son
responsables de esa muerte criminal, cobarde”, sostiene el religioso
Solalinde.
“Los migrantes conocen a Tultitlán como
‘el pueblo de la muerte‘. Atentados como el de Julio Cardona, ocurren
con frecuencia y, desafortunadamente, entran en el campo de lo
convencional y cotidiano en la zona. Hay muchas muertes de migrantes
que no son investigadas, pues nadie los conoce, no tienen nombre”, dice
Marta Sánchez.
Días antes del asesinato de Cardona,
Marco Antonio Calzada Arroyo, alcalde del municipio de Tultitlán,
declaró que “los migrantes generan inseguridad y no otorgan ningún
beneficio a la localidad”.
Al respecto, Alejandro Solalinde señala
que “el alcalde es una persona xenófoba, que no debería de estar en ese
cargo, pues un servidor público debe respetar los derechos de todos,
sean migrantes o no, con papeles o sin papeles. Si el alcalde no tiene
presentes los derechos humanos de las personas, menos los tendrá la
gente”
Vecinos de la Casa del Migrante de
Lechería han exigido al gobierno municipal la reubicación del refugio
argumentando que “los migrantes dañan a la comunidad, son delincuentes y
criminales, y son la causa de la inseguridad en la zona“. Estas ideas,
dice Alejandro Solalinde, “son el reflejo de la política de las
instituciones, instituciones omisas, que no se han preocupado por
fomentar la convivencia y la tolerancia, pero son también producto de
las acciones fallidas de otras instituciones como la familia, la
escuela, la iglesia y el gobierno. Todos hemos fallado”.
Marta Sánchez Soler asegura que “el
índice de criminalidad en la zona es alto, y siempre lo ha sido, incluso
antes de que se abriera la casa”, y advierte además que “en general,
las casas de migrantes bajan los índices delictivos en las zonas donde
se encuentran, pues evitan que los migrantes estén en la calle, les dan
casa, techo, comida. La Casa del Migrante no es la culpable de la
criminalidad, más bien es la víctima, igual que los migrantes”.
“Nosotros”, dice María Isabel, hondureña
de 23 años, “sólo queremos trabajar para ayudar a nuestros hijos, a
nuestras madres, a nuestras familias. No queremos robar, no queremos
hacerle daño a nadie”.
Caravana Paso a Paso Hacia la Paz
Con la esperanza de encontrar a sus
familiares desaparecidos y para exigir al gobierno mexicano que se
respeten los derechos humanos de quienes cruzan por territorio mexicano
hacia los Estados Unidos, cientos de migrantes, familiares de migrantes
desaparecidos y activistas marcharon en caravana por Honduras,
Guatemala, Chiapas, Oaxaca, Tabasco, Veracruz, Puebla y Distrito
Federal, encabezados por el religioso Alejandro Solalinde.
En la capital mexicana, la caravana se
reunió con legisladores en la Casona de Xicoténcatl, donde, además de
la eliminación de visa para centroamericanos y la desaparición del
Instituto Nacional de Migración, exigieron mejoras a la recién aprobada
ley migratoria y el establecimiento de un mecanismo para la búsqueda de
los desaparecidos e identificación de restos de quienes mueren
intentando llegar a Estados Unidos.
Para algunos, como María Munguía, “la
caravana valió la pena. Yo encontré a mi hija que había salido hace 15
años de Honduras, y desde entonces no se había comunicado conmigo. Estoy
tan feliz, que no tengo palabras. Somos cuatro personas las que hemos
encontrado a nuestros familiares y, en ese sentido, creo que hemos
triunfado”.
Pero no todos corrieron con tanta
suerte. Luis Roberto Melgar, de El Salvador, expresó: “mi hijo menor
estaba convencido de llegar a Estados Unidos y se fue. Me habló en dos
ocasiones. Me dijo que había logrado llegar al Distrito Federal y luego
no supe nada más de él. Me duele comer, me duele respirar, me duele que
no esté. Queremos respuestas”.
“Gracias a esta experiencia hemos
logrado que el propio migrante tome las riendas de la protesta, que sea
el que se exprese con su propia voz”, finalizó Marta Sánchez.
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