Javier Tolcachier PRESSENZA – Agencia Internacional de Noticias
La oposición intentó todo para detener el proceso. Quemar personas, trancar las calles, amedrentar a los vecinos, ponerle candado a las puertas de salida en las urbanizaciones, incendiar comercios, asesinar candidatos, interrumpir el transporte, dificultar la actividad productiva en varias ciudades, impedir la circulación de alimentos, volar camiones o amenazar a quienes querían votar. Difamar, agredir, asustar. Cualquier método se consideró válido para impedir la realización de elecciones a Asamblea Nacional Constituyente convocadas por el gobierno. Los partidos de la derecha, alentados en el ámbito internacional por una agitación mediática permanente y con la dudosa legitimación provista por la conspiración diplomática de gobiernos de derecha y sanciones unilaterales de EEUU (además del apoyo financiero y dirección general por parte de sus aparatos de inteligencia), creyeron poder derrocar al gobierno y evitar la ampliación de las potestades populares a través de una Asamblea Constituyente.
Lo único que no intentaron los grupos nucleados en la Mesa de Unidad Democrática – unidad y vocación democrática poco visible a estas alturas – fue lo que la mayoría del mundo sensato pedía y el gobierno ofreció repetidas veces: sentarse a una mesa a concertar la convivencia desde visiones políticas radicalmente diferentes.
La escalada tenía sus motivos: la presión instalada debía corroer la paciencia del pueblo, provocando un levantamiento contra el gobierno y lograr además atraer alguna facción rebelde en las Fuerzas Armadas que permitiera un golpe militar o un conato de guerra civil fratricida para abrir las puertas a una intervención multinacional extranjera.
Sin embargo, la estrategia falló. Nada de eso se produjo y la elección de constituyentes se realizó, tal como estaba previsto, el 30 de Julio.
Por último, el miedo, el terror, las barricadas, la destrucción de material electoral, la violencia desatada en algunos sectores o la interrupción del transporte debían culminar en el abstencionismo generalizado. Todo ello también fracasó rotundamente. La movilización organizada, la persistencia en la convocatoria y, sobre todo, la férrea voluntad democrática de una importante, sin dudas mayoritaria, porción de la población, permitieron que millones de venezolanos acudieran a las urnas. Incluso con riesgo y sobreponiéndose a mayúsculas dificultades. Queremos la paz, fue el reclamo y la consigna del pueblo movilizado.
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