Gerardo Szalkowicz desinformemonos
Venezuela se convirtió, como nunca, en la capital de la disputa continental. Ahí se libra este domingo otra batalla clave de gran impacto para el futuro de América Latina: la revolución bolivariana buscará fortalecerse con una buena participación en las elecciones para la Asamblea Constituyente y la oposición intentará sabotear los comicios y avanzar por la vía violenta hacia el “asalto final”, siempre en nombre de la libertad y la democracia.
En nombre de la libertad y la democracia, los grupos de choque de la oposición venezolana linchan y queman vivas a personas sólo por portación de rostro chavista, incendian hospitales, guarderías, edificios públicos o centros de acopio de alimentos, atacan cuarteles militares, disparan con bazucas, morteros y armas largas, saquean, extorsionan, amenazan, asesinan. Despliegan toda su artillería con sello paramilitar. Siembran el terror para que el caos siga escalando hasta desencadenar una guerra civil.
En nombre de la libertad y la democracia, la base social antichavista festeja los crímenes en las redes sociales. Y reproduce el odio social y racial que le inocularon para protagonizar una gesta insurreccional 2.0 e intentar suplir su menguada convocatoria callejera con municiones virtuales. Se saben fuertes en ese terreno. Creen que por fin llegó la hora del ocaso del chavismo que les devuelva sus privilegios de clase.
En nombre de la libertad y la democracia, la dirigencia de la derecha venezolana desconoce la Constitución y los poderes públicos, legitima el terrorismo callejero, rechaza el diálogo, conforma un gobierno paralelo y anhela el arribo de marines (“para llegar a una invasión extranjera tenemos que pasar esta etapa”, admitió por estos días el diputado opositor Juan Requesens). Como a lo interno la correlación de fuerzas no les da -aún no logran penetrar en las barriadas populares ni en las Fuerzas Armadas-, apuestan al frente internacional como principal carta. Aprovechan los vientos de cambio en el tablero geopolítico continental: que Brasil y Argentina se sumaron al club de peones de la Casa Blanca encabezado por Colombia y México; que el secretario de la OEA, Luis Almagro, hizo del derrocamiento de Maduro su leitmotiv (hasta anduvo mendigando apoyo en el Senado estadounidense); y que, salvo honrosas excepciones como Evo Morales, las y los líderes del progresismo regional parecen mirar para otro lado.
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