La Patrona, Amatlán, Veracruz.
A unos metros del camino que el tren conocido como La Bestia recorre
con cientos de migrantes centroamericanos su camino a Estados Unidos, se
encuentra un grupo de mujeres que día con día ofrecen una esperanza a
quienes van en busca del sueño americano, brindándoles no sólo alimento y
agua, sino, lo más importante, un apoyo moral en el camino a lo
desconocido.
Son conocidas como Las Patronas. “Somos
doce”, dice Bernarda, quien comienza por seleccionar el pan que irá con
el alimento que comerán los migrantes. Norma Romero, líder de Las
Patronas, y hermana de Bernarda relata: “Cada una de nosotras tiene un
rol, un día te toca ir por el pan, otro día hacer de comer”. El día
comienza a las siete de la mañana; la encargada del pan recorre 30
minutos al centro de Córdoba para llevar el pan a la casa, mientras se
empieza a preparar el huevo, arroz o frijoles que “proveerán de energías
a nuestros hermanos centroamericanos”.
“Todas tienen esposos, hijos y hay veces
que no pueden asistir, pero cubrimos el lugar y siempre nos apoyamos”,
agrega Norma. El día es largo, pues se preparan cerca de 200 alimentos, y
“hay veces que no alcanza para todos”.
Julia prepara los frijoles, Rosa el
huevo, Bernarda selecciona el pan, Lorena va en busca de legumbres.
Todas a la vez, no paran, el tiempo apremia, el tren pasará “casi
siempre, después de las dos de la tarde”, y ellas deben de tener listo
todo a la hora que el silbido del tren irrumpe la tranquilidad del
lugar.
“No recibimos apoyo del gobierno o
partidos”, pues la labor que desempeñan tiene otros actores. Son
donaciones por parte de tiendas de autoservicio, vecinos, “muchos
jóvenes comprometidos”, y gente que se acerca con ayuda muy específica
“como agua, botellas de plástico y bolsas de arroz y frijol”.
La llegada del tren se acerca, y
comienzan a preparar las bolsas con alimento; “además, agregamos a las
bolsas información sobre derechos de migrantes” apunta Bernarda, “así,
con información, pueden defenderse un poco más”. Las bolsas son
depositadas en cajas de plástico, se comienza a embotellar agua, se
acomoda el pan dulce y se espera el sonido que anuncie la cita de todos
los días.
El tren no siempre se detiene, no
siempre disminuye la velocidad. Julia cuenta que “hay de todo.
Maquinistas buena onda, que frenan y permiten que todos puedan tomar las
bolsas, otros de plano no paran y los migrantes no alcanzan a tomar la
comida, pero eso depende de cada maquinista”.
Su único pago es “la satisfacción de ver
sus sonrisas, de recibir un ‘gracias’ y de saber que podemos, con algo
pequeño, ayudar su camino”.
Bernarda cuenta el inicio de esta
historia de solidaridad: “Fue un sábado por la mañana. Caminaba con mi
hermana de regreso a casa, después de comprar pan y leche. Eran jóvenes
centroamericanos, nos pidieron alimento, se los dimos. Al día siguiente,
en familia, comentamos el hecho y decidimos comenzar el lunes a
preparar los lunch”. Desde ese 4 de febrero de 1995, la actividad de Las
Patronas no ha parado. “Éramos 20 en un inicio, pero la mala
información, el miedo de que tal vez hacíamos algo indebido, hizo que
algunas se salieran”.
“También nos organizamos para nuestros
talleres, para nuestros viajes. Ahora tenemos un taller de apoyo a los
migrantes que será en Ixtepec, Oaxaca, con el padre Alejandro Solalinde.
Se hace cada año”. Norma agrega que no se imaginaban en lo que se
convertiría esa “simple ayuda”, ya que ahora “existe una responsabilidad
de transmitir la experiencia a otros lugares, y una actividad social
muy grande”.
“Tenemos mucho trabajo, no nos podemos
vencer. No podemos quejarnos, hay lugares donde está peor la cosa y
siguen trabajando. Así como los migrantes no se quejan, así nosotros.
Así como ellos se caen y se levantan, con esa fuerza que tienen, así
debemos de levantarnos y segur adelante”, culmina Norma.
La experiencia de Las Patronas y la migración
Norma cuenta que su experiencia le deja
claro que cada vez son más jóvenes quienes emigran de sus países de
origen. “El rango más común es de entre los 12 o 13 años a los 25”.
Además, cuenta que “casi el 80 por ciento son de origen hondureño, un 10
por ciento salvadoreños, otro ocho o nueve por ciento de Guatemala y
uno o dos por ciento de Nicaragua”.
“Las razones de su salida, casi siempre
está relacionadas con la falta de trabajo, pero ahora también la
delincuencia los expulsa de su tierra para no convertirse en víctimas”.
Además, muchos de los jóvenes no avisan que se irán de casa, “pues eso
provocaría poner mal a sus mamás. Hay veces que desde nuestra casa
llaman para avisar que está bien”.
En su paso por México “lo primero que
sufren es extorsión por parte de las autoridades y luego de la gente”.
Añade que en su paso en el tren, existen puntos donde se detiene la
marcha y “la gente que vive en esos puntos abre sus negocios y les vende
de todo y caro. Hay cosas que ya no ocupan como ropa y demás y se las
cobran. Todos les sacan provecho”.
Norma lamenta que lo más difícil sea
cambiar a la sociedad civil, “ya que ellos son los que ponen las
primeras trabas”. El papel de las autoridades “ya lo conocemos”. Sin
embargo el trabajo “es cambiar la mentalidad de la gente, para que en
lugar de aventar piedras contra el tren y los migrantes, avienten gua y
comida”.
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